Por Héctor Ghiretti
Larreta no concibe el diálogo como un intercambio de argumentos con el objeto de arribar a un entendimiento, sino como una negociación y más precisamente como un negocio: es decir, un acuerdo en base a la concurrencia de intereses particulares.
Exaltación del moderado
Nunca antes (que yo recuerde) había habido tanto consenso en la opinión pública nacional e internacional en torno a la impugnación de posicionamientos extremos o radicalizados. Existe una hipersensibilidad contraria a propuestas políticas o discursos que escapan a los márgenes de la moderación.
Nunca antes (que yo recuerde) el escenario político había tenido tanta estabilidad y equilibrio, tanto regional como global. El totalitarismo es un fenómeno marginal, encapsulado, aun cuando el régimen chino prosiga con sus prácticas totalitarias. El ciclo de las revoluciones políticas lleva ya más de 40 años clausurado. Prácticamente han dejado de producirse asonadas militares en todo el mundo: los acontecimientos recientes de Sri Lanka son una rareza. En las democracias más o menos liberales los gobiernos se suceden regularmente: muchos consiguen la reelección. Otros no, y ceden el poder.
Los denominados “neofascistas” y la ultraderecha se presentan a elecciones, respetan las disposiciones constitucionales. La invasión de Rusia a Ucrania revela día a día las complejidades y limitaciones de una operación militar de esas características en un mundo interconectado, globalizado. Imposible no pensar que los márgenes de la tolerancia de la opinión pública se han estrechado, al menos en cierto sentido. La aparente apertura a la diversidad y la voluntad de inclusión no sería universal, ni mucho menos: sólo se están modificando los perfiles de la homologación y la exclusión.
¿Existe un criterio objetivo para determinar qué es un discurso o posición política extrema o moderada? Reinhart Koselleck explicó que los “ismos” (socialismo, liberalismo, conservadurismo) son vocablos que nacen en contextos del discurso revolucionario, y sirven para descalificar al oponente, achacándole una radicalización ideológica que lo lleva a conductas fanáticas, violentas, contrarias a la delicada composición de la realidad política y social. Toda calificación de radicalización o extremismo debe ser tomada a priori como una descalificación.

La moderación ha tenido tradicionalmente mejor prensa que los extremos, y con razón. Pero es importante entender que el criterio moderación-extremos es relacional, depende de las circunstancias y del fin propio de la acción. ¿Respecto de qué lo predicamos?
¿Pero entonces se trata de un concepto puramente connotativo, de uso limitado a la pelea dialéctica? Evidentemente no: el par moderación-extremos ha sido insustituible para entender y explicar la acción humana. Pensemos en la definición de virtud de Aristóteles: un punto medio entre dos extremos, uno que constituye el defecto, otro el exceso. Es evidente que la moderación ha tenido tradicionalmente mejor prensa que los extremos, y con razón. Pero es importante entender que el criterio moderación-extremos es relacional, depende de las circunstancias y del fin propio de la acción. ¿Respecto de qué lo predicamos? No es lo mismo definir conductas extremas y moderadas en un contexto de relaciones sociales armónicas o constituidas sobre el afecto, que en un contexto de relaciones conflictivas o con intereses mutuamente excluyentes.
En política sucede lo mismo: es preciso entender el contexto y los fines. Si bien la actitud que se premia habitualmente es la mesura, existen ocasiones en las que la tensión del conflicto impide las medias tintas, el diálogo, la cautela. En la Francia revolucionaria, las posiciones contemporizadoras o moderadas eran denostadas con el término le marais, el pantano.
La contradicción principal
En general las posiciones políticas se definen en función de los problemas o desafíos que afronte una sociedad.
¿Cuál es el aspecto que está gravitando decisivamente en la vida de los argentinos, que condiciona sustancialmente su futuro? ¿En qué consiste la contradicción principal que afecta a la Argentina? El país lleva más de una década en recesión continua. Su PBI se contrae desde hace casi medio siglo. La pobreza viene en ascenso desde entonces. Su moneda está prácticamente destruida, no tiene crédito externo y sus habitantes se hallan asfixiados por una presión fiscal brutal, sin recibir contraprestaciones proporcionales.
