Periodista: Sus compromisos de ahora con el Colón ya los había sellado cuando vino.
Javier Camarena: Sí. Quedé tan impresionado con el Teatro, con su gente, con la Argentina, con su comida… que hicimos el compromiso firme de hacer ambas cosas, un nuevo recital y una de las óperas, creo yo, más queridas por el público, como “L’elisir d’amore”. Estoy muy contento de que mi debut con una ópera entera sea con ella, y un equipo creativo extraordinario, como Nadine Sierra, con quien cantamos hace poco “Lucia di Lamermoor” en el Metropolitan de Nueva York; el grandísimo director de escena Emilio Sagi, con el que ya actué en “I Puritani” e “Il Pirata”, en el Real de Madrid, y el maestro Evelino Pidó en la batuta, que es una garantía de conocimiento belcantista.
P.: Y en estos cinco años, ¿cuáles son los cambios principales que experimentó su carrera?
J.C.: En principio una ampliación de repertorio hacia la parte más lírica: ya mencioné “Lucia”, también “Rigoletto”. Agregué nuevos papeles, como el de “Manon” de Massenet, “Romeo et Juliette”, de Gounod; pronto haré el Alfredo de “La Traviata” por primera vez, cuya aria y cabaletta canté en el concierto anterior en el Colón.
P.: Y a la vez retiró otros de su repertorio…
J.C.: Sí, “El barbero de Sevilla”, por ejemplo, que canté por última vez en 2018 en Nueva York. Mucho de Rossini ha ido quedando en el baúl de los recuerdos.
P.: ¿Eso es por necesidad de renovarse o porque su voz va cambiando y se adapta a esos nuevos papeles?
J.C.: Parte y parte. Mi debut en un teatro de ópera fue con un título rossiniano, y creo que soy uno de los tenores que más Rossini ha hecho, unos nueve o diez. A comienzos de mi carrera, casi todas las ofertas que me llegaban en Europa eran de ese repertorio. Y si bien lo iba resolviendo, no era en el que me sentía más a gusto. Hay una gran diferencia en mis sensaciones al terminar un “Barbero” que, por ejemplo, al fin de “La hija del regimiento” de Donizetti. Es de total plenitud en el segundo caso.
P.: Un tema ineludible hoy en la ópera es el de la “dictadura de los régisseurs”. Hay cantantes que se quejan de algunas puestas modernas.
J.C.: Vamos por etapas. Al principio, el dios del escenario era el cantante, que hacía lo que le venía en gana. Después ese lugar fue ocupado por el director musical, desde Toscanini al maestro Muti. Ahora estamos pasando por la época, que creo está terminando, en que la estrella, o el dictador, es el régisseur. Yo espero la etapa en que se pueda hacer un trabajo conjunto.
P.: Han aparecido críticas duras contra esa “Lucia” del Metropolitan que me mencionó antes, y que tuvo una puesta moderna.
J.C.: Eso fue sólo en la primera función. El resto tuvo un éxito impresionante. Hay gente que se dejó llevar por los avances, o los comentarios de otros, y la criticaron sin verla. Pero quienes fueron, aun con incertidumbre, quedaron encantados. Sobre todo si la vieron en el teatro, porque obviamente se hizo un gran trabajo técnico para la transmisión ya que era una puesta compleja, con cámaras que nos seguían para darle primer plano a algunas acciones. Por su originalidad y los resultados fue una de las puestas que más he disfrutado. Si se hubiera hecho esta misma producción pero con castillos de la época, aun derruidos, en lugar de edificios modernos, y vestuario también de la época, pues entonces nadie habría dicho nada. En todo caso, lo que yo podría señalar es que fue una puesta, como ocurre con otras actuales, que brindaba demasiada información visual, y entonces el espectador se enfocaba en algunas cosas y se distraía de otras. Eso exigiría, en una situación ideal, verla más de una vez. Fue una gran puesta. Si no hubiese sido así, no tendría yo reparos en decir lo contrario.
P.: ¿Le tocó actuar en puestas que no le gustaron?
J.C.: Claro que sí, sobre todo al inicio de mi carrera, cuando no tenía ni voz ni voto. Yo recién llegaba a Suiza, y de la Ópera de Basel mandaron a pedir un tenor que cantara el Conde de Lerma en “Don Carlo”, y también la parte de un heraldo, o algo así. Eran casi dos líneas para cantar, de cada uno. Ambas partes no requerían que estuviera más de dos minutos en escena, pero me dejaron la ópera entera allí parado, y lo que tenía que cantar lo cantaba con un megáfono. Era una puesta de Calixto Bieito…
P.: ¡Ah! Bieito es el mismo que hizo “Un ballo in maschera” con un coro de cincuentones desnudos.
J.C.: Es su estilo. También tiene producciones muy buenas. Yo no puedo decir que sea un mal director de escena, sólo que no comulgo con sus ideas. Y lo que creo es que hay urgencia de cambiar este panorama en la ópera, traer ideas nuevas, sobre todo porque el público hoy está sobreexpuesto a tantas cosas en lo audiovisual, el streaming, internet, las redes, que la idea de hacer un desnudo en una ópera no sorprende a nadie.
P.: ¿Y cómo será la puesta de ‘L’elisir’ que veremos?
J.C.: Pues… no quiero “spoi-lear”, como se dice ahora, pero Emilio Sagi es una garantía de buen gusto y creatividad. Lo único que puedo anticipar es que será una puesta muy divertida, moderna, situada en otra época; no será la típica versión de personajes pueblerinos.
P.: ¿Cómo vive hoy la ópera la era digital, el ocaso de las discográficas tradicionales, la desaparición de aquellos grandes locales donde el melómano revisaba durante horas los box sets de ópera en CD?
J.C.: Toda época tiene sus ventajas y sus daños colaterales. Antes de la invención del fonógrafo sólo se podía ir al teatro y escuchar al cantante en vivo. Luego llegaron los cilindros, años más tarde el disco de pasta, el LP, el CD, el DVD. Todo parecía para siempre y nada lo es. Hoy tenemos las plataformas, Spotify, la evolución que ha tenido la ópera en lo visual. Hoy es más práctico tener el móvil con la música que quieres: el álbum ya no lo arma el editor sino el oyente. Para las discográficas ya no es fácil invertir en la carrera de un cantante y ni siquiera son las que producen: eso es tarea de los patrocinadores. Ellas son el intermediario, el distribuidor. Siempre existirá la nostalgia por la ópera física en una cajita en la discoteca. Pero nada, nunca, podrá reemplazar la ópera al natural en un teatro.