Dr. Jorge Corrado* -Especial Total News Agency-TNA-
“El Gobierno quiere aplastar el crimen organizado. Es un chiste. ¡Si el crimen organizado es el propio Gobierno! La única diferencia entre ellos y nosotros es que ellos son más organizados.” La hora de los caballeros (2009), Don Winslow
“…Del exterior llega al país una avalancha de estupefacientes, importados por un grupo de contrabandistas eficientes y bien organizados. La quinta parte de la población se torna drogadicta, epidemia que supera a cualquiera que se conozca desde la época de las grandes plagas. No sólo sucumben los pobres, sino también los potentados. El hampa ostenta con cinismo los dividendos del narcotráfico, a más de dominar muchos gobiernos regionales y aún amenazar la integridad del gobierno nacional. Ninguno de sus adversarios está a salvo de sus sicarios, ni siquiera el Jefe de Estado. Las instituciones del orden están en ruinas. El deterioro de los cimientos morales de la nación es ya más que peligroso…”
Por conocido que esto suene, no es una descripción de Argentina 2022, sino la de China de 1838, en vísperas de la primera Guerra del Opio, cuando Gran Bretaña desembarcó tropas para obligar a China a ingerir el veneno que distribuían los mercaderes británicos. Tal como lo escribe a sus superiores en el exterior uno de los más importantes narcotraficantes británicos: “Mientras China siga siendo una nación de opiómanos, no hay el menor motivo para temer que se convierta en potencia militar de importancia alguna, ya que el vicio agota las energías y la vitalidad de la Nación”.
El optimismo cultural que acompañó al desarrollo más o menos venturoso de Latinoamérica en los 50’ y los 70’, templó la fibra moral de las naciones cuya herencia religiosa y cultural refleja la creencia profundamente arraigada en el inconsciente colectivo. Con la crisis social maniquea surgida desde la guerra fría y la de la deuda progresiva, vino la desesperanza del desempleo en masa, la desnutrición crónica y la marginación: los ingredientes de un ambiente de pesimismo cultural propicio al narcotráfico, al terrorismo y al caos de la desintegración socio-política.
Hoy toda nuestra América Latina constituye el ámbito ideal para la propagación de lo que se denomina Crimen Organizado Transnacional y que en nuestro continente tiene un nombre: NARCOTERRORISMO. Las condiciones estaban dadas y la oportunidad era propicia, hasta el 11 de septiembre de ésta año.
En notas anteriores hemos definido a éste hecho y amenaza. Hoy nos adentraremos en su funcionamiento interno, sus modos de acción y las estrategias que implementa para la prosecución de sus fines.
Los grupos del crimen organizado transnacional son, de muchas maneras, los que sacan más provecho de la globalización. Las empresas legítimas se ven todavía constreñidas por las leyes y regulaciones del propio país y de los países donde operan. Las organizaciones y redes del crimen transnacional consiguen, con ayuda de la corrupción, la extorsión y la intimidación, usar para su pleno beneficio los mercados abiertos y las sociedades en decadencia.
Hay tres tipos básicos de corporaciones relacionadas con el crimen:
• Estructuras empresariales ilegales, como los carteles de las drogas;
• Firmas legales que se involucran en el delito financiero, como los bancos que, de hecho, se especializan en facilitar el lavado de dinero y la evasión impositiva y
• Empresas lícitas creadas, total o parcialmente, con dinero obtenido del crimen organizado.
Las organizaciones criminales organizadas no sólo mantienen vínculos con algunas empresas legítimas y con algunos sectores del gobierno. Algunas veces prosperan también con el terrorismo y la guerra civil. En unos 30 países, los grupos que participan en la rebelión armada contra el gobierno financian sus campañas terroristas, total o parcialmente, con ingresos generados por los impuestos que le cobran a la producción de drogas o por su participación directa en el tráfico.
No es una coincidencia que las perturbaciones de la década de los 90 en Europa Sudoriental estuvieron relacionadas con la ruta de los Balcanes, por la que en cada año pasan a Europa toneladas de heroína. Y no es una coincidencia que Afganistán, Colombia y Birmania, los tres productores de drogas más importantes del mundo, sean al mismo tiempo el escenario de algunas de las guerras civiles más prolongadas de los últimos 50 años.