La principal causa es un excesivo gasto público que se ha multiplicado espectacularmente en las últimas dos décadas, dando por resultado un Estado insostenible, carísimo e ineficaz que aplasta las energías productivas del país. Si no se resuelve este asunto como prioridad absoluta, no hay política pública (educación, salud, seguridad, defensa) que pueda ser desarrollada con estándares mínimos de calidad.
Es probable -no me atrevería a ser categórico- que en sus orígenes el kirchnerismo, autor principalísimo (aunque no único) del actual estado de las cosas, tuviera en mente emplear los recursos públicos para impulsar la reactivación económica después de los años difíciles que llevaron a la crisis de 2001. Como fuera, ese objetivo inicial se modificó cuando empezó vislumbrar una continuidad en el poder aún a costa del empeoramiento de los indicadores macroeconómicos, algo que le dio resultado en 2007 y sobre todo en 2011, cuando entrevió la posibilidad de una hegemonía definitiva, sustentada en la aparente disponibilidad inagotable de los recursos del Estado: el célebre “vamos por todo”.
El esquema de perpetuación parecía bien definido: por un lado, un control progresivo de la economía que les permitía hacer dependientes directos del Estado a amplios sectores de la población, a la que se estimulaba, por vía de la erosión de la moneda, a hábitos incrementales de consumo. Por el otro, la formación de una cooperativa de depredación del Estado, una corporación de sectores beneficiarios directos del reparto de recursos: sindicatos, organizaciones sociales, empresas en régimen prebendario y proteccionista, administración pública en los tres niveles, medios de comunicación, gobernadores e intendentes. Todo bajo una legitimación ideológica de carácter social inclusivo y nacionalista.
Esto se completó con un plan de hegemonía política definitiva, que incluyó proyectos de reforma constitucional para permitir la reelección indefinida, subordinación de facto del poder legislativo al poder ejecutivo, intentos de sumisión del poder judicial, cooptación y control de instituciones de la sociedad civil y adoctrinamiento ideológico en los tres niveles de la educación. Eso, sin mencionar el vasto sistema de corrupción que aseguraba lealtades en una estructura piramidal.
La gran desilusión
Con el inicio del segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner la economía del país ya estaba en graves problemas, con las variables macroeconómicas en rojo. Se fueron incrementando hasta 2015. La victoria de la fórmula opositora Macri-Michetti se dio por un estrecho margen, pero venía acompañada por una gran esperanza de que el nuevo gobierno pudiera poner nuevamente al país en el camino del crecimiento y la estabilidad económica. Demasiado grande, como se reveló después.
Tanto esa convicción -es decir, que bastaba el cambio de signo del gobierno para que se pusieran en marcha las fuerzas productivas del país (un caso paradigmático de pensamiento mágico)- como las dificultades objetivas a las que debía enfrentarse un gobierno débil y obligado a negociar con los antiguos dueños del poder, inclinaron a Mauricio Macri a preferir una política de pequeños cambios que evitaran en la medida de lo posible conflictos con los principales socios corporativos del kirchnerismo: fue el llamado gradualismo.
Este cauteloso proyecto de reformas menores no solamente ponía en riesgo la posibilidad de satisfacer en el corto plazo las expectativas generadas, sino que además demandaba un periodo extendido en el poder para poder conseguir los objetivos deseados y alcanzar las reformas sustanciales. Con cuatro años no alcanzaría: era imprescindible conseguir la reelección. Los malos resultados económicos, la crisis de la deuda y la inflación en aumento fueron haciendo más difícil la consecución de esa meta.
Políticamente, no obstante, las cosas no estaban tan mal: el peronismo no había conseguido regenerarse después de la derrota de 2015 ni liberarse del liderazgo ruinoso de Cristina. Meses antes de las elecciones de 2019 existía una posibilidad cierta de que quedara reducido a una liga de partidos provinciales y municipales sin estructura nacional.
