Por Santiago Fioriti
Las 48 horas frenéticas del nuevo ministro: los duelos internos y los miedos del Frente de Todos. Nueva advertencia de la vice en medio de la pérdida de reservas y la suba de la inflación.
Tigre era una fiesta.
Lo fue, al menos, durante 48 horas, desde el momento en que juró Sergio Massa y sus dirigentes cantaron como si el Frente Renovador hubiera asumido la presidencia hasta que el nuevo ministro intentó designar a su número dos en el Ministerio de Economía. Massa les dijo el jueves a la noche a los periodistas acreditados en el Palacio de Hacienda que revelaría su nombre al otro día. Estaba preparado hasta el tuit con el anuncio. Menos mal que no lo publicaron. Cuando el propio massismo hizo saber el viernes a la mañana que el elegido era Gabriel Rubinstein, una catarata de apreciaciones del economista se volvió viral. La más dura, un sarcástico mensaje que bien pudo haber salido de la cabeza de un troll, pero que fue posteado desde su cuenta de Twitter. En el tuit se ve una foto de Cristina con una pala, cavando un pozo, y acompañada del siguiente diálogo:
—¿Dedicándose a la jardinería, jefa?
—No, consultando el saldo.
Para que el horror fuera perfecto, el tuit escaló en los portales apenas cuatro días después de que los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola iniciaron el alegato en el juicio oral por corrupción en el que pedirá una dura condena para Cristina por asociación ilícita por beneficiar a Lázaro Báez con contratos multimillonarios durante su gestión y la de Néstor Kirchner, y el mismo día en que se reveló que Máximo Kirchner controlaba esos proyectos. Es cierto que Alberto Fernández y Massa han dicho cosas igual de graves, pero Rubinstein no aporta votos y su desembarco fue tan repentino que no hubo tiempo para preparar el terreno. Por lo pronto, parece que nadie se había tomado el trabajo de revisar sus redes sociales.
El no anuncio del economista se convirtió en la pesadilla del fin de semana para la Casa Rosada y en una luz amarilla para el perfil de autoridad que procura instalar Massa, que busca diferenciarse de Martín Guzmán. Tampoco quiere decir que no vaya a producirse el anuncio, pero entró en un compás de espera y solo eso bastó para fomentar rumores y la primera sensación de desasosiego en el equipo del Palacio de Hacienda.
¿Dará su consentimiento la vicepresidenta? Hay gestiones en marcha para disuadir el malhumor que generó en su círculo más íntimo. Habrá que ver si es suficiente el argumento con que intentan persuadirla: de que ahora sería más costoso no nombrarlo que tragarse el sapo de sus críticas. Incluso las más recientes, sobre “las taras mentales de Cristina” o sus retuits de Patricia Bullrich.
Rubinstein, un hombre de bajo perfil que goza de prestigio en el mundo económico por sus aciertos en materia de pronósticos inflacionarios y de crecimiento, se enteró del revuelo en Estados Unidos. Su semblante se alteró en pocos minutos. Estaba recibiendo felicitaciones de amigos y colegas cuando le tuvieron que pedir desde Buenos Aires que apagara el celular para no confirmar ni desmentir la información. Lo hizo durante varias horas, pero la situación se tornó insostenible para él. Contestó el viernes a la noche con un enigmático mensaje que copió y pegó en los WhatsApp de pocos confidentes. Decía, textual: Hola! Estoy de viaje hasta el martes. Gracias. Saludos!
La novela Rubinstein pudo haberse evitado si Marina Dal Poggetto hubiera dado el sí para ese puesto. La directora del estudio Eco Go salió del brete con una frase que a los massistas primero les causó indignación y luego ternura: “Yo no sé cantar la Marcha Peronista”, les dijo, y clausuró la oferta.
La demora del nombramiento del segundo de Massa desnuda las dificultades del conductor de la cartera económica para ejercer su poder, que no empiezan ni se acaban en la figura de Rubinstein. El área energética es central para la edificación de esa concentración que pretende construir y para alimentar la ostentación del cargo de superministro desde el que espera subirse al trampolín electoral el año próximo.
Massa quiso barrer al mismo tiempo con el secretario de Energía, Darío Martínez, y con su segundo, el subsecretario, Federico Basualdo. No pudo y el problema ganó en intensidad cuando Martínez se percató de la jugada y les dijo a sus colaboradores que se iba. “No quiero enterarme por Twitter cuando me echen”, confió. No sería una buena carta de presentación para quien se propone gobernar Neuquén en el próximo turno.
