Por Lucas De La Cal
Un Kremlin débil le sería útil a Pekín porque la haría vulnerable económicamente y podría suplantarla como líder de Asia Central. Sin embargo, para construir un orden mundial alternativo, Xi Jinping necesita de una Rusia fuerte
Un veterano embajador latinoamericano en Pekín, que guarda muy buenas relaciones con los dirigentes chinos, asegura que en la segunda potencia mundial no están nada cómodos con el rumbo que está tomando la guerra en Ucrania tras los últimos movimientos belicistas de Vladimir Putin. Desde la China ya rabiaban porque la invasión rusa había despertado a la OTAN y alineado a casi toda Europa con Estados Unidos. Una derrota de Putin sería un chute para sus rivales de Occidente. Aunque China, también, sacaría rédito económico ya que a una débil Rusia no le quedaría otra que caer rendida a los pies de su poderoso vecino.
El diplomático defiende que la mira actual de China está centrada en otra pelea, una en la que, con diplomacia y dinero, disputa con Washington por la hegemonía en el tablero geopolítico global. Y, para ello, necesita a una Rusia fuerte. Un Putin derrotado no serviría para empujar en esa dirección. Bajo ese prisma, se puede entender por qué los políticos chinos, cada vez que abren la boca estos días, piden una y otra vez que quieren un alto al fuego y una resolución dialogada al conflicto.
Lo ha dicho el miércoles en Nueva York, al margen de la Asamblea de la ONU, el canciller chino, Wang Yi, a su homólogo ruso, Serguei Lavrov. “China seguirá manteniendo una posición objetiva y justa en la promoción de la paz. Se espera que ninguna de las partes abandonen el diálogo y resuelvan los problemas de seguridad a través de conversaciones pacíficas”, ha soltado Wang, que no ha olvidado la habitual coletilla sobre que ambos países deben hacer que “el orden internacional sea más justo y más razonable”. Lo que viene a ser unir fuerzas para tratar de liderar un nuevo orden mundial en el que no hay cabida para los aires belicistas de Putin, que rápido se los bajaron sus teóricos socios ideológicos.
El ruso llegó la semana pasada a una cumbre regional en Samarcanda con la cabeza alta, queriendo mostrar a Occidente que no está aislado y que cuenta con apoyos fuera del hemisferio de control estadounidense. Pero Putin se llevó un buen revés, quizás inesperado. Se fue encogiendo poco a poco según sus colegas le iban pasando la cartilla.
Prácticamente tuvo que disculparse con su homólogo chino por la incomodidad que le resulta a Pekín el ataque ruso a Ucrania. Se llevó un bofetón dialéctico del primer ministro de India, que le dejó claro que “ahora no es el momento para guerras”. Incluso sufrió un cocinado desplante de los líderes de Turquía y del país anfitrión del encuentro, Uzbekistán, que hicieron esperar a Putin llegando tarde a sus respectivas reuniones bilaterales.
La cumbre de autócratas de la Organización de Cooperación de Shanghai dejó en evidencia dos apuntes: Putin no está tan arropado por sus socios y Rusia ha perdido fuelle en su habitual patio de Asia Central, a dónde pretendía girar Moscú tras la lluvia de sanciones occidentales. Pero se ha topado con que las ex repúblicas soviéticas comienzan a mirar hacia una nueva fuerza dominante: China.
El presidente chino Xi Jinping ya no solo es el rostro del liderazgo económico, sino que sabe que, si Rusia pierde la guerra en Ucrania, cogería también el mando de la seguridad en la región. Pekín tiene a su favor la compleja situación posicional de los países que un día fueron parte de la URSS. No todos secundaron a Putin cuando decidió invadir Ucrania, ni apoyan la escalada con la movilización parcial ordenada el jueves.