Sin embargo, un aspecto extrapolítico y extraeconómico vino a modificar dramáticamente el escenario económico y político. Conforme avanzaban los múltiples procesamientos judiciales en su contra, Cristina llegó a la conclusión que sólo una defensa política podría preservarla tanto a ella como a su familia de ser condenada. Es así que decidió jugar fuerte una vez más, proponiendo una fórmula presidencial compuesta por un candidato presidencial a la vez potable para la opinión pública y subordinado a su poder, y reservándose para ella el puesto de vicepresidente.
Volver mejores
La constelación de poderes corporativos afines al kirchnerismo, advertida de que sus intereses quizá podrían verse afectados si Macri conseguía la reelección, reaccionó con rapidez de reflejos al llamado de la jefa, encolumnándose tras la candidatura Fernández-Fernández. El malestar general a causa del deterioro de la situación económica hizo el resto. La desilusión con el gobierno de Cambiemos fue atroz.

El gobierno del Frente de Todos nunca fue un proyecto político, sino un plan de poder que buscaba una perpetuación de los Kirchner en el control del país. Gobierno y Estado fueron loteados entre los socios de la nueva coalición.
El gobierno del Frente de Todos nunca fue un proyecto político, sino un plan de poder que buscaba una perpetuación de los Kirchner en el control del país. Gobierno y Estado fueron loteados entre los socios de la nueva coalición. Parecía clarísimo para cualquiera que mirara con atención que no se estaba organizando un gobierno con objetivos políticos definidos por el interés público o el bien común, sino que se buscaba un copamiento del Estado y sus organismos afines, con el objetivo de la perpetuación: ingreso masivo de empleados, desarticulación de órganos de control, uso discrecional de recursos públicos, formación de clientelas, destrucción deliberada y sistemática de los avances logrados por el gobierno anterior.
Complementariamente, el gobierno había diseñado un programa económico de corto plazo que le permitiría ganar las elecciones legislativas de 2021 y quedar bien perfilado para las presidenciales de 2023. Las medidas para conseguirlo eran la clásica receta del kirchnerismo: prestaciones sociales vía aumento del gasto público y estímulo al consumo, además de las concesiones a los socios principales de la coalición: ventajas por sectores, extendidas a sus respectivas clientelas electorales. El resultado de las elecciones de 2021 podría haber sido muy diferente si no hubiera emergido un año antes un desafío brutal e inesperado, que demandaba una enorme capacidad de gestión, experiencia y abundancia de recursos, tres elementos de los que el gobierno argentino carecía por completo: la pandemia.
Centrado en su objetivo extrapolítico, personal, de brindar cobertura política a Cristina Kirchner, el gobierno no solamente no ha resuelto ninguno de los problemas estructurales que afectan al país, sino que ha aumentado irresponsablemente las distorsiones en materia económica, financiera, jurídica, educativa, energética, de seguridad, diplomática. En medio de una crisis brutal, mucho más profunda y compleja que la del 2001, la Argentina se encuentra a la deriva, con un gobierno emasculado y una corporación de factores de poder que se disputan el reparto del Estado y sus recursos. La categórica derrota en las elecciones legislativas ha activado el modo supervivencia del peronismo en general y el kirchnerismo en particular, que busca conservar el máximo de poder en la casi inevitable caída en las presidenciales de 2023. Se desentiende casi completamente de la agenda real de gobierno: moneda, equilibrio fiscal, saneamiento de las cuentas públicas, condiciones para el crecimiento económico, energía, educación, seguridad, y se concentra en su propia sobrevida política.
Los dueños del futuro
En el horizonte político del país se destacan dos figuras con estatura y perfil propios. Están animados por una similar resolución de alcanzar la primera magistratura, una voluntad de poder muy superior al resto de la dirigencia política. Parecen muy diferentes, pero no solamente poseen formas de pensar y proceder muy similares, sino que además están unidos por una larga e intensa relación: son Sergio Massa y Horacio Rodríguez Larreta.
Ambos son viejos lobos de la política: llevan varias décadas, desde muy jóvenes, trabajando en ella y construyendo sus propios proyectos de poder. Poseen la experiencia de haber participado en gobiernos de signos diverso, en partidos y organizaciones de distinta orientación. Conocen el Estado y la administración pública a fuerza de haber habitado por mucho tiempo en sus entrañas, entienden sus mecanismos y los polos en donde se concentra el poder. Cultivan cuidadosamente un perfil ejecutivo, resolutivo, alejado de las peleas, los discursos y los enfrentamientos dialécticos.
