Por Carlos Pagni
La polarización extrema: el otro como enemigo que no merece garantías; novedades sobre el espionaje a Cristina Kirchner; ¿Quién lidera al antikirchnerismo?; el dilema de las PASO
Muchas veces es más fácil entenderse a uno mismo mirando a otros. Los rasgos y las peculiaridades que caracterizan a alguien se ven más nítidamente en el espejo de otro. El espejo de Brasil nos puede permitir observar similitudes y, como en toda comparación, diferencias.
Este Brasil de hoy, como sabemos, está partido en dos y es muy distinto del que conocimos durante prácticamente un siglo. Es raro ver que la sociedad brasileña está tan polarizada. Cuando uno mira los mapas electorales de Brasil de las últimas diez elecciones, en general el que ganaba triunfaba en todos los estados, en los que se imponía un solo color. Era un triunfo geográficamente homogéneo. Desde hace algunas elecciones, y en esta que se acaba de celebrar el domingo muy marcadamente, lo que vemos no es solamente una polarización política sino geográfica que expresa una grieta social. El nordeste y buena parte del centro para Lula, para el PT. El sudeste, el sur y buena parte también del centro más urbano, más industrial, para Bolsonaro. Lula ganó en 13 estados. Bolsonaro ganó en 14. Es la primera vez que un presidente en Brasil en el ciclo democrático no se reelige, se postula y pierde: Bolsonaro. Y es la primera vez que un presidente alcanza un tercer mandato, Lula. Estamos entonces ante indicios, señales novedosas, anómalas.En el espejo de Brasil. El editorial de Carlos Pagni.
Hay una fractura dramática. En alguna medida, más dramática que la fractura que hay en la Argentina. Medio país cree que el presidente que ganó es un ladrón. La otra mitad cree que el presidente que se va es un fascista, casi un genocida. Un hombre que defiende una posición antidemocrática, y no le falta razón a esa mitad, por lo que ha sido todos estos años el discurso de Bolsonaro. Por eso, para buena parte del pensamiento democrático brasileño y también internacional, quedó como una cuestión secundaria la ética del comportamiento de Lula en temas como Lava Jato y Odebrecht, para privilegiar el sostenimiento del orden democrático que muchos creían amenazado por la continuidad de Bolsonaro. Entre esas personas hay gente tan valiosa y modélica para la democracia brasileña como, por ejemplo, Fernando Henrique Cardoso, que saludó ayer la victoria de Lula como un “triunfo de la democracia”.
Es cierto que ese triunfo pone de costado una alta tolerancia de una parte importante de la sociedad brasileña hacia la trasgresión. Pasa algo similar a lo que ha pasado en la Argentina con Cristina Kirchner. Propios y ajenos se sorprendieron en el año 2017 cuando Cristina gana las primarias como senadora con los bolsos de López todavía dando vueltas por la opinión pública, con la memoria de la corrupción muy vigente. Y, sin embargo, gana.
Hay muchos mensajes de la elección brasileña que el kirchnerismo interpreta como dirigidos a sí mismo, aunque no lo sean. Por ejemplo, sale corriendo Alberto Fernández a saludar a Lula. Algunos se indignan y dicen: “¿Cómo el presidente de la Nación va corriendo, toma un avión con varios ministros a saludar un mandatario electo?”. Bueno, había que ir corriendo. No solamente por lo que Lula puede significar para Alberto Fernández. Vale recordar que cuando se firmó el acuerdo con el Fondo hubo un tuit de Lula que decía: “Esto no es un ajuste”. Es decir, Lula se alineó con la Casa Rosada y no con Cristina Kirchner ni con La Cámpora. Pero había que ir rápido para que no gane de mano Cristina Kirchner en la apropiación del triunfo ajeno.
