Cuando no trabaja en la producción de eventos culturales en Miami, Galan, de 34 años, se dedica a perseguir estos reptiles nocturnos procedentes del sureste de Asia.
Lo hace como cazador profesional, contratado por la Comisión de Conservación de Vida Silvestre y Pesca de Florida (FWC, por sus siglas en inglés) para ayudar a controlar la población de esa serpiente constrictora en el estado, que expertos estiman en decenas de miles de ejemplares.
De noche, Galan recorre kilómetros por carreteras asfaltadas y caminos de grava a bordo de su camioneta. Conduce despacio, observando con su linterna la hierba de los márgenes, las raíces de los árboles o las orillas de los canales de los Everglades donde, aquí y allá, brillan los ojos de los caimanes.
Cobra 13 dólares la hora y una tarifa adicional por pitón encontrada: 50 dólares si mide hasta 1,2 metros, y 25 dólares más por cada 30 centímetros adicionales.
Pero en esta noche de agosto, el actor de formación tiene una motivación extra. Durante 10 días, la FWC ha convocado un concurso de caza de pitones al que participan unas 800 personas.
El premio es de 2.500 dólares para quien encuentre y mate más pitones en cada una de las categorías: profesional y aficionado. Y a Galan le encantaría ganar ese dinero para celebrar la llegada de Jesús, su bebé recién nacido.
Las pitones birmanas, importadas inicialmente como mascotas a Estados Unidos, se han convertido en una amenaza para los Everglades desde que el ser humano liberó ejemplares en la zona a finales de los años 1970.
Esta serpiente invasora no tiene ningún depredador natural, y se alimenta de otros reptiles, de aves y de mamíferos como los mapaches o los ciervos de cola blanca.
“Son un depredador increíble”, dice Galan, admirativo.
Los ejemplares localizados en los Everglades miden de media entre 1,8 y 2,7 metros de largo, pero encontrarlos de noche en el humedal de más de 607.000 hectáreas es como buscar una aguja en un pajar.
Galan tiene el ojo entrenado, además de la paciencia y la valentía necesarias para esa actividad.
Tras dos noches sin éxito, avista una sombra en el arcén de la carretera 41, que atraviesa los Everglades de este a oeste.
En unos segundos, salta de la camioneta, corre y se lanza sobre el animal, una cría de pitón birmana. La agarra por detrás de la cabeza para evitar su mordedura y la observa, satisfecho, antes de meterla en una bolsa de tela que cierra con un nudo. La matará horas después con una pistola de aire comprimido.
Unos kilómetros más adelante, una pitón enorme se desliza por el asfalto. Galan sale disparado de su vehículo, pero esta vez la serpiente se le escapa y desaparece entre la hierba, dejando atrás un fuerte olor a almizcle, un mecanismo de defensa.
Galan siguió una breve formación en línea antes de cazar pitones, pero asegura que todo lo que sabe de eso lo aprendió de Tom Rahill.
Este hombre de 65 años fundó hace 15 la asociación Swamp Apes para ayudar a veteranos de guerra a lidiar con sus recuerdos traumáticos a través de una actividad original: la caza de pitones.
Durante unas horas, Rahm Levinson, un veterano estadounidense de la guerra de Irak, busca serpientes junto a Rahill y Galan, dos de los pocos miembros de la asociación sin pasado militar.
“Esto me ayudó a superar muchas cosas en casa”, cuenta el exsoldado de 41 años, que sufre estrés postraumático. “No puedo dormir, y tener a alguien con quien salir a medianoche o las dos de la madrugada a cazar pitones es algo productivo y bueno”.
Galan coincide en el efecto tranquilizador de esa actividad. “A veces, cuando tengo las piernas hundidas hasta las rodillas en el pantano, me siento muy en paz”, dice.
El cazador también se siente orgulloso de participar en un esfuerzo que ha permitido eliminar más de 17.000 pitones desde el 2000, mientras pasa horas en la naturaleza.
“Una de las mejores cosas que saco de esto es la cantidad de belleza que me rodea”, asegura. “Si miras de cerca, abres los ojos y observas, verás mucha magia aquí”.
Fuente Ambito