Por Pablo Mascareño
En 1998, el entonces presidente argentino visitó Londres y tuvo un particular encuentro con la monarca británica; bailes, chistes y regalos curiosos
Fue una visita bien al estilo menemista. A finales de octubre de 1998, Carlos Saúl Menem, en su carácter de presidente de la Nación, visitó Londres en una gira oficial en la que estuvo secundado por su hija Zulema María Eva, en el rol de primera dama sui generis, responsabilidad que ocupó luego de la separación de su padre con Zulema Yoma. Era la primera vez que un primer mandatario argentino pisaba el Reino Unido luego de la guerra de Malvinas de 1982.
Aquella visita estuvo atravesada por el nerviosismo que le generaba a los responsables del ceremonial las posibles licencias que padre e hija podrían cometer ante a las autoridades británicas y, sobre todo, frente a la reina Isabel ll. Con todo, el riojano no se privó de colocarle un poncho a su majestad y hasta de bailar tango en una recepción multitudinaria.
Menem, Zulemita y parte de la comitiva se alojaron en el Hotel Claridge’s, de buena ubicación en Brook Street y considerado, en su época de esplendor, una continuación de Buckingham por su estrecha relación con palacio. Desde allí partieron el 28 de octubre de 1998 hacia la sede de la monarquía local, a esa postal tantas veces repetida, a ese lugar con el cambio de guardia más famoso del mundo.
A la una en punto de la tarde, la comitiva de cinco vehículos oficiales, más los de la custodia, ingresaron a un patio de recepción donde sobre las escalinatas del edificio esperaba la reina y el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, su marido. Cada coche llevaba la bandera argentina, como corresponde a cada visita oficial, pero que, en este caso, implicaba algo más, teniendo en cuenta el litigio sobre las islas del Atlántico Sur. Con todo, ese sería un tema que solo se tocaría por lo bajo. El almuerzo implicaba otra tónica, esos no son temas que su majestad toque con los mandatarios. Ella reina, pero no gobierna.
Menem lució un traje a rayas y su hija un tailleur de Elsa Serrano de color blanco. Su cabello tirante, se remataba en una larga trenza sobre el saco. La Casa de Windsor no admite errores, y el vestuario es parte de las reglas a cumplir. Ambos ya habían sido entrenados para no cometer imprudencias insalvables. En el extenso rigor protocolar, cuyo estudio llenaba de tedio a Menem, se les aclaró que solo debían darle la mano a la reina. A Zulemita le indicaron especialmente que no debía besarla, ni siquiera en su mano. A Menem le ordenaron que debía dirigirse a Isabel ll siempre con el “Su Majestad” e inclinar levemente su cuerpo para saludarla. No hubo ningún error en todo eso.
Adiestrada para la ocasión, Zulemita avanzó detrás de su padre para saludar a la anfitriona. Luego de la bienvenida pública, ingresaron a la residencia. El primer paso de la velada fue dirigirse al patio de honor para que Menem, junto con el príncipe Felipe, pudiese pasar lista a la Guardia Real. La reina y Zulemita observarían la escena. Luego se entonó el Himno Nacional Argentino.
Ya en los salones de palacio, con astucia, la corona ubicó alternadamente en la mesa de 12 comensales a los argentinos y a los locales. Esto acotó los posibles papelones por no saber conducirse en palacio. Los responsables de la embajada argentina en el Reino Unido trabajaron arduamente en la concientización y enseñanza de normas inviolables.
Además de su majestad, Carlos Menem y Zulemita, del almuerzo participaron Eduardo Menem, Alberto Pierri, el embajador Rogelio Pfirter, el canciller Guido Di Tella, el secretario general Alberto Kohan y el gobernador de San Juan, Jorge Escobar. A la reina la acompañó su consorte y junto a ellos los secretarios privados, el encargado de Latinoamérica en el Foreign Office y el embajador en Buenos Aires.
Como corresponde, Isabel ll manejó los tiempos de la reunión. Cuándo comenzar a almorzar, el tiempo entre un plato y otro, y cuándo se daba finalizada la reunión con el café y los petit four. La reina dedicó el primer plato a Menem. Se trató de unas sabrosas croquettes de Homard con salsa Newburg (pescado). Luego siguió filet de veau roti aux artichauts y poireaux sautés con pomme dauphinoise (carne asada con papas y arvejas). Durante el primer plato, todos debían conversar con quienes tenía a la derecha. En el segundo, con el comensal de la izquierda. De esta forma, se garantizaban charlas individuales, amenas y alejadas de los rimbombante de la política.
Uno de los momentos más simpáticos lo protagonizó Guido di Tella, quien comentó que tenía una nuera inglesa. La reina, ni lerda ni perezosa, le remató: “Es lo que hay que tener”.
Antes de despedirse, Menem no pudo con su genio y sacó el tema Malvinas ante la incomodidad de los comensales, incluida la reina. “Usted no es el mismo presidente de aquella época”, le dijo ella. A lo que el riojano respondió: “Señora, miremos para adelante”. Buenas costumbres, sonrisas de rigor y a otra cosa. Antes, Kohan se había referido, durante el almuerzo, a la lejanía que significaba para el Reino Unido aquellas tierras australes. Fue el consorte de Isabel ll quien le sugirió que “los argentinos deben seducir a los isleños”. Ante eso, el secretario general no dudó en decirle que la Argentina cuenta con el seductor número uno: el Presidente de la Nación. Fin con sonrisas incómodas para un momento no protocolar, pero de alto valor político.
La escena final fue la consabida entrega de regalos y la foto de rigor. Isabel ll le entregó a Carlos Menem la condecoración Gran Orden de Miguel y Jorge, y un portarretrato de plata con una foto de ella y su marido. Egos extremos y protocolares.
Momento incómodo
Lo mejor de la jornada fue sin dudas el momento en el que el argentino hizo gala de sus obsequios para la dama: un cuadro de la pintora Leonora Von Eldemberg con una imagen ecuestre y un poncho de vicuña para Felipe de Edimburgo. Cuando la reina vio la prenda, elogió su textura. Menem le explicó que se trataba de un animal en extinción y que él utilizaba eso en lugar de sobretodo. Acto seguido, le colocó la prenda a la reina con total desparpajo y caballerosidad. La monarca sonrío un poco sorprendido e incómoda.
Cuando Menem llegó al hotel, le preguntaron que le había parecido Buckingham. “Es un palacio”, dijo superado.
2 x 4
Sobre el final de la gira, llegó otro momento memorable. El 30 de octubre Carlos Menem no pudo con su genio y en la cena de despedida, toda una gala en su honor, se despachó bailando tango, mientras la orquesta de Mariano Mores sonaba en vivo de manera inmaculada.
Se trataba de la celebración del 50° aniversario de la Sociedad Angloargentina, evento que se llevó a cabo en el Banqueting House. Allí, antes de danzar, el presidente había dicho: “A partir de ahora, lucharán juntas las comunidades del Reino Unido y la Argentina para preservar la paz, la democracia, la libertad y la plena vigencia de los derechos humanos”.
Terminados los discursos de rigor y las formalidades, cuando la orquesta del creador de “Cuartito azul” comenzó a sonar, Menem no dudó en salir a la improvisada pista para dar unas piruetas junto a una bella y joven bailarina. Alrededor, los invitados, funcionarios y periodistas argentinos y locales. Luego dijo: “No me podía negar a la invitación del Maestro Mores ni a ejecutar la danza de mi país”.
El Tengo 01 regresó con la comitiva eufórica. Habían logrado todo lo que se habían propuesto.
Fuente La Nación