Periodista: ¿Qué le atrajo de la obra?
Carlos Kaspar: Tengo un hijo que adoptamos, siempre digo que fue como un embarazo de cinco años esperando que el juez nos llamara. Hicimos los trámites y vino Martín. Entonces para mi este tipo de historias tienen que ver con una cuestión de convicción. Algo similar a un personaje que hice pero aún más siniestro porque ocurría durante la dictadura. En este caso hago lo que me gusta aunque sea desde un lugar macabro pero para poder transmitir lo que pienso.
P.: ¿Por qué le tocan esos personajes que están del otro lado?
C.K.: Los actores estamos atados al physique du rol, uno da algo en escena y tiene que acercarse. En esta obra hay gente que vive en la indigencia más absoluta. Son víctimas de un sistema y se ven en la necesidad de vender a sus hijos, que también por otro lado es querer darles a los hijos una vida mejor, aunque no puedan verlo. Ellos tienen una realidad acuciante, están destrozados y hasta el cuello, lo afrontan como pueden. Claro que no los defiendo y digo ´venda a su bebé´ pero hay que ponerse en ese lugar si uno no tuviera una formación como la que tuvo y una realidad como la que tiene. Cuando interpretamos lo vemos desde nuestra perspectiva, con nuestra lupa, y hay que correrse, no ser tan piadosos con los personajes, entender y ponerse en sus zapatos. Es muy difícil entender la realidad de la desesperación de la pobreza. Y hay un sistema que facilita el mercado de la compraventa de bebés, hay jueces y abogados que hacen su parte y ponen los precios.
P.: ¿Cuáles son los temas de la obra?
C.K.: La maternidad y paternidad, el abandono. Aparece también la idea de que en algún punto hay espacio para el cariño, son pocos momentos pero los hay. También se pone en tela de juicio la cuestión de la pobreza. Hoy todos hablan de la economía pero nadie de pobreza en educación y formación, que son más esenciales a la hora de manejarse de una manera u otra. La pobreza es un monstruo que pisa fuerte, como la guerra.
P.: El tema de la guerra también lo obsesiona.
C.K.: Uno ve cómo evolucionó la violencia de manera sutil pero terrible. En la antigua Roma, para matar a una persona había que mirarla a los ojos. Luego llegaron las armas de fuego, y hoy con sólo apretar un botón vuelan personas, se libera un misil o un virus. La tecnología nos ha hecho involucionar, ya no nos sorprendemos cuando muestran un asesinato en la tele.
P.: Es un actor versátil que pasó por todos los ámbitos, ¿qué balance hace de su profesión?
C.K.: He tenido mucha suerte, trabajé en el off, comercial, oficial, ópera, TV, cine y ahora plataformas. Los actores estamos acostumbrados y entrenados a remar, porque son trabajos temporales y buscamos la manera de sobrevivir. Lo malo es cuando alguien que optó por cobrar un sueldo tampoco puede y está obligada, como nosotros, a vivir a los saltos.
P.: ¿Cómo ve la escena pospandemia?
C.K.: Pareciera que la pandemia fue una compuerta cerrada y cuando se abrió salió el caudal de agua con una oferta muy amplia que explotó. Todos queremos hacer teatro como si viniera otra pandemia. Somos un pueblo que ha sabido sublimar su frustración a través del arte. Si no tuviéramos eso, y los teatristas que tenemos, hace rato habríamos explotado. El arte nos permite hacer catarsis, es sanador.