
El libro pone en evidencia el sentido comunitario que Minujín le imprime a sus acciones y, subraya el modo de comunicarse que la caracteriza, a través de encuentros lúdicos y relacionales. Con esta modalidad presentó en 1973 “Kidnappenning” en el MoMA, una cantata, ópera, danza, poesía y homenaje a Picasso, con unos memorables secuestros incluidos. Las imágenes muestran a Minujín con un grupo de performers con los rostros pintados. 15 personas aceptaron ser secuestradas esa noche y otras tantas prepararon lugares extraordinarios para el arribo. Después de un viaje en auto con los ojos vendados, unos llegaban a un banquete, otros a la casa de un crítico de arte y alguno quedó en el puente de Brooklyn o en una peluquería.
Como prueba de su eclecticismo, su obra más compleja es el “Minuphone” de 1967, un desafío tecnológico que mantiene el carácter social. Decidida a crear algo único, Minujín no dudó al gastar 5.000 dólares -de los 8.000 ganados en 1966 con la Beca Guggenheim- para construir una obra revolucionaria. El “Minuphone”, inspirado en las cabinas telefónicas, indaga el poder creciente de la comunicación, pero está teñido por la psicodelia hippie. A través del genial Roy Lichstenstein se conectó con el Experiments in Art and Tecnology, institución creada por el artista Robert Rauschemberg. Allí el ingeniero Per Biorn se entusiasmó con el proyecto y construyó la cabina. Hablar por teléfono desde el “Minuphone”, implica ingresar a un mundo alucinado donde se cruzan vientos, sonidos diferi-
dos, voces, colores y una marea de sensaciones, para llevarse finalmente una Polaroid de recuerdo.
Luego de presentar en la década del 70 la performance “Interpenning” en el MoMA; “Nicappening”, en un remate solidario de Sotheby’s y el happening “Imago Flowing” en Central Park; Minujín presentó “Deuda Externa”, en The Factory junto a Andy Warhol, su obra más abiertamente politizada. “Pensé en el maíz porque durante las guerras mundiales, cuando Europa tenía hambre, Argentina le dio de comer a todos; y como a los norteamericanos les gusta mucho el maíz, pensé pagar la deuda con ello. Le fui a contar mi idea a Andy, y él aceptó hacerlo conmigo. Compré mil choclos y los pinté de naranja para que simularan ser oro latinoamericano. Fui a la Fábrica (en la calle 32) donde me esperaba Andy, e hice una montaña gigante de choclos. Pusimos dos sillas y sacamos 12 fotos. Yo agarraba un choclo y se lo daba en la mano, luego hacia lo mismo con otro, y así sucesivamente. De esta forma, quedaba paga la deuda”, declaró Minujín con inocencia, pero segura de la potencia de un mensaje que nunca perdió vigencia. Es más, hoy, resulta fácil encontrar el sentido de un arte que pertenece al pasado pero que expresa cuestiones ligadas al porvenir.
El libro concluye con “La Menesunda reloaded”, la famosa ambientación presentada en los años locos del Instituto Torcuato Di Tella y reconstruida en 2019 en el New Museum de Nueva York. Iglesias Lukin reconoce a una artista “sinceramente innovadora que ejecutó algunos de los más avanzados experimentos artísticos sobre los medios y la tecnología de su época y que, en su fusión de arte y vida, expandió nuestra comprensión no sólo de lo que significa ser un espectador, sino también de lo que son las relaciones entre el arte, los medios y la sociedad en su conjunto”.
El exaltado fervor creativo de Minujín lo describió como nadie el teórico Oscar Masotta, en una carta que le envió a Romero Brest desde Nueva York. “Marta me insufló ese ‘objeto ansioso’ que tiene encima y ese gusto definitivo por la ‘historia ansiosa’, es decir por la evolución de un proceso donde cada etapa devora a la inmediatamente anterior”. Con la agenda cargada de actividades por todo el mundo, la artista disfruta del placer que le depara la creación y, lejos de posicionarse en su extensa producción histórica, encara el desafío y el riesgo de emprender nuevos proyectos, algunos, gigantescos.