SAINT LOUIS, Estados Unidos. – No lo sabíamos, pero era verdad. Radio Enciclopedia iba a ser una emisora para todos los momentos de la vida.
Todavía ignorábamos que nuestras vidas tendrían momentos, capas de cuerpos sobre cuerpos sobre cuerpos. Un amasijo de amores que nos iría mutilando el alma hasta vaciarla. Hasta que la vida misma se nos convirtiera precisamente en eso: un momento. Uno más, entre los miles de momentos inolvidables que a inicios de 2022 ninguno de los cubanos ha podido olvidar.
La música de Radio Enciclopedia nos hizo adultos que querían escapar de casa cuanto antes. Para encontrarnos con otros cubanos entre las calles y sobre las camas de Cuba en Revolución. Y, a la vez, era una música que no nos dejaba del todo crecer, a medio camino entre una dictadura y una democracia imaginarias. Una música que nos aferraba a ciertos acordes de vinilos y ciertos timbres de voz de las locutoras, entumeciendo de por vida nuestras juventudes de isla solitaria.
Todavía hoy nos resulta inconcebible una vejez pasada por la música instrumental ligera. Por eso todavía hoy en Radio Enciclopedia encontramos un rayito de esperanza en la eternidad. Oír para siempre. Tristes o mutilados, pero oyendo para siempre las ondas invisibles de la Calle N. Estar aquí. Ser allí.
Electromagnetismo salpicado del salitre del malecón. La luna como un espejo hecho añicos para rebotar al resto del Planeta Cuba su sagrada señal. CMBQ, en la clave de los 1260 KHz AM y los 94.1 FM. En verdad os digo: nuestra biología está marcada por esa torre de transmisión.
Metidos hasta el ombligo en el primer cuarto del siglo XXI, en nuestras noches de exilio solo Radio Enciclopedia nos alivia la trancazón del pecho, los pómulos y la garganta. Se llama angustia. Se llama sobrevivir, mientras el mundo se va deforestando de las personas y paisajes que conocimos. Se llama irnos convirtiendo en historia antigua, según el porvenir nos diezma por inercia en tanto audiencia radial.
Imagino el día en que en la cabina de Radio Enciclopedia muera la última de sus locutoras nocturnas. Para entonces, ya hará mucho que habrá muerto también su ejército de enamorados a ciegas. Imagino ese instante de intensidad ilimitada.
El disco de Francis Lai o Franck Pourcel correrá entonces hasta su última pista, arañado por la aguja sin retorno de una generación desaparecida: la nuestra. La que cruzó sin darse cuenta del segundo al tercer milenio, perdiendo la eufonía de los mil novecientos algo. La que escapó para siempre queriendo haberse quedado en casa, sintonizando también para siempre un radiecito de pilas en medio del apagón de las décadas. La que iba a ver la libertad de una Cuba que nunca existió.
La torre del ICRT se doblará acaso como si fuera de latón, por el peso de la pena y el óxido del silencio. Sus parabólicas se inclinarán solemnes, pendulando al viento del mar sobre una Habana sin testigos, pero al menos ya sin terror.
Ave, Radio Enciclopedia. Luto de lujo. Los cubanos que quedamos te acompañan en tu cadalso de ilusión insular.
Adiós, Cuba milagrosa de los micrófonos sin letra. Adiós, Cuba inculta cargada de cultura por los cuatro costados.
Si alguna identidad tuvimos los cubanos jamás, ha de pasar por una de esas madrugadas de insomnio analógico. Antológico. Siglos antes de la Encarta y de tu inverosímil versión en internet.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org