LA HABANA, Cuba. — El pasado viernes leí en este mismo diario digital un trabajo periodístico muy bien argumentado escrito por Orlando Freire Santana. En ese texto, el colega hurga en las motivaciones ideológicas que podrían haber tenido el gobernante designado de Cuba y sus secuaces para mirar con buenos ojos la salvaje irrupción de las hordas del dictador ruso Vladímir Putin en Ucrania.
El titular recoge la esencia del asunto: El raro antiimperialismo de Miguel Díaz-Canel. El bajante, como se suele decir, pone el dedo en la llaga: “Él no puede identificar al verdadero imperialismo de hoy porque aplica una inservible definición leninista de hace más de cien años”.
En verdad, para los comunistas, el libro al que alude don Orlando —escrito en 1916 y publicado en abril del año siguiente; o sea, un semestre antes del putsch bolchevique de octubre-noviembre— constituye uno de los textos sagrados de su secta. Me estoy refiriendo a El imperialismo: fase superior del capitalismo, obra del subversivo profesional que, en lugar de su apellido, prefería emplear su alias delincuencial: Lenin.
Es verdad que estos rojos actúan de modo asombroso: Basta con enunciar el basamento de su ideología para comprender las razones de su monumental despiste actual. ¡Porque, señores, miren que buscar las claves del mundo de hoy en los potajes que unos alemanes doctrinarios empezaron a cocinar… en la primera mitad del siglo XIX!
Acude ahora a mi memoria una imagen de hace más de un cuarto de siglo, que es el tiempo que llevo sin poder ejercer mi profesión de abogado. Por aquellas fechas yo radicaba en el Bufete Especializado en Recursos de Casación, en los bajos del Tribunal Provincial, sito en Teniente Rey entre Prado y Zulueta (o Brasil entre Paseo de Martí y Agramonte, para los que prefieran los nombres oficiales, a los que los habaneros solemos hacer “el caso del perro”).
Pues bien: en la misma esquina radicaba una librería en la que la colección de las Obras Completas del jefe bolchevique dormía el sueño de los justos. Pero he aquí que un buen día, por frente a las puertas de cristal del bufete, pasó un joven foráneo (por su aspecto, de Centroamérica) que, muy orondo, cargaba con las ristras de esos volúmenes invendibles. ¡Un neófito extranjero tenía que ser, que los cubanos, aun los muy comunistas, no tenemos estómago para digerir esos ajiacos!
Califico de gran acierto la crítica del amigo Freire Santana a Díaz-Canel: ¡Invocar hoy el “antimperialismo” para criticar a Occidente —en primer lugar a Estados Unidos— es una enormidad! ¡Y hacerlo nada menos que cuando una gran potencia pretende borrar del mapa a un país independiente (que fue por eso que Putin dedicó horas a argumentar que los ucranianos no tienen una verdadera tradición estatal) o, cuando menos, determinar qué dirigentes deben elegir sus ciudadanos! (que es lo significa “desnazificar”)
Tal vez alguien desee concederles el beneficio de la duda a los iniciadores de la secta. Ciertamente, ni Marx ni Engels vieron el intento de aplicar sus peregrinas doctrinas. Alias Lenin sí, aunque por pocos años y menoscabado por la edad y las resultas del atentado que sufrió. Pero insisto en que, cuando él escribió sobre el “imperialismo”, sólo podía contar con teorías; ninguna práctica.
En esas condiciones, a un fanático no le era difícil atribuirle al fruto de sus delirios (el “socialismo”) todas las perfecciones habidas y por haber. También suponer que todo lo que de malo hubiera en la sociedad burguesa en la que vivía sería convertido en su exacto opuesto cuando su utopía se convirtiese en “luminosa realidad”. En esas condiciones es muy fácil —por ejemplo— creerse aquello de que “el socialismo es la paz”.
Mucho más difícil es seguir afirmando semejante tontería después de ver al dictador soviético alias Stalin repartiéndose Europa con su primo ideológico Hitler apoderándose de la mitad de Polonia o pretendiendo hacerlo con Finlandia entera. O a Kim Il-sung iniciando la terrible Guerra de Corea. O a Fidel Castro enviando guerrilleros y tropas de combate a medio mundo. O a los soviéticos en Checoslovaquia y Afganistán.
¡Pero en esas aventuras los rojos contaban con una coartada!: ¡La Unión Soviética, Norcorea y Cuba son “países del socialismo real”, y ya se sabe que en ellos no pueden perpetrarse crímenes o atrocidades! ¡A lo sumo, sólo se incurre en “errores” (sin importar que algunos de estos últimos se salden con la muerte de varios millones de seres humanos)!
¡Pero resulta evidente que la Rusia de hoy no puede proporcionar esa coartada a los comunistas del mundo! Por si los castristas aún no se han enterado, les informo que ya el gran país euroasiático no se considera “socialista”. ¡Ni lo es (esto último, claro, suponiendo que la burocracia partidista bolchevique erigida en “nueva clase” de verdad haya representado alguna vez a “la clase obrera” o a “todo el pueblo”)!
Muy por el contrario: Rusia se ha convertido en el gigantesco feudo de una pandilla de oligarcas que disfrutan con gran placer de su propiedad privada, la cual es ahora dueña y señora en lo que antaño fuera “la Meca del comunismo”. Es verdad que, como regla general, esos magnates, para amasar sus millones, aprovecharon sus posiciones en el Partido Comunista y el Estado Soviético. ¡Pero ya nada (o poquísimo) les queda de socialistas! Entonces, ¡por supuesto que no puedo admitir que los castristas defiendan la criminal aventura terrorista de Putin por razones ideológicas!
¡Si apoyan los pujos imperiales de la Rusia de hoy no es por una mal entendida “solidaridad socialista”! ¡Es simplemente porque no están dispuestos a malquistarse con quien (creen ellos) pueda estar dispuesto a dar las limosnas que necesitan desesperadamente para demorar un poco el inevitable naufragio hacia el que los conduce el inoperante régimen instaurado por ellos mismos, que ha hundido a Cuba en la miseria y la ha convertido en una destacada pordiosera internacional!
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org