Por Enrique Guillermo Avogadro
“Cuando el poder del amor supere al amor por el poder, el mundo sabrá qué es la paz”. Jimmy Hendrix
En el terreno judicial, el horribilis annus de Cristina Fernández y sus cómplices parece no terminar nunca, y el próximo traerá, seguramente, noticias peores para su banda saqueadora. A su condena por corrupción, sumó la confirmación por la Corte Suprema de la prisión de Milagro Salas, la violenta y torturadora ladrona jujeña y, luego, agregó en pocos días el rechazo a la pretensión de Cecilia Moreau, Presidente de Diputados, de dejar sin efecto la designación de los representantes en el Consejo de la Magistratura. El peor broche fue el dictado de la medida cautelar que obliga a la Nación a dejar de aplicar la quita en la coparticipación federal que impuso unilateralmente, hace dos años, un decreto presidencial para calmar a la insubordinada Policía bonaerense y salvar a Axel Chiquito Kiciloff, custodio del futuro refugio de la emperatriz hotelera.
Sabíamos que ella no aceptaría tranquilamente la derrota en su sempiterna batalla contra la Justicia, pero que el “profesor” –no lo es, por cierto- de Derecho llegaría a tal extremo de bastarda sumisión y se incorporara sin chistar a los regimientos kirchneristas que tanto lo humillan probó, una vez más, la ruin catadura moral de Alberto Fernández. Por orden de la Reina Batata, los gobernadores del Chaco y de Buenos Aires, el único perjudicado por el fallo, y otros sátrapas provinciales, apretaron al Caracol y lo transformaron en un subversivo de tomo y lomo. En general, pensamos que los golpes de Estado sólo pueden ejecutarse contra quien está a cargo del Poder Ejecutivo, ignorando que los otros dos (Legislativo y Judicial) también pueden ser sus objetivos.
El jueves por la noche, al desconocer la medida cautelar de la Corte, detonó una crisis institucional que tendrá graves consecuencias. Se puso la Constitución de sombrero y, así, incurrió en varios delitos, todos imprescriptibles. Recurrió a los mismos argumentos políticos que han sido el andamiaje permanente de las operaciones de Cristina Fernández para alzarse contra la República y se colocó a tiro de los jueces –ya hay denuncias penales en su contra- y del Congreso, aunque allí no prosperarán los pedidos de juicio político contra el Presidente y la Vice, salvo que los representantes de las provincias que se negaron a acompañar esta gravísima payasada y estuvieron ausentes del cónclave sedicioso, voten a favor.
Me pregunto si el Caracol no se enteró de lo que hicieron mandatarios verdaderamente poderosos, como Donald Trump o Jair Bolsonaro, y hasta su amigo Pedro Sánchez quien, cuando el Tribunal Constitucional abortó sus avances para desmembrar a España y terminar con la democracia, se limitó a acatar el fallo. Claro que, en cambio, se habrá inspirado en el fallido autogolpe que intentó Pedro Castillo disolviendo al Congreso, pero debería recordar que varios presidentes peruanos están prófugos o presos.
Lo dramático de lo sucedido es que agravará la profunda crisis económico-social y afectará aún más a las eventuales inversiones que, aunque fueran a largo plazo (por ejemplo, Vaca Muerta), estaban ansiosas de llegar a nuestras playas por nuestra enorme posibilidad de atender a las acuciantes necesidades que este mundo, tan agobiado por los conflictos bélicos, está sufriendo: alimentos, agua potable, energía, minerales (litio, cobre, etc.). Ya se miraban con aversión la falta de seguridad jurídica que reina entre nosotros y los avances de un Gobierno que cambia permanentemente las reglas para favorecer a los amigos del poder y a quienes pagan coimas para obtener prebendas, pero esto supera a todo lo imaginable. Los mercados financieros reaccionaron con enorme preocupación al disparate institucional que las aspiraciones de impunidad de la emperatriz hotelera produjo, y el efecto se vio en la fuerte depreciación del peso.
A Sergio “Aceitoso” Massa, el tercer miembro de esta penosa trifecta, sólo la preocupación de los Estados Unidos por el avance de Xi Jinping en la región –algo que ya tampoco se ve tan claro- le permite sortear, trimestre a trimestre, las exigencias de los acuerdos financieros cuyas metas incumplidas, pero dibujadas, son tolerantemente aceptadas por el FMI para no aparecer como el ogro que mandó a la Argentina al default. Debo reconocer que tiene muy mala suerte porque, además de la declinación de la economía china, principal comprador de nuestros productos, y la prohibición de devaluar la moneda que le impone el kirchnerismo, la inédita sequía que afecta a gran parte del país complicará más, si cabe, la situación cambiaria y, sin duda, llevará a una mayor brecha entre las diferentes –ya son quince- cotizaciones del dólar con que asombramos, una vez más, al mundo entero.
Desde el otro lado, desde la imaginada Patria Grande, el apoyo que creía Argentina poder recibir del Brasil de Luiz Inácio Lula da Silva, del Chile de Gabriel Boric o de la Colombia de Gustavo Petro –la Bolivia de Luis Arce tiene sus propios problemas graves- no se extenderá más allá de los gestos protocolares. Vladimir Putin y los ayathollas no son aliados que puedan exhibirse ante una opinión pública sensibilizada por la guerra contra Ucrania y las salvajadas que allí cometen los ataques rusos, y por la condena a muerte en la horca de un futbolista de renombre por el solo hecho de haberse manifestado a favor de la liberación de las mujeres en Irán, un hecho sobre el cual resuena con estruendo el silencio de nuestro Gobierno y de los organismos de derechos humanos y las asociaciones feministas.
En medio de este enloquecido escenario, esta noche renacerá Jesús y, con él, la esperanza de paz y amor universal aunque aquí, cada vez, este enorme propósito parezca más lejano. Pese a todo, ¡feliz Navidad!