Por Carlos Manfroni
urante una reciente entrevista, Fernando Vaca Narvaja, uno de los tres miembros de la conducción de la organización terrorista Montoneros, junto con Mario Eduardo Firmenich y Roberto Cirilo Perdía, declaró ante un periodista que él era especialista en explosivos. El entrevistador rió de manera cómplice mientras el entrevistado sonreía. Parece que todo está permitido cuando viene de ese lado, hasta burlarse de los muertos, que no fueron pocos.
Entre 1969 y 1979 explotaron en la Argentina 4380 bombas colocadas por organizaciones terroristas como ERP y Montoneros, según datos del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas, que tomó como fuente exclusivamente los atentados publicados por los diarios, por lo que el número es sin duda mayor. Esto significa más de una bomba por día.
El señor Vaca Narvaja tendría que explicar quiénes fueron las víctimas de esos explosivos que él dijo haber fabricado o dirigido en su producción. Y como seguramente no lo va a explicar, ya que en 40 años no lo hizo, un juez debería preguntárselo.
¿Será Laura Ferrari, la estudiante de la Universidad de Belgrano que murió a la salida del establecimiento cuando pasó cerca de un coche bomba el 8 de septiembre de 1975? ¿Serán los 11 miembros de la policía de Santa Fe que venían de dar seguridad al partido entre Unión y Rosario Central, el 12 de septiembre de 1976 en Rosario? ¿Será el matrimonio de Oscar Ledesma e Irene Dib, que por casualidad pasaba con su automóvil cerca del ómnibus donde estaban los 11 policías y que murieron en el acto? Así lo comprobó Andrea, su hijita de diez años, quien viajaba en el asiento de atrás, los llamó y, cuando no respondieron, saltó adelante y sacudió a su mamá, después a su papá, y su vida cambió para siempre. ¿Será Paula Lambruschini, la hija menor del vicealmirante Armando Lambruschini, quien murió a sus 15 años cuando Montoneros colocó una poderosa bomba junto a la pared de su dormitorio y demolió así buena parte del edificio? ¿Serán los otros vecinos que fallecieron por ese mismo atentado en la calle Pacheco de Melo, el 1º de agosto de 1978?
¿Serán los dos policías de custodia de los Klein, quienes murieron aplastados en el garaje de la casa en Olivos, cuando una carga explosiva sepultó a toda la familia bajo los escombros durante horas? ¿Serán las víctimas de alguna de las tantas bombas que el terrorismo islámico colocó por el mundo? Porque de acuerdo con las propias confesiones de montoneros, ellos montaron una fábrica de explosivos plásticos en Beirut, a cambio del entrenamiento que les daba la Organización para la Liberación Palestina. Los explosivos plásticos sólo sirven para atentados, no para la guerra.
No es lo único que tiene que explicar Vaca Narvaja. Debería contar, para la Historia, cómo fue que escapó el 27 de febrero de 1977, minutos antes de un allanamiento en el departamento que alquilaba en la avenida Ostiense 146, en Roma, junto con Eduardo y Teresa Sling Gerl. Y también porqué la policía de Italia dejó libre en el acto a su mujer, María José Fleming, quien llegó justo en el momento de la requisa, en la que la los efectivos encontraron tres pistolas, numerosos documentos, pasaportes robados a Francia y propaganda terrorista.
Y que diga también por qué aseveró en la entrevista que fue un éxito la contraofensiva montonera, cuando enviaron a sus compañeros refugiados en Europa, en 1979 y 1980, a cometer atentados en la Argentina. En 1980 murieron casi todos, mientras ellos, los conductores, se salvaron, como siempre.
Fuente La Nación