A poca distancia de las fuerzas rusas, por aquí pasan suministros -tanto militares como humanitarios- y escapan los centenares de civiles en fuga de los bombardeos que continúan incesantes en el norte y en la asediada capital del país, Kiev, semanas después de la invasión iniciada por el presidente de Rusia, Vladimir Putin.
Por eso la tensión está por las nubes. Y todo extranjero es visto como sospechoso. Más aún si, como en el caso de Obujiv, se está de paso por una de las pocas carreteras consideradas seguras para entrar y salir de la capital de Ucrania.
Aunque la preocupación es también por las informaciones, difundidas por el Gobierno de Kiev, de que habría infiltrados rusos haciéndose pasar por periodistas o buscavidas de otros países.
Con los misiles cayendo cerca y la sirena antiaérea disparándose de día y de noche, ya pasó que alguna bala haya caído en las casas de los vecinos, después de que un automóvil no parara en uno de los “checkpoint” custodiados por los milicianos.
Ellos no son otra cosa que civiles armados, que antes del conflicto bélico eran hombres comunes, y que ahora se han unido a las Unidades de Defensa Territorial, un cuerpo desplegado en todo el país, al que pueden unirse firmando una especie de contrato y que Kiev sostiene que actúa solo en tiempos de guerra.
Desprovistos de los recursos de las grandes ciudades o del Ejército regular, su misión es ser la retaguardia, mientras los militares luchan en los principales frentes de batalla. Y sus labores son las de garantizar el orden público y ayudar a proteger los lugares estratégicos que hay como, en el caso de Obujiv, la cercana planta de procesamiento de papel y la central eléctrica regional.
“El problema es que muchos (milicianos) no tienen nada o poca experiencia, y se defienden como pueden”, cuenta uno de ellos a Télam, que pide que se lo identifique como “Patriota”, por no tener permiso de sus superiores para hablar con la prensa.
“En los pueblos más pequeños, algunos ni tienen armas de gran calibre. Solo luchan con navajas, fusiles de caza y sus cuerpos, en barricadas improvisadas”, confiesa este miliciano, que solía trabajar como recaudador de impuestos.
En Obujiv, quien está a cargo de estas tropas de soldados exprés es el coronel Alexsandr, jefe de la Administración Militar Regional del distrito, que antes también tenía otra vida, era político y tenía un cargo público.
Ahora es un hombre de voz calmada, al que todos los presentes obedecen y pocos ponen en discusión, y que lo primero que pregunta es cuánto tiempo durará la conversación. “Sabe, en estos días casi no dormimos”, aclara rápidamente Lia, su asistenta, responsable de logística, y la única mujer del grupo.
“La realidad es que no puedo quedarme mucho tiempo en el mismo lugar, por cuestiones de seguridad”, interviene el coronel, rodeado por cuatro milicianos de diferentes edades, al añadir que va a decir su apellido, pero tampoco quiere que se publique.
“No, no tengo miedo de morir. Somos hombres y haremos todo lo posible para defender nuestro país”, reflexiona, mientras detrás de él una cola de automóviles avanza lentamente por uno de los puestos de control que hay para entrar o salir de la pequeña ciudad.
El coronel sostiene que la guerra de Rusia no es solo una guerra contra Ucrania, sino contra “toda Europa”.
“Esto tiene que quedar claro, aquí luchamos para que todos seamos más libres y porque hemos sido atacados. Ellos son los invasores”, reitera, cuando su teléfono suena y uno de sus escoltas aprovecha el momento para gritar “Slava Ukraina”, la expresión nacionalista con la cual cada vez más ucranianos usan para saludarse entre sí.
Este hombre, que está al lado de otro que tiene un lanzagranadas en la mano y habla un mejor inglés que el coronel, explica entonces que, por la situación, también se ha establecido una especie de manual para los interrogatorios a las personas que quieren entrar y salir de la ciudad.
“Eso incluye pedir a aquellos que llegan que pronuncien el sustantivo ‘palianiza’, la palabra ucraniana para decir ‘pan'”, afirma, al agregar que, según ellos, los rusos no la saben pronunciar correctamente. “Ni los rusos ni los extranjeros”, termina diciendo, para lanzar una ruidosa carcajada después.
El miliciano que era recolector de impuestos entonces parece finalmente relajarse, y se disculpa ante los periodistas que primero han sido interrogados. “Siento que estén teniendo todos estos problemas. En tiempos normales no sería así. La verdad es que mi gente tiene mucho miedo y por eso se comportan de esta manera”, se justifica.
En la plaza de Rynok en Lviv, ciudad cercana a la frontera con Polonia, Taras, que hasta la guerra trabajó como informático y que pese al uniforme militar tiene poca pinta de ser de armas tomar, explica que la decisión de unirse a las milicias se debe a que “muchos decidieron que no podían quedarse con los brazos cruzados y decidieron defender a sus familias y amigos”.
Pero también dice que los recursos no sobran, a pesar de que se han alistado muchos jóvenes.
“Uno de los principales obstáculos que tenemos es que no tenemos ni lo que necesitamos para los entrenamientos, que por eso se realizan solo cuando es posible, y no con la regularidad que se necesitaría en estos momentos”, afirma.
“Un entrenamiento se llevó a cabo esta semana, pero el siguiente no sabemos. Tal vez sea en unos días, tal vez pase más tiempo, tal vez un día esta guerra acabe, aunque dudo que eso ocurra rápido”, concluye.
Fuente Ambito