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Por Carlos Ruckauf
La utilización de armas nucleares en la guerra entre Rusia y Ucrania pone en vilo a los grandes líderes mundiales. Cuál podría ser su alcance y la comparación Hiroshima.
Varios líderes de los países envueltos en la actual guerra en Ucrania han hablado de la posibilidad del uso de armas nucleares y hasta de una tercera Guerra Mundial: Vladimir Putin, Dmitri Medvedev (ex presidente de Rusia y actual vice), Joe Biden, Donald Trump, Antony Blinken (Secretario de Estado) y Volodomir Zelensky.
Medvedev fue uno de los más osados al afirmar que “la OTAN no intervendrá” en el caso de que Moscú utilice armas nucleares contra “el régimen de Ucrania” y concluyó que ”los demagogos europeos y norteamericanos no van a perecer en un apocalipsis nuclear” para defender a Ucrania.
Blinken, en declaraciones a New York Times, aseguró “consecuencias catastróficas para Rusia” en caso del uso de armas nucleares y aclaró: ”ya se lo hemos informado”.
Y Zelensky afirmó que ”están preparando al pueblo ruso para una guerra nuclear”.
Durante 70 años funcionó la “disuasión nuclear” y ahora “el armagedón nuclear”está más cerca que nunca, desde la crisis de los misiles de Cuba”, como afirmó el presidente norteamericano, el pasado 8 de octubre.
Las superpotencias tienen ahora armas nucleares tácticas, cuya potencia es de entre 1 y 12 kilotones.
Se pueden lanzar contra objetivos enemigos cercanos a las fuerzas propias y con un nivel de contaminación menor.
En otras palabras, Rusia podría acabar con Ucrania y centenares de miles de ucranianos, con un daño limitado para los rusos y bielorrusos.
Evidentemente, de eso habla Medvedev.
Ante tamaña monstruosidad, podría la OTAN y en especial el actual gobierno norteamericano limitarse a aumentar las sanciones? O la respuesta será directamente proporcional al daño causado?
¿Qué ocurre si la respuesta también es un arma de destrucción masiva?
La posición del gobierno de Beijing ante este panorama es otra incógnita central: Rusia y Estados Unidos siempre han sido los dos principales adversarios de China.
La guerra en Ucrania, mientras se desarrolló con armas convencionales, le ha resultado muy útil al Politburó chino en general y a Xi Jing Ping en particular.
El gas y los alimentos que Moscú no vende a la Unión Europea, son comprados por la República Popular China a precios menores a los del mercado.
Pero una guerra nuclear amplia es algo bien distinto, sobre todo si la escalada pasa de armas de 10 kilotones a las ojivas estratégicas de 100 kilotones, cuyo poder de contaminación abarcaría el planeta entero.
Para tener una proporción, la bomba de Hiroshima tuvo una potencia equivalente a 15 kilotones.
Lo cierto es que la humanidad ha ingresado en una senda de extrema peligrosidad que comenzó a acelerarse desde el atentado al puente, sobre el estrecho de Kerch
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El puente sobre el estrecho de Kerch, que une a Rusia con Crimea, tras la explosión. Foto: Reuter
Esta monumental obra de ingeniería, inaugurada por el propio líder ruso manejando un camión, sufrió un ataque de gran magnitud y eso ha constituido una humillación para el dictador y un grave problema de abastecimiento para la Península de Crimea. Justo cuando se acerca el invierno que, en su momento, frenó a Napoleón y Hitler y ahora podría hacer fracasar a Putin.
En estos meses todo es una gran incógnita.
Trump ha propuesto una negociación y se ha ofrecido como intermediario. Resulta difícil pensar que Zelensky acepte la reciente absorción de cuatro regiones ucranianas por la Federación Rusa o que el Kremlin vaya a retroceder en una decisión, que afirmaron ”es para siempre”. ¿Cuál sería la salida digna para las partes?
Sin duda que paren las bombas, la masacre del pueblo ucraniano y que la humanidad se aparte del conflicto nuclear es un objetivo loable. El diálogo debe intentar superar esta dramática realidad.
En situaciones de extremo peligro es importante mantener la calma y evitar una acción letal.
Como lo hizo Vasili Arkhipov, comandante de un submarino ruso durante la crisis de los misiles entre Nikita Kruschev (URSS) y John Kennedy (USA) en octubre de 1982.
En efecto, hace 40 años, la decisión soviética de colocar una base misilítica en Cuba, fue impugnada por el gobierno norteamericano, que dispuso una “zona de exclusión naval” para impedir la llegada de los barcos rusos a la isla.
Un submarino soviético llegó a la zona en cuestión, con su sistema de comunicación interrumpido.Un destructor norteamericano le lanzó una bomba de profundidad.
El comandante del submarino y su segundo coincidieron en lanzar el arma nuclear que tenían a su disposición. Sin embargo,el comandante Arkhipov(siempre se necesitan tres llaves) se negó. El mundo evitó una hecatombe y horas después la URSS y Estados Unidos llegaron a un acuerdo.
La sensatez había prevalecido.
Ex vicepresidente de la Nación