Han construido una relación con cada uno de los factores de poder del país: poseen contactos aceitados (“tienen diálogo”) con la dirigencia empresarial, sindical, social, eclesiástica, con el mundo diplomático, con los medios de comunicación, con las fuerzas políticas opuestas. Ambos parecen estar más cómodos en la distancia corta, la del off, de la relación personal, privilegiada.
Son los candidatos del establishment, una entidad social ramificada por todo el país, pero cuyo centro reside en la Ciudad de Santa María de los Buenos Aires. Ambos poseen una limitación similar a los efectos de consolidar su candidatura presidencial: las masas les son esquivas, tienen escaso arraigo electoral a escala nacional. Larreta domina cómodo en su distrito, pero fuera de él es poco conocido. Massa ha ido perdiendo su electorado y ha aumentado notablemente el nivel de rechazo a su figura. Depende cada vez más de sus contactos y sus vínculos con el poder. Ninguno parece capaz de remontar tal situación con facilidad. No poseen el carisma propio del líder de masas.

Massa y Larreta son los candidatos del establishment, una entidad social ramificada por todo el país, pero cuyo centro reside en la Ciudad de Santa María de los Buenos Aires. Ambos poseen una limitación similar a los efectos de consolidar su candidatura presidencial: las masas les son esquivas, tienen escaso arraigo electoral a escala nacional.
Ambos están frente al desafío más importante de sus trayectorias políticas, y son conscientes de ello. En ese contexto es que emergen las diferencias.
Massa es el zorro, un personaje ubicuo, inquieto, tejedor de combinaciones, hiperactivo, poco escrupuloso, siempre preocupado por mostrar una imagen de poder y resolución por encima de sus capacidades. Sus lealtades más firmes están fuera de la política. Como estrategia de supervivencia política tuvo que adherirse al Frente de Todos, aceptando las condiciones fijadas por Cristina. Las sucesivas crisis políticas y económico-financieras del gobierno fueron restando capital político a los socios principales, abriéndole un espacio de acción como ministro de Economía, con grandes pretensiones de concentrar poder, pero poco margen real de maniobra. El objetivo de Massa está lejos de una reconducción de la economía hacia un modelo sustentable, un ajuste y una reforma que la hagan mínimamente eficiente: apenas busca una estabilización precaria de las variables económicas socialmente más sensibles (inflación, salarios), de tal modo de poder lanzar su candidatura presidencial para 2023 con alguna chance de triunfo. Parece algo realmente difícil.
Larreta es el erizo, un líder sistemático, enfocado en la gestión, que ha consolidado su trayectoria dentro del PRO. Dotado de escasa imaginación política, ha hecho de la construcción de lealtades a largo plazo y una trayectoria previsible su principal activo. Es el principal candidato a ocupar la presidencia de la Nación en 2023. Sabe que se la está jugando y que será muy difícil que en el futuro se le presente una oportunidad similar.
El tamaño del desafío
Es necesario entender la situación en la que se encuentra el país. El actual gobierno forma parte de una estructura tentacular de poder que tiene su centro de gravedad en el Estado pero se extiende a diversos sectores de la sociedad: podría definírselo como una cooperativa de intereses concurrentes que tienen por objeto depredar los recursos públicos de forma permanente. Esta estructura no responde a un proyecto político sino a un plan de poder, en los que una verdadera acción directiva, un plan estratégico de desarrollo sencillamente no tienen lugar ni margen de realización. No es posible implementar un proyecto de esas características sin afectar sustancialmente uno o varios de los intereses que se reparten el Estado y el sector público.

El actual gobierno forma parte de una estructura tentacular de poder que tiene su centro de gravedad en el Estado pero se extiende a diversos sectores de la sociedad: podría definírselo como una cooperativa de intereses concurrentes que tienen por objeto depredar los recursos públicos de forma permanente.