En la escena, Alberto Fernández no para de abrazar a Lula, parece como si se lo quisiera llevar. Apurado también para frenar lo que, como dijimos en el momento en que se produjo la primera vuelta, iba a desencadenar el triunfo de Lula en el kirchnerismo: un operativo clamor a favor de la postulación de Cristina Kirchner como candidata a presidenta en 2023. Y hay que decir una vez más que Cristina Kirchner le ganó de mano a Alberto Fernández.
Lula lo recibe a Alberto Fernández después de haberse puesto la gorrita CFK 2023. Obviamente es un hombre que está sumergido en la política brasileña, una campaña extenuante, ayer se lo vio muy cansado, no tiene por qué saber que al ponerse esa gorrita está diciendo tácitamente “no a Alberto 2023″. Es decir, Alberto Fernández ya llegó a San Pablo perdiendo. Habría que pensar en un punto para Wado de Pedro, cero para Daniel Scioli. Porque el encargado de llevar la gorrita fue el ministro del Interior que, como sabemos, no trabaja para la candidatura del Presidente sino para la de la vicepresidente, y, en todo caso, para su propia postulación presidencial. Mientras que Scioli trató de ubicarlo a Alberto Fernández en la escena, después de que el propio Scioli tuviera un distanciamiento con Lula -quien tiene muy anotado el alineamiento, para ellos exagerado, con Jair Bolsonaro-.
Nota al pie de página. Queda un poco relegado Massa en todo esto. Vamos a ver muy probablemente una campaña casi delirante del Ministerio de Economía denunciando con nombre y apellido a un conjunto de empresas que, no sabemos muy bien con qué calculo, aumentaron los precios por encima de la inflación. Nunca se vio algo así, de acusación directa a una compañía. Esto llama más la atención porque en algunos casos son competidoras de otras firmas cuyos dueños son íntimos amigos de Massa. Entonces, siempre hay una ambigüedad de si lo que se quiere es presionar, escrachar, frente a una política de precios que no tiene que ver con lo que hacen las empresas sino con la macroeconomía disparatada que tiene hoy la Argentina gobernada en ese campo por Sergio Massa. O si también hay alguna picardía detrás. Eso siempre va a quedar como un signo de interrogación, sobre todo cuando se personalizan estos ataques.
¿Para qué lo hace Massa? Para quedar bien con Cristina Kirchner. Tal vez no esté en él hacerlo, pero quiere mostrar que enfoca el problema de la inflación del modo en el que ella le indicó hace 15 días con un tuit, presionando a las empresas, interviniendo más. Él también quiere ser la encarnación de este oficialismo para 2023 y que no sea solo una pelea entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
Hay más cosas que mira el kirchnerismo en el espejo de Brasil. Sobre todo, la gente de Cristina. En el palco vieron algo que los alegró. Dilma Rousseff, expresidenta de Brasil del Partido de los Trabajadores (PT), es decir del partido que ganó la elección, ni fue nombrada por Lula. Es una especie de modelo de comportamiento de lo que el kirchnerismo haría con Alberto en una situación similar, el lugar que le corresponde al Presidente en la coreografía: estar ahí, pero sin mencionarlo.
Todas estas proyecciones de la Argentina sobre Brasil obligan, en alguna medida, a mirar lo que está pasando en aquel país. El problema que hay es que surge un gobierno mucho más débil que los anteriores. Lula recibió una oleada de respaldo por parte de todos los líderes internacionales, empezando por Biden que fue el primero que salió a ratificar y a reconocer su victoria. Hace unos dos meses, Bolsonaro reunió a todos los embajadores de países extranjeros con representación en Brasilia para decirles que iba a haber fraude. En Brasil, la elección la maneja la Justicia. Lo del fraude es significativo porque Bolsonaro puso como vicepresidente a su ministro de Defensa, que venía de ser el Jefe del Ejército, y al jefe del Ejército como ministro de Defensa. Daba la impresión de que el Ejército está alineado detrás de Bolsonaro y que podría respaldarlo en una eventual maniobra de no entrega del poder. Este era el temor que había y por eso ayer en una elección que salió casi empatada todo el mundo salió, empezando por Estados Unidos y Europa, a respaldar el resultado, para que no hubiera ningún margen de maniobra por parte del presidente vigente.
