Elvio Gandolfo: El de Ludueña es el único cuento que escribí dos veces en mí vida. La primera, cuando lo leí no me convenció. Era una época de textos muy vanguardistas. El cuento ocurría todo en un bar. Ludueña iba y venía al pasado. En esa primera versión, el error de Ludueña era trabajar solo. Decidí contar su historia en orden. Eran años que yo sentía la influencia de Jack London, un escritor que siempre me partió la cabeza. London es un clásico a la altura de Chejov. Ahora el error de Ludueña ya no es ir a combatir solo, su error es que va al bar del encuentro con un revólver, como un tarado, y les da la excusa ideal para acribillarlo. Ese cuento tuvo una pegada fuerte, lo incluyeron en varias antologías de cuentos policiales argentinos y hasta en una para los colegios secundarios.
P.: ¿Y qué lo llevó a desplegarlo y contar ahora la vida previa y final de quien fue un “soldadito” de la mafia?
E.G.: Yo había sacado dos libros seguidos levemente autobiográficos y estaba cansado de lo autobiográfico, era un género fácil, quise ir a un personaje. Me habían pedido en editoriales la serie “Ciudad de vacas voladoras”, que tengo que seguir, y me dije no, tengo que volver a Ludueña y contar su vida. Me puse a escribir tomando una línea de cada momento del cuento original donde se refiere al pasado. No lo hice en orden cronológico. Empecé por lo que me pareció más fuerte, la relación con la mujer. Lo que le pasó en esa relación en un pueblito de La Rioja, que fue intenso.
P.: ¿No sintió que el relato erótico lo alejaba de la tensión de la novela negra?
E.G.: No, la mafia estaba. Era la mafia la que lo había mandado ahí para protegerlo. Me tiene cansado la narrativa sobre la merca. Los relatos son siempre iguales. Me dije, yo voy a contar que Ludueña es de una época en que había otro tipo de mafia. Para ponerme a escribir no hice ninguna investigación histórica, conté la novela como estaba en mi cabeza. Tampoco nombré a Rosario y sin embargo aparece por los detalles que se van dando. Finalmente, el libro me regaló una voz narrativa flotante, que no es la de una tercera persona, y que en el violento último capítulo es como una voz de Dios.
P.: No será sobre la droga pero Ludueña trabaja para la mafia de un traficante.
E.G.: Una cosa es llevar y traer droga, y otra las guerras posteriores. En la magistral película “Carlito´s Way”, Al Pacino lleva y trae merca, luego de unos años en la cárcel; cuando sale piensa encontrarse con la mafia con la que él trataba y nada que ver, hay cuarenta mafias enfrentadas. Tanto Rosario como Montevideo hoy están muy arruinadas por los enfrentamientos entre bandas, inclusive extranjeras. En Montevideo hubo una serie de crímenes atroces que no tenían antecedentes. Es una pena, Montevideo me cae bien, tiene muchas cosas de Buenos Aires, pero a la vez tiene una mezcla rosarina, mendocina, cordobesa que no me cae, sobre todo en el manejo de la cultura.
P.: ¿Ludueña está en los orígenes de lo que hoy pasa?
E.G.: Hay una referencia clarísima a Alfredo Yabrán, el que no se dejaba sacar fotos. Inventé todo y quedó convincente, eso es un placer enorme. Al final me caía bien que Ludueña fuera un tipo controlado que no tiene nombre, solo apellido. El escenario de la mafia de la droga es un teatro surrealista, cruel, bestial. Ludueña tiene una familia a la que sigue queriendo, aunque su familia no entienda bien lo que él hace.
P.: ¿A qué se debe el auge editorial de la novela negra y de terror?
E.G.: Desapareció, por ejemplo, la ciencia ficción, y la fantasía es como un consumo exquisito, en cambio el policial y el terror venden mucho. Creo que eso se debe a la brutalización del entorno social, que es mundial. La violencia está por todas partes.
P.: ¿Por qué la mayoría de los libros de ficción que se publican son hoy de mujeres?
E.G.: Son cuestiones de momento que se imponen como si fueran para siempre. Ha habido una cantidad de exageraciones. Obviamente el relato por reiterado se volvió aburrido. Yo leo menos mujeres ahora. Tengo tres o cuatro mujeres preferidas actuales y muchísimas de antes. Era impresionante la cantidad de mujeres que escribían bien, no solo las Brontë. En especial May Sinclair, de la que Borges eligió el cuento “Donde el fuego nunca se apaga” para una de sus antologías, y Charlotte Perkins Gilman con su antológico “El papel amarillo”, un cuento feminista escalofriante. Eran minas que no escribían pavadas.
P.: ¿En qué anda ahora?
E.G.: Tengo un libro interrumpido, “Tao 99”, muy largo, que tiene una apuesta técnica complicada. Al protagonista, que no es escritor, le llegan unos trescientos números de The New Yorker. Los va leyendo en orden cronológico, sistemáticamente, a medida que transcurre el libro y va opinando desde su punto de vista. Por ejemplo, Bob Hope, que a mí nunca me movió un pelo, en The New Yorker leí una nota magistral, entonces cuento eso. Así se van mezclando esos noventa y nueve capítulos con las tres novelas cortas que escribe un amigo del protagonista que es escritor, de las cuales ya terminé dos. Si lo llego a terminar va a ser maravilloso. Lo que ocurre es que durante la pandemia no escribí nada, solo dos poemas y una serie de críticas.