De esta situación se desprenden dos consecuencias para el gobierno que asuma en 2023:
Primero: no es posible llegar a acuerdos de trascendencia política con los sectores que se han constituido en explotadores sistemáticos del Estado y los recursos públicos. Todo proyecto propiamente político está en curso de colisión directa con el corporativismo que domina al país. Cualquier acuerdo que se plantee con las fuerzas políticas que se apoyen sobre estos intereses debe contemplar concesiones sustanciales que contribuyan al sostenimiento del statu quo y a eventuales incumplimientos, en cuanto los acuerdos afecten su cálculo de beneficios. Hemos intentado explicar la imposibilidad política de establecer acuerdos con estos sectores aquí.
Segundo: todo proyecto de verdadera trascendencia política se debe diseñar sobre la base de una estrategia (es decir, una planificación de los movimientos) basada en el conflicto, que establezca una secuencia táctica (es decir, una previsión de choques) en relación con los intereses corporativos que están matando la sustentabilidad política, económica y social del país. No hay margen de construcción política fuera del conflicto: sólo el conflicto permitirá abrir espacios de construcción política genuina. Las tan repetidas reformas necesarias para permitir una activación general -fiscal, laboral, sindical, previsional, del Estado- afectan una enorme constelación de intereses que van más allá del Estado.
Un gobierno a través del conflicto no puede plantearse en simultáneo todas las confrontaciones necesarias. Es preciso establecer una secuencia prudencial de choques en la que se combinen diversos factores: relevancia del área de conflicto, eventual malestar social con las reformas llevadas a cabo, poder potencial o residual de los intereses afectados, aliados o colaboradores que pueden sumarse a la confrontación. Hay que sacar las lecciones correctas de la experiencia de plena confrontación del alfonsinismo.
El estado actual del país podría resumirse de la siguiente forma. Por un lado, la necesidad de llevar a cabo reformas profundas se ha incrementado sustancialmente después de tres años del gobierno Fernández-Fernández. Por el otro, no parece existir, ni de lejos, una suficiente masa crítica entre las fuerzas políticas para llevarlas a cabo. Es altamente probable que tanto si está animado de este objetivo como si busca alguna solución de conveniencia, el próximo sea un gobierno sin las mayorías necesarias, débil, acosado, obligado a negociar a cada paso que decida dar.
Nuestro hombre en La Habana
¿Cuáles son las posibilidades reales de Horacio Rodríguez Larreta de ser la cabeza de un proyecto político que lleve a cabo las reformas necesarias para dar estabilidad y margen de crecimiento a la economía, permitiendo una inclusión efectiva de sectores sociales marginados a través del trabajo y el ahorro?
Después de haber repetido mandato en circunstancias excepcionalmente dificultosas, teniendo que convivir con un gobierno nacional activamente hostil, Larreta advierte que su hora ha llegado y ha manifestado inequívocamente su voluntad de competir por la presidencia. Vamos a analizar algunas de sus últimas declaraciones y movimientos para saber qué cabe esperar de un hipotético periodo como presidente.
Su estilo político ha pasado a ser una marca registrada. Él insiste todo el tiempo sobre el punto: en este párrafo se muestra claramente el modo en que desea ser percibido por los electores.
«El verdadero cambio es el hacer, es lo que estamos haciendo acá en la ciudad. El verdadero cambio es hacer bajar el delito a la tasa más baja de la historia, ese es el cambio. El verdadero cambio es defender las escuelas abiertas. El verdadero cambio es luchas contra el cambio climático, como estamos haciendo con el plan de reciclado con el plan de más hectáreas verdes. Ese es el cambio que vale. Y en cuanto al apoyo, el apoyo importante es el apoyo de la gente. Nosotros trabajamos en nuestro caso acá en la ciudad para el bienestar de los millones de argentinos muchos que viven otros que nos visitan otros que estudian y trabajan en la ciudad de Buenos Aires. Ese es el apoyo que verdaderamente vale» (6 de octubre de 2022)
En la primera parte del fragmento Larreta caracteriza el verdadero cambio: para él radica en el hacer. ¿Hacer qué? No hay respuestas a eso: asume que no es lo propio del cambio cuestionarse la orientación o el sentido de las acciones. Las referencias a su plan de gobierno en el evento de la Fundación Libertad son tan generales que hasta un kirchnerista podría suscribirlas sin discusión. Parece ser un asunto obvio, de sentido común, como recientemente declaró Rogelio Frigerio. Juntos por el Cambio ni siquiera se ha molestado en definir su proyecto político. El punto es hacer: como si haciendo bastara para poner al país en marcha. Por defecto, hay que concluir que Larreta piensa que el país no necesita una reforma sustancial en su organización: está bien así, solo hay que hacerlo funcionar. No es un problema estructural, es de mera operación del sistema. ¿Cuál es el modo de hacerlo?

