MIAMI, Estados Unidos. – Imagínense a unos seres deleznables, que dicen ser intelectuales, complotados con la policía política para impedir que una película hecha en Cuba, con actores, director y personal técnico procedentes de la Isla se le impida ser mostrada en el llamado Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, que se celebra del 1 al 11 de diciembre.
Esos mismos apapipios castristas la habían emprendido contra el director y escritor Carlos Lechuga con anterioridad cuando estrenó parcialmente Melaza en alguna sala habanera y cuando Santa y Andrés le fuera totalmente censurada.
El tercer largometraje de Lechuga, Vicenta B., es ahora la nueva obsesión de los represores. Inscrito a tiempo en el festival de marras por su diestro equipo de producción, incluido y borrado del catálogo, impedido de figurar en la competencia y potencialmente programado durante una función, si acaso, en horario que pocos espectadores puedan concurrir.
Abel Prieto, Miguel Barnet y Fernando Rojas, quienes se disiparán algún día del imaginario nacional, como el propio fantasmagórico dictador Fidel Castro, son los paladines del equipo censor, donde además se incluyen otros burócratas de origen militar que conducen los destinos del maltrecho cine nacional y el propio contexto cultural desmenuzado en pedazos por la intolerancia.
El Festival, en su edición número 43, se vanagloria de contar con un programa de 2 000 películas, que aún no han sido dadas a conocer, y ha incluido además el nuevo premio Arrecife para enaltecer un filme que trate sobre la diversidad, específicamente de la temática queer.
Carlos Lechuga, quien ha trasladado su residencia a la ciudad de Barcelona, dio a conocer recientemente un comentario público sobre los tropiezos de Vicenta B. en su país de origen, luego de seguir haciendo la ronda por importantes festivales de cine del mundo.
He aquí un resumen de sus declaraciones:
“Hace un par de días, a punto de que el Festival tenga su conferencia de prensa y empiece, me llama un amigo para decirme que en el Ministerio de Cultura estaban presionando a los trabajadores del Festival de Cine de La Habana porque no querían poner la película”.
“Me pongo en contacto con una persona que antes trabajaba en el Ministerio y me cuenta lo que está pasando. Del nivel más alto del Ministerio de Cultura están negados a que Vicenta B. se vea en la Isla, a pesar de que un grupo de cineastas y conocedores estaban defendiéndola (les agradezco el intento)”.
“Nuestro mayor deseo era que los cubanos se encontraran con Vicenta B. en la sala oscura. La película está hecha para los cubanos. Para nosotros”.
“Ayer me entero de que más allá de que la película le gustaba a la gente del Festival, unos seres oscuros, soberbios, incultos, querían marginarla para que pasara desapercibida”.
“Recuerdo que lo mismo me sucedió con Santa y Andrés y el Havana Film Festival de New York; primero la querían y luego bajo presión de Abel Prieto y otros policías culturales nos empezaron a tratar mal y echar a un lado”.
“Yo no tengo problemas con que mi película la pongan en el peor cine del mundo a las 12:00 de la noche sin público, pero solo acepto esto si es una decisión artística y no política (como conmigo lo ha sido siempre)”.
“A pocos días de empezar el evento, teniendo un tiempo largo antes para avisarnos, la propuesta de Cuba es sacar la película de la competencia, quitarle pases y ponerla solo dos veces en el cine Acapulco. Rebajar nuestra película. A una semana de comenzar el Festival nos dicen que la única cosa que les han permitido hacer es eso. O sea, no es una decisión del evento, no es una decisión artística. Es una orden policial”.
“No puedo aceptar una negociación tomada por los policías mafiosos del país. Por eso nuestro equipo ha decidido no aceptar esas migajas”.
“Esperamos que nuestra película sea tratada como el resto de las obras. Si no es así, nos vemos en la necesidad de retirarla. Por respeto a nosotros y a los que trabajaron en ella”.
“Unos meses antes de mi salida de la Isla, el director del Instituto de Cine, Ramón Samada, me llamó a su oficina para preguntarme si podía contar conmigo para hacer una reunión con los cineastas revolucionarios. Por supuesto que le dije que no contara conmigo”.
“Ahora en este momento, más allá de mis ganas por que el pueblo de la Isla vea la película, me veo en la necesidad de no aceptar esta negociación policial”.
“Las autoridades culturales cubanas desde 2012, hace 10 años, han tratado de callarme. La libertad de expresión para mí es fundamental. Esperemos que rectifiquen y pongan la película como va”.
Hasta el cierre de esta columna resulta lamentable el silencio de miembros del gremio cinematográfico cubano sobre los atropellos que sigue sufriendo uno de sus más distinguidos congéneres.
Resulta interesante constatar, sin embargo, que algunos integrantes de la estructura burocrática del ICAIC han intentado conspirar y contradecir las intenciones de la policía política y sus servidores, al parecer, sin mucho éxito.
Dentro de la Isla, solo actores como Héctor Noas y Luis Alberto García se han expresado en los medios sociales sobre la incongruencia de seguir aplicando la censura a una obra porque su creador ha decidido expresarse en total libertad.
Le vendría bien a Carlos Lechuga escuchar protestas de sus colegas latinoamericanos y de otros confines, invitados al Festival, por el maltrato que está recibiendo en su propio país. La mudez los hará cómplices de la dictadura.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org