Por Santiago Fioriti
La intimidad del poder. La estrategia electoral K, el informe económico que alarmó a la vice y la promesa de Massa. Los diálogos Macri-Larreta-Bullrich.
El primer grito lo oyó desde el camarín. Sus custodios estaban apostados en la puerta y habían desplegado un impresionante operativo para que nadie se acercara al anillo de protección que le habían armado para que ella pudiera moverse sin miedo. Cristina venía de visitar el monumento a Néstor Kirchner en el Polideportivo de Pilar. Se emocionó y estuvo a punto de llorar. Luego, al llegar al sector del acto, pidió quedarse unos minutos sola. Se encerró entonces en el camarín. Cuando salió, el cántico de Cristina presidenta era aún más potente y la ceremonia, perfectamente orquestada, ya se veía por televisión.
La última vez que había estado en Pilar, un grupo de artistas militantes había asistido a cenar con ella para pedirle lo mismo, que fuera ella la postulante y que esta vez el modelo prescinda de intermediarios. Aquella respuesta evitó los rodeos de su diatriba y canceló la discusión: “Entre madre y la política, hoy elijo ser madre”, dijo. El viernes regresó al mismo distrito, casi un año más tarde, acompañada por trabajadores de la Unión Obrera Metalúrgica. Su piel pareció mutar: “Voy a ser lo que tenga que hacer para que el pueblo recupere la alegría”, confió. Bastó para motivar a sus devotos y para generar un nuevo cimbronazo en la Casa Rosada. “¡Sí! Tenés que ser vos!”, le gritó una mujer cuando se iba. Cristina se dio vuelta, pero no dijo nada. Solo esbozó una sonrisa.
Dos meses y tres días después del intento de magnicidio, la vicepresidenta se paró en el centro del teatro político y transmitió que no tiene previsto alejarse. “Está de nuevo entre nosotros y está jugando”, especulan los que la quieren ver, o necesitan verla, con el traje de candidata.
El cristinismo empieza a desandar una estrategia que conoce de memoria. Su líder se planta como posible aspirante para 2023, impide el surgimiento de otros desafiantes internos, relega a Alberto Fernández a la mínima expresión y se reserva la carta de ir moldeando un delfín propio por si al final del camino decidiera bajarse. Esto es: todo aquel que tenga fantasías electorales deberá desde ahora beber de su cáliz.
Se trata de la puesta en marcha de un viejo método. Se inauguró en la competencia de 2007, cuando Kirchner jugaba a que el postulante podía ser “pingüino o pingüina”; fue exitoso en los meses previos a 2011, cuando Cristina vestía de luto y dejaba trascender que no estaba convencida de ir en busca de la reelección, y resultó vital en 2019, cuando -mal que le pese- logró designar con un tuit a Fernández.
Es cierto, corren otros tiempos. El cuarto gobierno kirchnerista sucumbe ante una inflación que se encamina a los tres dígitos este año -o, lo que es peor para el relato, al doble de la que dejó Mauricio Macri- y frente a un desolado experimento de convivencia en el poder entre el Presidente y su supuesta segunda, que se suma al hartazgo de la sociedad hacia su clase dirigente. La popularidad del binomio entró hace por lo menos un año en un pasadizo de sombras.
Cristina, en ese punto, quizá se mueve con más realismo que buena parte del Frente de Todos. Podría decirse, incluso, que fue la primera en ver el abismo cuando el dólar blue tocó los 350 pesos. Eso explica su reconocimiento al “esfuerzo” de Sergio Massa. Casi que se está tragando el sapo sin disimular, aunque ese sapo choque con su estrategia de recrear la expectativa del núcleo duro de votantes, que es siempre su primera prioridad. Si lo que asoma sobre la superficie es ajuste, suba de precios y tensión permanente por las reservas del Banco Central, ni la reaparición en Pilar ni el triunfo de Lula en Brasil podrían ayudarla demasiado.
La no mención de Fernández en Pilar es también parte del plan. El primer mandatario ha pasado a ser ignorado por la jefa. “Mejor esconderlo que mostrarlo”, dice uno de sus exégetas. Cada tanto recibirá alguna estocada, casi protocolar, pero no más que eso.
Nunca lo admitirán en público, pero los cristinistas saben que, amén de la falta de temple de Alberto para ejercer el liderazgo que le otorgaron los votantes, la asfixiante política de control de la vice al Presidente no hizo más que agravar las cosas. A ambos, al final del trayecto, podría unirlos el mismo fracaso. Por caso, los ministros que ella no quería se fueron, pero el recambio no trajo más que una agudización de los problemas. No solo en cuanto a los indicadores de gestión, sino al funcionamiento del Ejecutivo.