Para Larreta el cambio radica en el hacer. ¿Hacer qué? No hay respuestas a eso: asume que no es lo propio del cambio cuestionarse la orientación o el sentido de las acciones. Las referencias a su plan de gobierno son tan generales que hasta un kirchnerista podría suscribirlas sin discusión.
«Yo creo, lo reafirmo, que el diálogo es el camino para la Argentina. Tenemos que terminar con las antinomias, tenemos que terminar con la grieta, tenemos que terminar con esto de que el que piensa diferente es un enemigo. Eso nos ha llevado a la Argentina del fracaso en los últimos cien años. Llevamos cien años de antinomia, de peleas, de discusiones, de grieta. ¡Basta! Una cosa es reconocer a otro que piensa diferente y es válido. Una cosa diferente es llevar eso a la pelea constante, a pelearnos por todo. No puede ser. Yo creo en el diálogo. Diálogo no quiere decir que te vas a poner de acuerdo siempre con el otro. Hay gente con la que uno piensa diferente y eso es parte de la democracia» (20 de septiembre de 2022)
En la ya mencionada comida de la Fundación Libertad, en mayo del presente año. Larreta explicó que el límite en su disposición al diálogo es el kirchnerismo y la izquierda, porque “piensan en otro país”. Es una afirmación razonable. Pero ¿por qué ese límite no supone una simple actualización del concepto de grieta, qué lo diferencia de las antinomias, peleas y discusiones que rechaza?
«Esto que yo digo lo valido con lo que hago en la ciudad. Nosotros tenemos un acuerdo bien amplio, que va, en el 19 los que entraron con Espert, está López Murphy, si querés, en la llamada centroderecha y está el socialismo, todo un amplio espectro.” (13 de octubre de 2022).
Parece realmente difícil un acuerdo tan amplio fundado en el diálogo, en el que se compatibilizan posiciones ideológicas. A menos que el acuerdo se apoye en otras bases. Y es que Larreta no concibe el diálogo como un intercambio de argumentos con el objeto de arribar a un entendimiento, sino como una negociación (tal como explicó en el evento de la Fundación Libertad) y más precisamente como un negocio: es decir, un acuerdo en base a la concurrencia de intereses particulares.
The real Larreta
En su praxis política Larreta juega con diversos planos de interés: el general, el partidario, el empresarial, el privado. Eso le ha permitido mantener una calma relativa en el distrito más visible y de mayor concentración política y económica del país, en un contexto de enfrentamiento con el Gobierno Nacional.
Sólo un completo ingenuo o un militante cerril pueden suponer que el turbio episodio del acarreo de vehículos es una rara excepción al modo en que se manejan los asuntos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Si tuvo lugar durante tanto tiempo un negociado tan ruinoso para los intereses de los vecinos de la ciudad, hay otros similares. Lo curioso es que la oposición -en concreto el Frente de Todos– consciente de que es el candidato más competitivo de Juntos por el Cambio, no haya golpeado en el costado notoriamente débil de Larreta: los negociados de la CABA. Los trotskistas están mucho más ocupados en golpear al adversario electoral directo de Larreta -los libertarios de Milei- que al gobierno de la ciudad. La respuesta es sencilla: hay un acuerdo de intereses, que incluye a las fuerzas políticas, las organizaciones sociales, los medios de comunicación, los sindicatos y las empresas.