Bolsonaro se fue a dormir a las diez de la noche. Pidió que no lo vieran, no quería recibir a nadie, ni a los ministros. Como un chico enojado. Hasta hace una hora no había reconocido el triunfo de Lula. Quiere decir que una de las cosas que se está esperando que haga Lula -parece mentira, pero es importante- es que nombre rápidamente un ministro de Defensa que dé señales de que las Fuerzas Armadas se le subordinan. Después tiene que nombrar al ministro de Hacienda, que siempre es una incógnita con el PT. A pesar de que José Dirceu solía decir: “Lula no es un hombre de izquierda, es un sindicalista, que entre el acelerador y el freno elige siempre el freno”. Acá hay una imagen distorsionada de ese hombre. Se parece más a nuestros gordos de la CGT que a un líder revolucionario. Aun así, es importante que despeje la cuestión del Ministerio de Hacienda, sobre todo por la campaña muy dispendiosa que hizo Bolsonaro en Brasil, en la que regaló mucha plata. Lo otro que es muy importante es cómo va a negociar con el Congreso, porque le queda muy enfrentado desde la derecha.
Por lo tanto, de acá hasta febrero, los brasileños creen que no van a ver la formación de un gobierno, que Lula no va a poder armar gabinete porque este último va a tener que reflejar las alianzas que haga en el Congreso, donde deberá intentar quitarle a Bolsonaro una parte de lo que ellos llaman el “Centrão”, los partidos de centroderecha que hasta ahora adhirieron a Bolsonaro y que podrían sostenerlo a Lula si hay un buen acuerdo y si él reparte bien los cargos en el Poder Ejecutivo. Interesa destacar otra cuestión de Brasil, porque ilumina mucho la escena local. Tiene que ver con números que se vieron en estas elecciones. Si miramos cuánto sacó Lula en la primera vuelta y el último domingo, sumó más o menos dos millones de votos. Por su parte, Bolsonaro de la primera elección al ballotage sumó siete millones. Hay que recordar que los terceros partidos habían sacado todos juntos diez millones de votos. Dado que uno debe presuponer que el que votó a Lula lo volvió a votar y el que votó a Bolsonaro lo volvió a votar, entonces el presidente actual se llevó siete millones de esos diez millones de votos que no habían optado por ninguno de los dos candidatos más competitivos. Esto es importante porque Lula hizo acuerdo con esos terceros candidatos, que no lograron atraer los votos de esa gente. Esto ratifica algo que se presume, pero que en Brasil esta vez fue estridente: desde hace mucho tiempo es imposible manejar el voto desde las estructuras políticas. Es imposible hacer un acuerdo entre dirigentes y que ese acuerdo sea seguido por la gente en todos los casos. Es importante para todo lo que estamos viendo de alianzas y discordias. José Manuel de la Sota, que fue un político de primera magnitud, decía “solo hay dos personas que pueden transferir sus propios votos. Uno soy yo. Tengo 500.000 votos que los mando donde quiero. La otra es Cristina, que tiene 3 millones de votos que los manda adonde quiere”. Los otros son votos sueltos, que hay que trabajarlos todos los días.
