
Periodista: ¿Qué referencias cinéfilas tomó?
Cristian Bernard: Siento que pude volcar acá el cine que amo, no hablo de un homenaje per se, el homenaje por el homenaje me parece una estupidez. Es ineludible pensar en Hitchcock o De Palma para contar una historia así. Muchos dicen que la trama sobre un escritor en una cabaña no es original, pero con ese criterio hay temas clausurados. Claro que la gran referencia es a Stephen King con “Misery” o a Stanley Kubrick, pero no sólo por ¨El resplandor¨ sino por ¨La naranja mecánica¨, o ¨Asesinos por naturaleza¨ de Oliver Stone. También está Spielberg, o cosas del western de John Ford.
P.: ¿Se vale también de herramientas de ese cine?
C.B.: Hay directores obsesionados con romper la forma, a mí me gusta el relato clásico y utilizo herramientas en desuso; por ejemplo, la técnica de la noche americana, que consiste en filmar de día pero que parezca de noche, es del Hollywood de los ´50, la de “Más corazón que odio” (¨The searchers¨) de John Ford. Genera un efecto óptico que pocos usan, esa noche ficticia que también es un homenaje a Truffaut. El cine de las últimas décadas intenta emular la realidad, la vida, con una fotografía naturalista; esto es al revés, es un viaje al corazón y la cabeza de un escritor, para lo que busqué la luz de la aurora boreal.
P.: ¿El paso al streaming le alarga la vida a las películas?
C.B.: Antes se estrenaba y, si se podía, se vendía a otros países. Hoy las plataformas permiten difundir nuestro cine y ganar otros públicos. Esta película la diseñamos para pantalla grande, pero en este contexto tendrá más llegada y desde una plataforma que tiene el sello desde “The Sopranos” o “The wire”.
P.: Dijo que el 50% de una película son los actores. ¿Y el otro 50%? ¿Cómo se lleva con los actores?
C.B.: No hubo ego con los actores, soy de escuchar, me gusta el proceso de ensayos y si discutimos fue en el buen sentido. No soy de discutir poder, eso lo hacen mucho algunos colegas, pero la película es mi visión y si una buena idea viene de otro, se la suma. El otro 50% del film es lo visual, la puesta en escena, en este caso era muy importante la atmósfera opresiva y oscura; transcurre de noche y con lluvia, retrata el estado mental del protagonista. La cámara es un personaje más.
P.: Al trabajar para una plataforma o gran estudio, ¿no se corre el riesgo de perder el control sobre la película?
C.B.: Siempre está el miedo, y si bien esta es una película que algunos llaman “encargo”, detesto esa palabra y si la acepto, deja de ser encargo para volverse tan personal como cualquiera que se me hubiera ocurrido hacer. La dibujé plano a plano. Además, venía trabajando en una película de terror que se pospuso y cuando me trajeron esta la tomé como un paso previo a mi próxima película. Hice mucho trabajo publicitario y ahí sí el director está más restringido aunque también los creativos saben trabajar para que el director se apropie. Es cierto que el montaje es consensuado con los productores pero no hubo grandes desacuerdos. Mi versión tenía 4 minutos más y si bien hay cositas que todavía extraño porque quedaron fuera, no deja de ser una versión que siento propia. Las grandes discusiones vienen en la preproducción o algunos aspectos del guión.
P.: ¿Cómo ve el cine de terror en la Argentina?
C.B.: Se trabaja hace bastante, pero una cosa es una película y otra es la industria. Hay referentes como Daniel de la Vega o Nicanor Loretti, los Bogliano o tantos que vienen desde lo independiente, pero no encuentran lugar en la industria. Hay prejuicio con el terror porque se asocia a los subgéneros o al gore, y eso atemoriza a los productores. Entonces el cine de terror aquí nunca explotó aunque tiene su público. Basta mirar las diez más vistas, siempre hay 3 ó 4 de terror, no hay que subestimarlo.

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