Los trotskistas están mucho más ocupados en golpear al adversario electoral directo de Larreta -los libertarios de Milei- que al gobierno de la ciudad. La respuesta es sencilla: hay un acuerdo de intereses, que incluye a las fuerzas políticas, las organizaciones sociales, los medios de comunicación, los sindicatos y las empresas.
El escándalo del acarreo de vehículos se saldó con la estatización del servicio. Ante el riesgo de ser despedidos, los trabajadores afiliados al sindicato de Moyano amenazaron con medidas de fuerza. Obtuvieron la reincorporación y una injustificable indemnización, en virtud de una “ley no escrita”, la llamada ley Moyano, que costó una importante suma a la ciudad. Larreta cede al chantaje, Larreta compra. En ese sentido se parece mucho al kirchnerismo de los años 2003-2007, funcionando a punta de billetera, sin necesidad casi de confrontar. ¿Quién paga las operaciones de adquisición de voluntades, la retribución de favores? Los contribuyentes del distrito con mayor presión fiscal del país, después de la Provincia de Buenos Aires. Que se encuentran en una situación similar a la de Ucrania: la agresión de Rusia no les deja otra alternativa que confiar en el apoyo vidrioso y retacero de Europa Occidental. Saben que con la CABA en poder del kirchnerismo las cosas serían aún peores.
Cuando no puede comprar o persuadir y la confrontación es inevitable, Larreta deja hacer, se allana, quita obstáculos y espera a que pase la tormenta. Desensilla hasta que aclare. Los medios se encargan de disimular, maquillar, atenuar, distraer, embellecer. El combativo Grupo Octubre también.
En el contexto de una praxis de gubernamental en base a negocios, a intereses concurrentes ¿no tendría más sentido una retórica inflamada sobre las batallas que es preciso dar, las grandes reformas que necesita el país, los esfuerzos y los trabajos que es preciso afrontar? Podría ser el camuflaje perfecto, dado el diagnóstico que tienen la mayoría de los observadores de la actualidad nacional. Claro que no: no es lo que esperan los interlocutores a los que habla Larreta. El mensaje del diálogo, de la superación de la grieta, de trascender las antinomias tiene un destino muy preciso: el establishment. Los poderes corporativos que actualmente forman parte de la constelación de intereses del Frente de Todos.
El mensaje es el siguiente: “no se preocupen porque no vamos a tocar la de ustedes, no les vamos a obligar a hacer nada que no quieran hacer, siempre se puede charlar”. El diálogo superador que propone Larreta se dirige a esos poderes, no a los ciudadanos ni a la población en general, excluida de los beneficios de las corporaciones u obligada a conformarse con las migajas que les dejan comer.
Pero ¿y el apoyo de la gente, que el propio Larreta considera el único verdadero, el genuino? Las obligaciones que está dispuesto a reconocer en retribución de ese apoyo quedaron manifiestas en las persecuciones contra simples ciudadanos, comerciantes y trabajadores durante la pandemia, y en ese tremendo episodio del conductor esposado y detenido por la policía de CABA al intentar atravesar un piquete para llegar a su lugar de trabajo, en agosto pasado. En la concepción de Larreta, la lógica del poder (incluido el de los piqueteros) siempre tiene prelación sobre las personas. Sus salidas de libreto -por ejemplo, proponer que los planes sociales sean directamente distribuidos por el Estado, sin la mediación de las organizaciones sociales- son estudiadas, calculadas, y tienen poco que ver con la gestión de acción social de la CABA.

El mensaje del diálogo, de la superación de la grieta, de trascender las antinomias tiene un destino muy preciso: el establishment. Los poderes corporativos que actualmente forman parte de la constelación de intereses del Frente de Todos.
Conclusión, con tonos oscuros
Tal como se presenta el horizonte electoral de 2023 cabe pensar en una derrota del Frente de Todos (o como se llame la coalición peronista de entonces) que no será definitiva ni aplastante, a manos de Juntos por el Cambio (o como se llame la coalición opositora de entonces). Eso supone un escenario de debilidad política del nuevo gobierno, probablemente tensionado por diferencias internas.
¿Qué esperar de una presidencia de Larreta?
