Por Manuel P. Villatoro
Seguidor de la doctrina Brezhnev, el presidente anhela recuperar las repúblicas que se separaron tras la caída de la URSS, pero también países que pertenecieron al viejo Imperio ruso
Lo suyo es más que un anhelo efímero o el capricho infantil de una noche de verano. Vladimir Putin juega desde hace una década una partida de ajedrez estremecedora. Su último movimiento, que huele a la efectiva ‘Blitzkrieg’ de Adolf Hitler a leguas, ha sido la ruptura de la frontera ucraniana y la llegada a toda máquina hasta Kiev; pero la sinfonía no es nueva y resonó ya en Crimea allá por 2014. Ahora, ocho años y una pandemia después, hay un término que se repite en todo el orbe: la Gran Rusia. Ese ente confuso y difuminado que se ha convertido en El Dorado del antiguo miembro de la KGB.
Cuesta no relacionar la Gran Rusia
con la URSS. Por cercanía histórica y por haber pasado una Guerra Fría hace un suspiro. Sin embargo, José M. Faraldo, experto en la historia del país y autor de obras como la reciente ‘ Contra Hitler y Stalin’ (Alianza), destruye mitos y reconstruye realidades. En declaraciones a ABC, el también profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense confirma que, si tuviera que elegir un período al que asociar este término, ese sería el Imperio ruso. Aquel que fue alumbrado con Pedro I en 1721 y fue extinguido a golpes en 1917. Así, Putin tendría más de zar del siglo XXI que de camarada supremo.
En sus años de máxima expansión, aquella mole imperial ocupaba 22.800.000 kilómetros cuadrados y se extendía desde el mar Negro hasta Vladivostok, en las costas del mar de Japón. Sus dominios abarcaban Finlandia, la misma Rusia, los Países bálticos, Ucrania, Bielorrusia, Polonia, Besarabia (en Moldavia), Valaquia (hoy parte de Rumanía), el Cáucaso, la Armenia turca, determinadas regiones de Asia Central (Kazajistán, Turkmenistán, Tayikistán, Kirguistán y Uzbekistán) y Alaska. Era, en la práctica, el país más extenso del mundo.
El mayor peligro ronda en torno a países como Polonia. «En la época de los zares, estaba dividida en tres partes que pertenecían de forma respectiva a Prusia, Austria-Hungría y Rusia. Como la mayor era la rusa, allí se considera una región histórica», añade el experto. Aunque parezca un golpe de mano poco plausible, pues el país pertenece a la OTAN desde 1999, es espeluznante pensar en carros de combate T-14 Armata pisando el territorio.
En todo caso, lo que tiene claro el profesor es que el zar del siglo XXI no busca emular a la URSS. En primer lugar, porque esta contaba con algunos territorios en Asia Oriental. «No tengo claro que sean de su interés», explica. Tampoco parece que Putin busque rascar en el pasado bolchevique más ideológico a la hora de forjar el nuevo imperio con el que sueña. En 2014, el presidente elaboró un artículo titulado ‘Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos’ en el que cargaba cual toro bravo contra la idea de autodeterminación de los pequeños pueblos esgrimida por Vladímir Ilich Uliánov.
«Lenin implementó un plan para formar una federación de repúblicas iguales. El derecho de las mismas a separarse libremente se incluyó en el texto fundacional. Al hacerlo, se puso en los cimientos de nuestro estado una bomba de relojería que explotó cuando el partido colapsó desde dentro», escribió.
Otra visión
Putin sigue la doctrina ideada por Leónidas Brézhnev. El que fuera líder soviético en los sesenta se mostró partidario de que las repúblicas de la URSS no eran soberanas y debían rendir cuentas ante la gran madre Rusia. «Cuando las fuerzas interiores y exteriores al socialismo tratan de orientar la evolución de un país socialista empujándolo hacia la restauración del capitalismo, esto es objeto de preocupación para todos los Estados», esgrimió. Esa mentalidad fue la que hizo que la Unión Soviética impidiera a sus regiones satélite de Europa Central entrar en el Plan Marshall. Aunque también, y en palabras de Faraldo, aprobar «la invasión de Checoslovaquia cuando esta pensaba apostar por un socialismo más aperturista».
Ese paternalismo se relaciona con el imperio de los zares. «En el ideario nacionalista del siglo XIX, pueblos como el ucraniano o el bielorruso formaban la Pequeña Rusia: poco desarrollados, llenos de campesinos… La Gran Rusia, como un gran hermano, debía protegerlos», finaliza el experto.