Hay un malentendido en los que quieren en la Argentina ver a Lula como un revolucionario. Basta con mirar el discurso largo y leído que hizo ayer, algo raro en un político carismático y profesional como él. Habló de varias cosas. Primero: unidad. Es obvio, le está hablando a ese Congreso opositor que tiene, en un país fracturado. Segundo: nombró a un solo país extranjero, que es Estados Unidos. Dijo que quería que Brasil se una al mundo de nuevo y se abra a la cooperación internacional. Hay que recordar que en el último período de Dilma Rousseff, en coincidencia con Cristina, fue pésima la relación entre ellas. ¿Por qué? Porque Rousseff, al igual que Lula, quería firmar un acuerdo con Europa al que Cristina se resistía y se sigue resistiendo. Es ese acuerdo con Europa que Alberto Fernández le mencionó insólitamente a Josep Borrell “Yo no sabía que teníamos un acuerdo con Europa. Y el canciller tampoco”. Le dio la noticia de que no había preparado la reunión, que ningún subordinado de él le hizo una minuta sobre quién era Borrell y de qué iban a hablar. Y lo más insólito es que no sabe que se firmó un acuerdo con Europa durante el gobierno de Menem, del que él, Alberto Fernández, formaba parte. Otro papelón internacional. Vuelve con Lula la presión para abrir la economía. Esta es la discusión que van a tener Alberto Fernández y Lula en el período que viene.
Hay otro tema, que nos va a afectar, y que tiene que ver con el eje Brasil-Estados Unidos. Brasil ha postulado como presidente del BID, del que nosotros dependemos enormemente -acaba de haber un desembolso de 700 millones de dólares indispensables para las reservas del BCRA-, a Ilan Goldfajn. ¿Quién es Ilan Goldfajn? Es el funcionario del FMI encargado del plan argentino. EE.UU. no quería respaldar a Goldfajn, a pesar de que tienen simpatía por él, porque iba a ser el candidato de Bolsonaro. Probablemente, ahora que el presidente va a ser Lula, Goldfajn logre ser el próximo presidente del BID, en un eje Biden-Lula que la Argentina debería registrar.
Así como se interpreta que Lula es un líder de izquierda radicalizado, hay otro malentendido pensando que Bolsonaro es una especie de liberal de derecha conservadora. No. Hay muchos más rasgos fascistas, ultraderechistas, en cuestiones que tienen que ver con la moral, las políticas de género, el alineamiento internacional, la visión del medioambiente, que lo alejan muchísimo a Bolsonaro del liberalismo. Salvo que entendamos la política de Paulo Guedes, su ministro de Hacienda, como una política promercado o, como diría el kirchnerismo, neoliberal. Pero aún el propio Bolsonaro, frente a esa política, ha tenido amplias reservas porque, como todo militar, tiene un componente estatista, de amor por el Estado. Es decir, es un populista de derecha, que como todo populista tiene un sentido patrimonial del poder. Cree que el poder es de él, por eso se fue a dormir. Se ha iniciado en Brasil una transición muy accidentada, tanto que los camioneros que responden a Bolsonaro, no porque él les haya dado la orden sino porque están envalentonados con el clima de polarización en el país, cortaron seis rutas. Entre ellas, la vía Dutra que une San Pablo y Río de Janeiro, que es la autopista más importante de Brasil. Y la Polícia Rodoviária, que es la caminera brasileña, no ha hecho nada. Y Bolsonaro sigue encerrado.
Hay entonces una polarización total, como la que se vive también en la Argentina, y existe un tema particularmente delicado que se entiende por ese fenómeno. Esa polarización consiste en ver al otro como el mal absoluto. Y, por lo tanto, ver al otro como indigno de cualquier garantía. Con el otro se puede hacer de todo porque no merece ser tratado en un marco legal. Este problema se manifiesta, entre otras cosas, en el modo en que el Estado maneja los servicios de inteligencia en persecución del adversario. ¿Por qué volvemos sobre este tema? Porque ha habido una noticia, que va a generar todo un revuelo por la gente que involucra. Se va a inscribir nítidamente en la polarización y va a calentar los ánimos. El fiscal Franco Picardi pidió que se eleve a juicio oral -es decir da por cerrada la investigación- la causa por la cual se investiga a la AFI del gobierno de Mauricio Macri espiando clandestinamente a Cristina Kirchner. ¿Esto qué quiere decir? Que le pide al juez Mariano Martínez de Giorgi que eleve la causa a juicio oral, que se sortee un tribunal oral y se debata -como se está debatiendo- el uso de la inteligencia clandestina en contra de la que, en aquel momento, era la jefa de la oposición. Es la primera vez en la historia democrática que un tema que tiene que ver con servicios de inteligencia podría llegar a un tribunal oral. Acá estarían procesadas cuatro personas, que son las principales: Gustavo Arribas, que estaba al frente de la AFI, Silvia Majdalani, que era la segunda, Alan Ruíz, que era el jefe de Operaciones Especiales, y Martín Coste, que era jefe de Contrainteligencia. Esto surgió por una denuncia de Cristina Caamaño, la jefa de la AFI de este Gobierno que fue reemplazada hace unos meses por Martín Rossi.
