Por Santiago Fioriti
La intimidad del poder. Qué está pidiendo la vicepresidenta en medio de la tensión por los precios y la reacción del ministro de Economía. Los intendentes presionan al gobernador y piden la cabeza de Berni. Alerta en el FMI.
—Creo que el 17 de octubre tendríamos que armar algo para que hable Cristina —propuso Jorge Ferraresi, el martes, en la sede del PJ de La Plata, durante la reunión del Consejo del Partido Justicialista en la que se decidió adherir a la movilización en Plaza de Mayo por el Día de la Lealtad, que movilizará a más de cien organizaciones gremiales y que tendrá el sello de Pablo Moyano.
Andrés Larroque detuvo el ímpetu del ministro de Desarrollo Territorial y Hábitat. Antepuso cuestiones de seguridad, basadas en el intento de magnicidio de 1 de septiembre, y falta de tiempo para una organización acorde, excusas frágiles para que todos entendieran que no había que contar con la vicepresidenta para la celebración.
—Tal vez más adelante, si buscamos algún lugar cerrado… —dijo el portavoz de La Cámpora. Otros propusieron, al salir del cónclave de la calle 54, que se hiciera el 17 de noviembre y sugirieron que debía tratarse del reencuentro de la dupla presidencial. Menos eco todavía.
Cristina no está animada hoy para subirse al teatro de las grandes presentaciones. Sigue enredada en un profuso laberinto judicial, que le insume buena parte de sus energías y desvelos nocturnos, a tal punto de que varios de sus confidentes no se atreven a preguntarle si pasa todas las noches en la misma casa.
Cuando la ex presidenta aparta la vista de los expedientes para husmear en la política se topa con una realidad angustiante y cada vez más asfixiante para su base electoral, acaso su verdadera pesadilla, porque de eso depende el futuro electoral del Frente de Todos y, también en buena medida -cree ella-, su suerte final en los Tribunales.
Esa bruma bajo la que transita se hace más notoria en la provincia de Buenos Aires, el bastión al que pretende aferrarse en 2023 si el país se mantiene en estado de descomposición y hay que terminar soltando el timón de la Nación. La situación en tierra bonaerense se ha vuelto dramática, pese a que ciertos sectores de clase media no dejan de volcarse al consumo. Cuenta una dirigente de la zona Sur: “Vas a las Lomitas o a Adrogué y ves restaurantes repletos, pero te alejás veinte cuadras y te topás con gente buceando en la miseria más profunda”.
Son los intendentes quienes transmiten de modo permanente qué clima se respira en el Conurbano. Cristina los llama y les hace preguntas minuciosas. Todos, al cabo, terminan con una visión idéntica: la suba de precios en los alimentos dinamita cualquier atisbo de esperanza. Uno de esos alcaldes cuenta que salió a caminar por una zona de ferias de Guernica y que detectó que se comercializan los mismos productos que el Estado proporciona en bolsones de alimentos; es decir, se vende lo que se distribuye para alimentación básica, en general productos de terceras marcas. Se vende eso y se vende lo poquito que sobra en las casas o lo que se recoge en las calles: ladrillos sueltos, herramientas usadas, desde bijouterie a máquinas para cortar el pasto o prendas de vestir que en general se mendigan tocando el timbre.
Cristina detectó hace tiempo que esa base electoral que la ha sostenido todos estos años es la que más sufre y la que marca su bajón en las encuestas de popularidad, que le otorgan números similares a su caída más pronunciada, post elecciones de 2015. De ahí su desesperación y sus primeros cortocircuitos con Sergio Massa. Máximo, el supuesto aliado para que el tigrense llegara al Ministerio de Economía, también toma distancia: hoy coquetea más con las ideas de Pablo Moyano, por ejemplo.
El 6,2% que marcó la inflación de septiembre no es ni puede ser un alivio tras el 7% que había dado agosto: los alimentos saltaron al 6,7%; eso representa, según los expertos, que el sector pobre de la población destina el 30% de sus ingresos a comida y, el indigente, el 100%. Nadie debería sorprenderse si en la próxima medición -como anticipa el Observatorio de la UCA- la pobreza a nivel nacional salta del 36,5% a cerca del 40%.
La profundización de la inflación llega de la mano de otro fenómeno en ascenso: la inseguridad. Los intendentes encontraron un nuevo atajo para reforzar los reclamos de los últimos años tras la muerte de César ‘Lolo’ Regueiro, el hincha de Gimnasia de 57 años que fue víctima de la represión policial de la Policía Bonaerense en el partido contra Boca. El operativo colocó a Sergio Berni en el ojo de la tormenta. Los alcaldes retomaron su ataque contra el ministro, aunque detrás de esos embates emergió la tentación de castigar al propio Axel Kicillof.