El gran número de actores, las inmensas sumas de dinero, el necesario sigilo de la clandestinidad y las dimensiones internacionales del mercado: todo ello obliga a los criminales transnacionales a combinar, a lo largo de toda la transacción, una serie de bienes y servicios de naturaleza económica, política y militar. Para que éstos actores puedan desenvolverse, tres servicios fundamentales tienen que estar disponibles: el capital, la violencia y la no actuación de las autoridades y órganos jurisdiccionales del Estado.
El Crimen Organizado Transnacional posee, consecuentemente, un carácter multivalente. Más allá de la mera y axial acción económica, se desempeña también necesariamente en los campos político y militar. Por ende, es un problema estratégico de primer orden, comprendido por su esencia en el área de la Política de Defensa Nacional.
El poder de la mafia se extiende cada vez más porque su desleal competencia, de manera creciente, incluye armas ilegales, el asesinato, la violencia física y todo el repertorio de acciones imaginables, en función de sus fines. La crisis del monopolio estatal de la violencia y su exceso de liberalidad, obra como multiplicador del poder de los mafiosos y les posibilita readaptar el sentido del repertorio de acciones heroicas, que constituyó “el legajo del hombre de honor”, de hace treinta años.
A manera de hipótesis, que en muchos casos ya son hechos, es posible pensar que las estrategias de búsqueda de legitimidad de los empresarios criminales, evitan la capacidad local que pueda poner en tela de juicio la actividad criminal, dando lugar a represalias por parte de las autoridades. En la actualidad los grupos mafiosos consideran más eficiente, para garantizar la no actuación del Estado, buscar la aceptación de la clase dirigente política tradicional y el acceso a las redes de poder, que la del apoyo popular directo, como lo hicieran los terroristas revolucionarios en décadas recientes.
Una estrategia mucho más directa, pero igualmente presente en todos los segmentos del mercado ilegal, es el soborno ocasional o regular de miembros o unidades enteras de autoridades políticas, militares, policiales, judiciales o burocráticas. La corrupción no ha debe ser considerada como exclusiva de los mercados ilegales, sin embargo, en los mercados ilegales la corrupción ocupa un lugar central, que en general. no ocupa en los mercados legales.
ASÍ LAS COSAS, DESDE LA PERSPECTIVA DEL ESTADO, LA CORRUPCION DE SUS FUNCIONARIOS SE ASEMEJA MUCHO A UNA HIDRA DE MIL CABEZAS, O A UN “BALANCE GENERAL DE COMPORTAMIENTO ILEGAL”.
La estrategia más eficaz y confiable de las organizaciones criminales (y probablemente la más corrosiva, en lo que a la legitimidad del Estado se refiere) es mantener varios funcionarios estatales en PUESTOS CLAVES, en una lista regular de pagos, es decir, establecer verdaderas “redes de infiltración e información”.
Los círculos sociales, políticos y económicos que giran en torno al poder, a través de las relaciones de amistad o sobornos, puede posibilitar a los empresarios narcotraficantes accesos de alto nivel para inhibir a los organismos de la seguridad y de la justicia. Se trata de una estrategia que, en ocasiones, puede ser más eficaz que la mera compra e infiltración de las autoridades superiores, con responsabilidades políticas.
Como ejemplo de lo citado tenemos el caso de Colombia: las campañas de bombas, secuestros y asesinatos desencadenados a partir de mediados del año 1989 por una parte del empresariado narcotraficante, tuvieron costos institucionales extremadamente altos para el Estado colombiano. De hecho, un reducido número de empresarios narcotraficantes, en unos pocos meses, logró desestabilizar a la sociedad y al Estado de una manera mucho más fulminante que el movimiento guerrillero en casi treinta años de lucha armada.
El imperativo categórico de la maximización de los beneficios se muestra, en ese caso, en forma contundente, sin ninguna ambigüedad. El mercado ilegal no es la cara opuesta de la racionalidad capitalista, sino que es la forma más descarnada que pueden adquirir ésos valores desnaturalizados. Se podría decir que el mercado ilegal es una “radicalización” de esa lógica capitalista, que no soporta contradictores u oposiciones para la realización de sus fines: se derriban los posibles obstáculos que dificulten la consecución de sus fines, con “cualquier” medio.
Los grupos del crimen transnacional controlan miles de millones de dólares en activos. Su enorme poderío económico facilita la corrupción nacional e internacional.
Socavan gobiernos y la transición a la democracia de las sociedades que devienen del socialismo o del autoritarismo. Minan los intentos de los países en desarrollo y en transición para desarrollar democracias y convertirse en economías de mercado libre.