¿Qué se investigó? Que el 7 de agosto de 2018, se detectó que había espías vigilando el Instituto Patria y la casa de Cristina Kirchner. Gente de la ahora vicepresidenta los filma, se inicia una denuncia y Arribas y Majdalani van a Comisión Bicameral diciendo “todo esto se está haciendo con una orden judicial”. Hasta el día de hoy, no apareció ninguna orden judicial. Se hizo sin orden judicial. ¿Qué excusa dan? Que la espiaban a Cristina Kirchner para garantizar que no hubiera un atentado terrorista, en el marco de la reunión del G20 que se iba a realizar en 2018. No le avisaron a la custodia de Cristina que podía ser víctima de un atentado terrorista. Tampoco le avisaron a la Policía Federal. Es curioso: sabían que podía haber una víctima de un posible atentado terrorista, pero nadie le avisó para que se cuide. Cuando se los investiga, muchos de estos espías les echan la culpa a sus jefes. “Nos daban la orden de vigilar y ver si aparecían bolsos”, explican. La causa se inició por espionaje clandestino. Y algo más. Por falsificación de documentos. ¿Por qué? Porque en su infinita torpeza, estos espías presentaron como pruebas de por qué tenían que investigar un sobre con una cantidad de documentación. El sobre está fechado, supongamos, el 7 de agosto y la documentación es posterior. Todo era falsificado. Se grababan entre ellos. Los más viejos y pillos grababan a los más jóvenes. Y estos más jóvenes decían “a mí me manda Ruiz que, a su vez, lo manda Majdalani”.
Hay una novedad adicional, que es que por primera vez en todo este tema de espionaje, Picardi presenta un segundo escrito donde pide -y esto va a tener repercusión- que se lo investigue a Macri en todas las causas por espionaje. No porque fuera el jefe del Estado sino porque Picardi sostiene que había un interés particular de Macri en espiar. Esto no lo hizo ningún otro fiscal todavía. Es la primera vez que sucede. Mañana seguramente habrá una reacción de Juntos por el Cambio o el Pro respecto de esta imputación. Obviamente, esto hace que el tema espionaje se meta de lleno en la campaña.
¿Por qué dije miren bien que quien hace la denuncia es Cristina Caamaño, la jefa de la AFI en este Gobierno hasta hace dos meses? Porque, mientras sucede esto, aparece de nuevo en escena el tenebroso Jaime Stiuso y dice: “He leído cosas en los diarios por las cuales quiero declarar de nuevo en la causa por la que se investiga al fiscal Nisman”. ¿Qué vio en los diarios Stiuso? Que hay una cantidad de espías que fueron a declarar en la causa que investiga el juez Ercolini por la muerte de Nisman. Y esos espías respondían a su enemigo dentro de la AFI, Fernando Pocino. Él debe temer que lo ensucien a él porque Pocino y sus espías están complicados en el tema Nisman. ¿Por qué están complicados? Porque es bastante evidente que una vez que Nisman hizo su denuncia, la AFI lo mandó a espiar para ver con quién hablaba, quién le proveía información, etc. Y ahora Stiuso va en defensa propia, pero dice “Voy a dar información que va a complicar al kirchnerismo”. ¿Qué información estaría manejando Stiuso? La información que viene de otra causa judicial.