El mismo Martínez filtró la renuncia el jueves por la noche, mientras el entorno de Massa aseguraba: “No tenemos nada confirmado”. Martínez se irá en el corto plazo, pero los nombres que empezaron a sonar para su reemplazo no son, lo que se dice, del riñón massista. Federico Bernal, por ejemplo, que es el actual titular del Ente Nacional Regulador del Gas (Enargas) o Rosana Bertone, la ex gobernadora de Tierra del Fuego.
Cristina no resignará el manejo de la energía, como Alberto Fernández tampoco quiere desprenderse de la conducción del Banco Central, pese a que para Massa -en eso lo apoya Cristina- el ciclo de Miguel Pesce es decepcionante. Al tigrense le prometieron mucho para que asumiera. Le dieron bastante, pero podría no ser suficiente. No es solo un juego maligno de Cristina. Alberto, cuando quiere, también puede ser dañino. Que lo diga Juan Manzur, si no.
El peso de la ex presidenta y la filtración de algunos nombres en los medios habían conspirado también contra el armado de la escudería massista. A Martín Redrado lo llamaron para saber si estaba dispuesto a volver al Banco Central, a Miguel Peirano lo tentaron con un ministerio y a Roberto Lavagna buscaron seducirlo con una asesoría permanente que lo pusiera en un lugar preponderante. Los tres vieron sus nombres instalados en los medios, como si hubieran dado el sí, y tomaron una distancia inmediata, lo mismo que Emmanuel Alvarez Agis, Diego Bossio y Marco Lavagna, que aseguró que bajo ningún aspecto dejará la conducción del Indec. Massa debió dar, y está dando, una dura batalla para completar su plantel.
Hubo empresarios con los que tiene una relación cercana, o demasiado cercana, que lo ayudaron. José Luis Manzano se paró al frente de ese operativo. Podría atestiguar Daniel Marx, flamante asesor en el Comité para el Desarrollo del Mercado de Capitales y Seguimiento de la Deuda Pública. Manzano lo llamó para pedirle que asumiera, aunque una fuente al tanto de la negociación confió que más que un pedido fue una orden. Marx es un hombre que irrita al sector más duro del Frente de Todos.
El gran drama de la economía sigue siendo la falta de dólares. Menos dólares es igual a más inflación y a una ampliación de la brecha cambiaria entre el dólar oficial y el contado con liqui, que es el que usan las empresas para cambiar pesos argentinos por dólares en el exterior, mediante la compra-venta de acciones o títulos de deuda. Es todo eso y es, también, una amenaza latente de que podría devaluarse aun más el peso. Massa hizo una apuesta arriesgada en su presentación: como Guzmán, dijo que no habrá devaluación.
Fuentes de mucho peso en el mercado y con acceso a la intimidad del Banco Central estiman que, contando el oro y los derechos especiales de giro, las reservas del Central no llegan a los 2 mil millones de dólares. Esa es la capacidad de maniobra que tiene para intervenir y evitar saltos en la suba del dólar oficial, si es que no apela -como intuyen los más alarmistas- a los encajes de los bancos. Los encajes representan el 30% de los depósitos privados -es decir de las personas y las empresas, sin contar los del sector público- que están depositados en los bancos y que las entidades a su vez deben depositar en el Central.
Sin contar el oro y esos derechos especiales, las reservas son negativas en unos cinco mil millones de dólares. Es el número real de pánico. No es casual que Massa haya hablado de aumentar la cantidad de dólares con créditos y beneficios para los exportadores en 7 mil millones en los próximos sesenta días.
Sesenta días podrían ser una eternidad. El Central lleva vendidos US$ 924 millones desde la designación de Massa. Solo pasaron siete días hábiles. Cristina está aterrada y repite: “Se los vengo diciendo y siguen negando el festival de importaciones”, como si no fuera parte del mismo proyecto.
La vicepresidenta se aferra a una vieja enseñanza de Kirchner. Las reservas del Banco Central son, en última o acaso en primera instancia, sinónimo de acumulación poder.
Cuando empiezan a extinguirse, el poder entra en fase de disolución y el crac puede volverse inevitable.
Fuente Clarin