El vínculo entre ellos nunca fue bueno, pero en los últimos días empeoró. Se tejió una repentina alianza entre los intendentes clásicos del peronismo y el diputado Kirchner, quien orientó a La Cámpora a perseverar sobre el fallido operativo de Berni y, en especial, sobre la inacción política de Kicillof. “Era el momento para rajar a Berni y salió a defenderlo más que nunca”, dice uno de los jefes comunales de la zona norte.
Uno de los representantes de los distritos más populosos del Conurbano asegura que Berni ya no cuenta con el guiño de Cristina. Se fue con esa sensación tras un encuentro en el despacho del Senado, previo a la represión en La Plata. “Tengo claro que es un desastre, y encima este quiere ser presidente”, le contestó la vice.
Kicillof se quedó solo en la defensa de Berni, “el showman del helicóptero”, según sus detractores. “Díganme: ¿y a quién quieren que ponga?”, llegó a plantear el gobernador en privado, ante los cuestionamientos. Kicillof se siente incómodo abordando políticas contra la suba del delito. No sabe, no puede o directamente no quiere involucrarse, dicen los intendentes. Algo de eso hay. Berni actuó siempre para él como si fuera un pararrayos, más allá de que su estilo choca de frente con la doctrina Zaffaroni que abraza un sector ultra K.
Desde su llegada a la Gobernación, Kicillof ha dado muestras de que él también puede beber una vieja medicina de la política: cuando es necesario tragarse sapos ideológicos para preservarse, lo hace.
El gobernador se reunió hace unos días con Alejandro Granados, el hombre fuerte de Ezeiza y ex ministro de Daniel Scioli, un cultor de la mano dura. Granados le aconsejó descentralizar la Policía, sacar más efectivos a la calle y sumar a la Gendarmería a los barrios calientes del Conurbano. “Está todo desmadrado en la Provincia”, suele repetir “El sheriff”. Puesto a comparar, incluso, se queda con la gestión de Cristian Ritondo. Se lo dijo hace poco a Alberto Fernández en una reunión a solas. Luego, frente a ese diagnóstico, el Presidente agendó una segunda reunión y sumó a Aníbal Fernández. También ellos piden la cabeza de Berni.
Hay quienes interpretan que, si se controlara la inflación, podría actuar como un catalizador contra la inseguridad. Cristina observa las quejas contra Kicillof, pero al mismo tiempo sigue escuchando sus consejos económicos y concuerda con él en que hay que congelar, como mínimo, el precio de los alimentos. Massa acaba de decir que él no está de acuerdo. Tiró, quizá, su primer palo contra el cristinismo: dijo que no hay recetas mágicas, una frase que pronunciaba Macri en sus horas más aciagas.
La disputa continuará. Cristina, y sobre todo Máximo, empiezan a perder la paciencia. Quieren medidas urgentes. No solo para congelar los precios, sino para que se distribuya el ingreso y para que se otorgue cuanto antes una compensación para los sectores más vulnerables, pese al apercibimiento del Fondo Monetario sobre el gasto público.
Fernández advierte esa pulsión política y se ha propuesto salir de a ratos a la superficie. “Volvieron los off de Alberto”, se burlaron en el círculo cristinista cuando leyeron que el Presidente no había consultado a su socia antes de las designaciones de sus tres nuevas ministras. Larroque hizo una referencia crítica pero elíptica al episodio, aunque al otro día participó del acto de asunción. Ninguna de las ministras goza del visto bueno cristinista; mucho menos Victoria Tolosa Paz, que fue directo a ver a Máximo, casi como pidiendo clemencia. El gesto no le habría servido de mucho: Cristina la acusa de divulgar algunos secretos y la castiga por su derrota electoral del año pasado.
El problema para la vice, sin embargo, ya no es ni Alberto ni los albertistas. El primer mandatario luce marginado, solo, y sin expectativas reales de lograr consenso para poder aspirar a la reelección. Es cierto que, como los boxeadores aficionados, cada tanto -por más arrinconado que esté- se las ingenia para sacar algún golpe y molestar a sus rivales internos. La alusión en el Coloquio de IDEA a que en su gestión nadie pidió “un centavo” a cambio de obra pública pareció un dardo envenenado para Cristina.
La jefa lo maldijo en privado, pero pidió -con razones lógicas- no contestar. La venganza vendrá, como siempre, cuando menos se la espere.
Fuente Clarin