Una empresa, Darkstar, hacía investigaciones clandestinas, supuestamente, para una potencia extranjera, para Gran Bretaña. Investigando esto, Stiuso manda con nueva orden judicial, que primero le da el juez Torres y después Ramos, Rodríguez y Lijo, con la que interviene una gran cantidad de teléfonos. Entre otros, el de Pocino. Quiere decir que en la causa Darkstar se seguían las investigaciones de Pocino. Cuando en la oficina en la que se seguían las escuchan ven que hay un registro en esa causa de comunicaciones de Pocino -esto no lo sabemos, pero muy presumiblemente espiando a Nisman-, borran todos esos registros. Esto es lo que iría a denunciar Stiuso. Ahora, ¿Quién es la que estaba al frente de esas escuchas? Cristina Caamaño como fiscal dependiente de Alejandra Gils Carbó. Quiere decir que la misma Caamaño que denuncia a la AFI de Macri por espiar a Cristina, ella también quedaría como encubridora del espionaje clandestino que llevaba Pocino sobre Nisman. Este es el estado de los servicios de inteligencia dentro de la democracia, donde la clandestinidad es transversal, donde el que denuncia también es denunciado. Y todo esto se debe a que lo vemos como totalmente natural, porque medio país cree que está bien espiar a Cristina y medio país cree que estaba bien espiar a Nisman. Muchos argentinos han perdido la noción de la legalidad. No solo toleramos la transgresión del que roba recursos del Estado y sigue haciendo política. También toleramos la transgresión de este tipo de mecanismos que deberían ser extraordinariamente cuidados.
Este es el resultado de la polarización, la misma que vemos en Brasil. Y me interesa destacar un punto que puede ayudarnos a pensar la Argentina. Y ese punto es ¿qué es lo que se está discutiendo en la política brasileña? Porque Lula, si miramos sus números, sacó los votos que tradicionalmente ha sacado el PT. Ha habido una entrevista a una gran politóloga brasileña, María Herminia Tavares, en el diario Valor, donde ella analiza cuál es el debate político hoy en Brasil. Ella sostiene: “No se está discutiendo qué pasa en la izquierda. Se está discutiendo quién lidera el anti-petismo”. Es una discusión muy parecida a la que se está dando en la Argentina. Se está discutiendo, y esta es la crisis que hay dentro de Juntos por el Cambio, quién lidera el antikirchnerismo. A diferencia del PT de Brasil, en el kirchnerismo también hay una fractura entre Alberto y Cristina. En el PT, el líder sigue siendo Lula. Rousseff no lo discute a Lula mientras que Alberto discute a Cristina. Por eso hay una reacción de mucha gente ligada a Cristina que dice “suspendamos las PASO para no darle ese escenario de confrontación a Alberto”.
Del otro lado hay una discusión para ver quién lidera el antikirchnerismo. ¿Por qué? Porque Juntos por el Cambio se constituyó en el año 2015 a partir de esas tres premisas y hoy se ven muy borrosas. La primera: estamos en presencia de una dictadura tipo venezolana y con una presidenta que, con el 54% de los votos, que avanza sobre la propiedad -Repsol-, avanza sobre los medios -Clarín- y la Justicia -“democratización” judicial-. Eso hizo que mucha gente que, en otro contexto, no se juntaría, se una para frenar ese proceso. Si algo no puede considerarse hoy del Gobierno de Alberto Fernández es que sea una dictadura. Cualquier cosa menos eso. Segunda peculiaridad de 2015: todos suponían que Macri ganaba. O, por lo menos, que era el candidato más competitivo. No había nadie que le discutiera en serio el liderazgo a Macri en 2015. Por eso los radicales, Carrió, etc., teniendo diferencias muy grandes con él, adhieren a su candidatura. Era obvio que el líder era Macri. Eso está absolutamente en tela de juicio, no solo por Macri. No se sabe quién es el líder electoral de esa agrupación.