Escenario de conflicto: Algunos observadores se ilusionan con la posibilidad de que toda la trayectoria política de Larreta, negociadora, transaccional y reacia a la confrontación, no haya sido sino una larga preparación para un virtual gobierno nacional, inevitablemente orientado a un escenario de conflicto, en el que tendría las de ganar, en la inteligencia de que su capacidad de acuerdo le reportaría los apoyos necesarios. Es lo que el propio Larreta parece pensar cuando dice que los resultados electorales no alcanzarán para gobernar en 2023, razón por la cual habrá que convocar y sumar fuerzas políticas después de las elecciones en un gran acuerdo nacional: UNA GRAN COALICIÓN A LA MEDIDA DE LA EXCEPCIONALIDAD DEL DESAFÍO. Sería una ruptura con el establishment (o al menos con parte de él) que empezaría a hostigarlo desde el arranque. Es un escenario poco probable, porque supondría un corte con su propia trayectoria, con los modos con los que acostumbra conducir, con sus propios equipos políticos y la cultura que ha impreso a su organización en CABA. Parece una expresión de wishful thinking de simpatizantes que ven con preocupación la abismal brecha entre el hombre y la misión.
Escenario de negociación: Lo más probable es que las formas del actual Jefe de Gobierno de la CABA se prolonguen en su hipotética presidencia. Establecerá una estrategia de negociación jugando con varios planos de interés con las otras fuerzas políticas, las organizaciones sociales, el empresariado local, los sindicatos, burocracia en los tres niveles y los medios de comunicación, que procederán en términos de presión y chantaje ante un gobierno débil. Pagarán los de siempre, pero a escala nacional: contribuyentes, ciudadanos, clientes, usuarios sin poder de lobby. En cuanto el gobierno pierda la iniciativa política o muestre señas de agotamiento, el establishment procederá a la quita de apoyos e iniciará negociaciones con el sector político viable que le garantice la protección y promoción de sus intereses. Sabe perfectamente que la continuidad de sus intereses sólo se puede lograr a través de la alternancia política. Un peronismo reconstituido para 2027 sería un óptimo socio.
A poco menos de un año de las PASO resulta difícil pensar en la instalación de Larreta como candidato presidencial a nivel nacional. El carisma no ayuda, le cuesta mucho conectar con la gente, no parece sencillo que se convierta en un referente para captar las preferencias electorales en distritos que no sean la CABA. No despertará pasiones ni puede generar las expectativas de cambio que acompañaron el triunfo de Macri. Se encontrará con un electorado triste y deprimido. En sus filas existe una confianza en la eficacia del aparato, dirigido por los expertos en campaña, para superar la prueba de las primarias. Es razonable pensar que el establishment volcará sus recursos en favor de su candidato.
En medio del pantano, Horacio Rodríguez Larreta espera a los argentinos deseosos de un cambio sustancial en la orientación del país y de su calidad de vida. Algunos tienen el fango al cuello, no aguantan más. Pretende atraerlos con su sonrisa estereotipada, sus operaciones de imagen, sus burócratas rigurosamente caucásicos, sus focus groups, sus colorines y su credo de Agenda 2030. Les señala el camino para salir del pantano. Pero en realidad, los está haciendo caminar en círculos.
Nunca antes el futuro del país había estado tan comprometido por los intereses concurrentes de las corporaciones. Ya no queda espacio de conducción política que no afecte a alguno de esos intereses.

En medio del pantano, Larreta espera a los argentinos deseosos de un cambio sustancial en la orientación del país. Algunos tienen el fango al cuello, no aguantan más. Pretende atraerlos con su sonrisa estereotipada, sus operaciones de imagen, sus burócratas rigurosamente caucásicos, sus focus groups, sus colorines y su credo de Agenda 2030. Les señala el camino para salir del pantano. Pero en realidad, los está haciendo caminar en círculos.
Nunca antes las alternativas electorales para el 2023 habían estado tan ajustadas al mantenimiento y continuidad de esos intereses: Massa, Larreta, Morales, Manes, hasta el ninguneado Alberto Fernández. Una escuadrón de moderados y tibios en un país que se derrumba. Si yo fuese un adepto a las teorías conspirativas, diría que está todo arreglado.