Las ganancias masivas que obtienen los diversos grupos del crimen organizado transnacional, lavadas en los mercados financieros internacionales, socavan la seguridad del sistema financiero mundial. Entre tanto, la competitividad de las empresas legítimas se ve disminuida por la participación del contrabando, el espionaje industrial y tecnológico el soborno y la podredumbre.
Ninguna forma de gobierno es inmune al desarrollo de las organizaciones criminales transnacionales, ningún sistema legal es capaz de controlar totalmente el crecimiento de ese crimen y ningún sistema económico o financiero está seguro frente a la tentación de obtener ganancias a niveles muy superiores a los que son posibles con las actividades legales. Las consecuencias son aun más devastadoras en las sociedades en transición, donde el pueblo trata de establecer la democracia, la autodeterminación y el imperio del derecho.
El crimen organizado ha penetrado algunos Estados, desde el nivel municipal hasta el federal, a través del financiamiento de campañas políticas y la elección de sus miembros como parlamentarios. Los grupos criminales han designado funcionarios de gobierno. En algunos casos, han suplantado al Estado al proporcionar la protección, el empleo y los servicios sociales que ya no pueden obtenerse del nuevo gobierno que lucha por sobrevivir.
Los costos políticos del crimen organizado son impresionantes. La corrupción y la penetración del crimen organizado en el proceso político impiden la aprobación de nuevas leyes necesarias como base de una economía democrática, de mercado libre. Una autoridad impositiva corrupta y los vínculos del personal del gobierno con el crimen organizado, privan al Estado de los ingresos que necesita. Cantidades substanciales de ciudadanos han perdido la fe en la integridad y capacidad del proceso legal y en la capacidad de sus nuevos gobiernos de cumplir con obligaciones básicas, tales como el pago de salarios, beneficios jubilatorios o el cuidado de la salud.
Pero el costo inaceptable de esta presente agresión estratégica, es la degradación y destrucción de la identidad cultural de las generaciones jóvenes, que ven cegado su futuro y truncadas sus esperanzas de progreso. Debemos recuperar moralmente a nuestra sociedad y sus instituciones. Hemos perdido sucesivas generaciones de jóvenes en los últimos treinta años. En los 70’, embarcados en la borrachera ideológica que destruyó a los hogares de clase media en la locura subversiva, que ha dejado profundas secuelas sociales e institucionales, cuya incomprensión hoy impide la rehabilitación plena del Estado-Nación. En los 80’ pos-Malvinas, hasta hoy, los jóvenes fueron pasto de las drogas. Como en EEUU con la guerra de Vietnam, se creó entre nosotros un ambiente de desesperanza moral que hizo grave daño entre los jóvenes. Entre nosotros también progresivamente se desintegró el sentido de orgullo nacional y de confianza en el progreso futuro de la Argentina.
No vislumbrar esta realidad es negarnos a nosotros mismos la posibilidad del desarrollo sostenido de nuestro país y por ende de toda la región, que en definitiva es la única herramienta perdurable que nos permitirá destruir o por lo menos contener al flagelo más complejo del siglo que comienza. Nuestra joven Nación se lo merece.
Hoy más que nunca toman fuerza y vigor las palabras de José Ingenieros pronunciadas a finales del siglo XIX: “Avergüénzate, joven, de torcer tu camino cediendo a tentaciones indignas. Si eres artesano evita enlodazarte recibiendo cosa alguna que no sea en compensación de tus méritos; si eres poeta, no manches la túnica de tu musa cantando en la mesa donde se embriagan los cortesanos; si eres sembrador, no pidas la protección de ningún amo y espera la espiga lustrosa que el encantamiento de tus manos rompe el vientre de la tierra; si eres sabio, no mientas; si eres maestro, no engañes. Pensador o filósofo, no tuerces tu doctrina ante los poderosos que la pagarían sobradamente; por tu propia grandeza debes medir tu responsabilidad y ante la estirpe entera tendrás que rendir cuenta de tus actos. Sea cual fuere tu habitual menester –hormiga, ruiseñor o león-, trabaja, canta o ruge con entereza y sin desvío: vibre en ti una partícula de tu pueblo.”
*Dr. Jorge Corrado. Director del Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires. Profesor Titular Estrategia, Geopolítica y Ciencia Política. Universidad Católica de La Plata.