Aparentemente sería Horacio Rodríguez Larreta, que está en las mejores condiciones en materia de encuestas, pero no lidera al núcleo duro de su partido. La tercera premisa por la cual se constituye esa coalición es que Macri no sería de derecha. Es un trabajo minucioso, de orfebrería, que se le debe a Marcos Peña y Jaime Durán Barba, ocultar los impulsos de derecha que puede tener Macri. Este Macri que vemos hoy, entusiasmado y al mismo tiempo amenazado por la performance de Javier Milei, se vuelca a la derecha y genera un problema para Carrió y, especialmente, para los radicales en esta identificación. Y probablemente también a Larreta, que lo vemos conceptualmente más cerca del radicalismo que de la dirigencia clásica del Pro. No sabemos qué pasa con el votante del Pro, es otra cuestión. Lo que está dentro del corazón del problema del Pro es la Ciudad. Y en la Ciudad hay una crisis que estalló: la situación de la obra social de los empleados municipales (ObSBA). Se recaudan 3200 millones de pesos por mes y tiene un déficit mensual de 600 millones. Se recortan prestaciones, es un escándalo probablemente de corrupción de hace mucho tiempo, en el que están involucrados políticos y sindicalistas.
¿Quién va a liderar el kirchnerismo? ¿Quién va a liderar el antikirchnerismo? Dentro de estas preguntas, está la posibilidad de que no haya primarias. Y un temor que se empieza a instalar dentro del Gobierno: “¿Y si suspendemos las primarias y los radicales, los del Pro y los de la Coalición Cívica hacen unas primarias entre ellos? ¿Movilizan a la gente, buscan el voto, dinamizan ese espacio de la política y nos quedamos mirando? En la elección general nos arrasan”. Gerardo Morales anticipó ese escenario. Dilema para Cristina Kirchner, para Máximo Kirchner, para los que tengan que decidir.
Terminamos con una tabla que también habla de la Argentina. Entre 2018 y 2022, en todos los países -salvo en las elecciones del 2018 en Paraguay- perdió el gobierno y ganaron las oposiciones.
En todos ha habido alternancia. ¿El deterioro del salario real que Massa quiere neutralizar escrachando empresas va a llevar también al Gobierno de Alberto Fernández a esta situación? Gran signo de interrogación. Esto se puede explicar de muchas maneras, pero hay una que es muy obvia. Estamos en la contracara del gran siglo asiático que le dio bonanza a toda la región. Estamos en el ajuste de aquel período que empezó en el 2003 y terminó en algún momento del 2013. Estamos después de la pandemia y estamos también en esta escena, que se ve claramente en el siguiente gráfico.
La pandemia provocó en distintos países un comportamiento de expansión del gasto público que produjo desequilibrios enormes -hasta más del 8% en algunos países–. En los últimos dos años, parte del 2020 y 2021, hubo una gran recuperación fiscal que implica un ajuste fiscal. El único país que no lo hizo es la Argentina. Todos los demás se recuperaron. Hay una diferencia que se observa entre el resto de los países de la región y nuestro país. Esto es lo que le espera al próximo gobierno. No se entiende cómo es que buena parte de la oposición, el Pro, se abstuvo de votar el Presupuesto a Massa, mientras que los radicales sí lo hicieron cuando ellos mismos decían que era un proyecto fantasioso. Esta es una clave de la elección de Brasil, esta es una clave de la elección de la Argentina y es una clave de lo que viene y de lo que nos espera. Esta es la brecha de los próximos dos, tres o cuatro años que tendrá que discutir el que venga, sea del partido que sea, con el Fondo.
Fuente La Nación