“Hay miembros de nuestro gobierno que critican como si no fueran parte”, sostuvo dias atrás Victoria Tolosa Paz. ¿Qué la llevó a confrontar repentinamente con el cristinismo? La ministra de Desarrollo Social está desahuciada. “El ministerio es un quilombo. No puedo cambiar nada”, le confesó a un amigo íntimo de Alberto.
Los piqueteros de izquierda redoblarán la presión sobre Desarrollo Social. Dicen, como todo el mundo, que los alimentos no paran de subir y que el Gobierno debe otorgar un aumento a los beneficiarios de planes. Va de la mano con el pedido de los custodios del relato, que exigen tres movidas simultáneas: el pago de un bono para los trabajadores que compense la inflación, el congelamiento de precios y una presión mayor sobre los empresarios.
Cristina está de acuerdo con el planteo y se lo hizo saber a Massa. Una cosa son los elogios públicos (siempre medidos, de todos modos) y otra cosa la política de precios. La presión clarifica la espectacular cabriola del tigrense, que pasó de negar un congelamiento de productos (“es como pisar la manguera, frenás un rato, pero el agua está”, dijo hace menos de tres semanas) a ponerse al frente de la iniciativa, que verá la luz en diciembre.
Cristina exige mano dura. El economista Hernán Letcher, uno de sus favoritos -y al que ella quería al frente de la secretaría de Comercio- le hizo llegar un informe que incentiva su bronca con los supermercadistas. El informe sostiene que, entre enero y septiembre, el dólar oficial aumentó 41,02% y que, en el mismo período, el contado con liqui saltó un 52,9%; las tarifas aumentaron, en promedio, 48,3%; las naftas, hasta antes de la suba de esta semana, 53%. Frente a esos incrementos, los salarios lograron subas promedios de 61,2%. ¿Y la inflación? En esos nueve meses del año trepó al 66,20%.
El panorama oscuro no detiene el optimismo de Massa. El miércoles reunió a su equipo de colaboradores para comer un asado en el útimo piso del Palacio de Hacienda y sumó a varios senadores oficialistas, entre ellos a las dos más cristinistas, Anabel Fernández Sagasti y Juliana Di Tullio. Les prometió que la inflación de 2023 estará por debajo del 60%, que es la proyectada en el Presupuesto, y que eso provocará el despertar electoral del Frente de Todos.
Durante la sobremesa, Massa intentó justificar su apuesta al congelamiento de precios. “Lo vamos a hacer consensuado. Olvídense de un decretazo o de que avancemos con la ley de desabastecimiento”, aseguró. Los últimos comensales se fueron a la 1.30 del jueves.
“Esta gente está afuera. Vamos al fracaso más grande que se recuerde”, planteó Mauricio Macri esta semana en encuentros reservados. Es el opositor más convencido de que el ciclo kirchnerista está acabado. Pero le preocupa el desconcierto en su fuerza y la mirada inquisidora de la sociedad, que asiste a un show de mal gusto de quienes se ven así mismos como sucesores naturales del kirchnerismo el año próximo. Jaime Durán Barba, que no está pero está, les advirtió a más de uno que el descontento social podría alumbrar un candidato nuevo unos meses antes de la elección y quedarse con todo.
Macri habló por teléfono con Patricia Bullrich y con Horacio Rodríguez Larreta para intentar encarrilar el diálogo. Esa charla se producirá el martes, junto a otros actores del espacio, aunque nada garantiza la paz. Bullrich está dispuesta a meterse en temas sensibles con los que pretende complicar al jefe de Gobierno y en el larretismo ya marginan a Jorge Macri de la gestión, enojados por su foto con Bullrich, lo que podría despertar -a su vez- una pronta reacción de Macri.
Mientras el foco de Juntos por el Cambio estaba en la batalla por la Ciudad, Cristina entreabrió la puerta para una candidatura y el sector más puro del macrismo comenzó a fantasear con un duelo Cristina-Macri. “Si es ella, vas a tener que ser vos”, escucha el ingeniero. A Cristina le encantaría ese duelo. Es posible que a Macri también.
Los larretistas dicen estar dispuestos a desafiar al ex presidente si fuera necesario. Y considera que a Bullrich, a Jorge Macri y al propio Mauricio los une una ansiedad que no se condice con los tiempos electorales. El jefe porteño procura convencer a Fernán Quirós para que se sume a la carrera por su sillón. La irrupción del médico, cree, arrasaría con todos los rivales.
A Larreta no le disgusta moverse en las sombras. Los domingos a la noche suele cenar en alguna villa del Conurbano. Son encuentros con familias muy pobres, como los que hacía Macri con Juliana Awada. La novedad no son solo los encuentros. Larreta asiste con su novia, Milagros Maylin. En las fotos se los ve tomados de la mano, pero el alcalde ha prohibido que se difundan.
Fuente Clarin