El Kremlin, con vistas a reclutar más reservistas, ha aprobado un decreto que garantiza la ciudadanía rusa a los extranjeros que firmen un contrato con las fuerzas armadas rusas. Pero las embajadas de Kirguistán, Kazajistán y Uzbekistán en Moscú -países que cuentan con una gran fuerza laboral migrante en Rusia- han advertido a sus ciudadanos que se exponían a sanciones penales si se movilizan para luchar en el frente ucraniano. Una advertencia interesante si se tiene en cuenta que Kazajistán y Kirguistán son miembros de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, grupo de carácter militar liderado por Rusia, mientras que Uzbekistán se retiró del bloque en 2012.
Uzbekistán y Kazajistán, con miedo a que la línea dura rusa les salpique en sus territorios, se han distanciado desde el principio de la guerra de Putin. También se ven lejanos a los postulados de Occidente, por ello parece que se han abierto más a la guía económica y de seguridad que les ofrece Pekín.
“Es probable que China llene este vacío de seguridad, aunque de manera algo ambivalente. Tiene el segundo ejército más capaz del mundo, con capacidad de dominar la seguridad de Asia Central. Pero seguirá tratando de minimizar su papel por razones políticas porque Pekín todavía ve a Moscú como un compañero útil en su competencia con Occidente, particularmente con Estados Unidos, e intentará deferir simbólicamente al Kremlin cuando sea posible, dado el papel histórico de Rusia en la región y la necesidad de calmar el ego y las ansiedades de Moscú”, analiza Joe Webster, investigador del Atlantic Council, un ‘think tank’ de Washington.
No fue casualidad que, antes de la cumbre en Samarcanda, la vuelta la semana pasada al escenario internacional de Xi Jinping, con su primer viaje al exterior desde que comenzó la pandemia, fuera a Kazajistán, donde Xi lanzó en 2013 la nueva Ruta de la Seda -la Iniciativa de la Franja y la Ruta-, un vasto programa de un billón de dólares de inversiones, infraestructuras y telecomunicaciones alrededor del mundo.
Kazajistán, con quien la región china de Xinjiang comparte una frontera de más de 1.700 kilómetros, envía petróleo y gas al país vecino través de oleoductos que son propiedad de las mayores empresas petroleras estatales chinas. Xi selló con su homólogo kazajo, Kassym-Jomart Tokayev, varios acuerdos comerciales. Además, el Banco Central de China ha firmado esta semana con el país vecino un memorando de cooperación para permitir el uso de transacciones en yuanes chinos.
Además de Kazajistán, el resto de gobiernos de Asia Central firmaron en Samarcanda otra treintena de acuerdos de cooperación con China, sobre todo de energía -la región garantiza casi el 15% del suministro de gas natural de Pekín- y de infraestructuras, entre los que destaca un avance en una línea ferroviaria que conectará al gigante asiático con Kirguistán y Uzbekistán.
Pekín, dentro de la burbuja de los regímenes de Asia, es el que marca ahora el ritmo. En algunos corrillos de diplomáticos extranjeros se comentaba hace unos días que China, incluso, había dado un toque de atención a Corea del Norte para que no diera soporte militar a Rusia después de que un funcionario de Inteligencia estadounidense, citado por el New York Times, dijera en agosto que los rusos estaban comprando “millones de cohetes y proyectiles de artillería” de Pyongyang para apoyar su invasión de Ucrania.
Una supuesta venta que el régimen de Kim Jong-un ha desmentido este jueves. “Nunca antes hemos exportado armas o municiones a Rusia y no planearemos exportarlas”, recogen los medios norcoreanos, que citan como autor de estas declaraciones a un subdirector general del del Ministerio de Defensa de Pyongyang.
A principios de verano, Corea del Norte, de quien en Washington han dicho también que ofreció trabajadores a Rusia para ayudar a reconstruir las regiones separatistas de Ucrania, se convirtió en la única nación, además de Rusia y Siria, en reconocer como “estados independientes” a las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Luhansk, respaldadas por el Kremlin.