Por Enrique Guillermo Avogadro
“Sin libertades somos un rebaño pastoreado por hienas”.
Antonio Escohotado
La jauría que nos gobierna, tan cascoteada ella, está dispuesta a llegar a las últimas consecuencias para lograr su prioritario objetivo actual: la impunidad de la jefa de la banda delictiva que, con tanta saña, sigue saqueando al país. Y digo “actual” porque antes lo era la conservación de un poder que ya sabe perdido irremisiblemente. Para llegar a esa orilla, nadan en el mar de las instituciones dando manotazos caninos para no ahogarse.
A pesar de mi edad, la viuda de Kirchner y sus esbirros me permiten, diariamente, recuperar mi capacidad de asombro. Contribuye a ese efecto la pasividad de una sociedad que, a esta altura de los hechos, hubiera estallado en cualquier lugar del mundo. Geografías tan distantes como Santa Cruz de la Sierra o Teherán, Ayacucho o Trípoli, Bucarest o El Cairo, permiten comprobar cuanto digo.
Sin embargo, nada parece conmover a los argentinos. Que todos sepamos que mantiene su cargo una Vicepresidente condenada por corrupción y procesada en una decena de causas, y que la misma delincuente enriquecida percibe el equivalente a 150 jubilaciones mínimas y, además, pretende cobrar una multimillonaria retroactividad, un derecho que se niega a decenas de miles de ancianos paupérrimos cuyas sentencias favorables son apeladas hasta el infinito por el mismo gobierno que ella integra, y nada hagamos al respecto, habla a las claras de qué tipo de decadente sociedad hemos logrado conformar.
La enorme mayoría de nuestros conciudadanos no se entera de los inmundos ataques que el arrastrado y baboso caracol que ejerce la Presidencia sostiene contra la República y su Constitución: unos, porque prefieren no preocuparse por los acontecimientos políticos durante sus esplendorosos veraneos; los más, porque deben concentrar sus esfuerzos en meramente sobrevivir en una sociedad con 50% de pobreza y corroída hasta la médula por la inseguridad y el narcotráfico del cual es indudable socio el poder, y porque, al haber arrasado muchos gobiernos la educación pública, carecen de la instrucción necesaria para procesar la información.
La descarada ofensiva que Alberto Fernández ha desatado contra el Poder Judicial, en la que lo secunda esa otra jauría de perros formada alrededor de Jorge Capitanich, Gerardo Zamora y Ricardo Quintela, los bandidos victimarios de las provincias del Chaco, Santiago del Estero y La Rioja, respectivamente, debiera conmover a todos, porque están en juego nuestras más esenciales libertades. Si lograra su propósito –algo que parece hoy muy improbable- de remover a los ministros de la Corte Suprema, significaría que dispone de las mismas mayorías especiales que se requieren para designar a sus reemplazantes y, así, hacerse con la suma del poder público para ofrendarlo en el altar de la abeja reina hotelera quien, a pesar de todo, ignora olímpicamente el cortejo del zángano.
Éste, en esa danza sexual inconducente, recurre a las armas más innobles de su arsenal, y utiliza intervenciones claramente ilegales, arrimadas por ladrones con uniforme del Ejército, para sus ataques contra una oposición cuya mayor virtud, quizás la única y tal vez efímera, es la unidad. Mientras Cambiemos resista así con todas sus fracciones internas, no podrán los “putines” locales avanzar, y sobre el bunker de su comandante en jefe seguirán lloviendo misiles lanzados desde los tribunales, haciéndolo temblar hasta los cimientos. Febrero, en ese terreno, promete verdaderos diluvios, los mismos que tanto faltan en la pampa argentina.
Sergio Aceitoso Massa, apoyado por la nueva kirchner-burguesía, a la cual el Ministro condona deudas monumentales, debe hacer malabares con las cifras para seducir a un fácil FMI y evitar que todo salte por los aires antes de las elecciones, objetivos que claramente se ven comprometidos por los ataques del Ejecutivo sobre el Poder Judicial tanto en el escenario local cuanto global. Por ello, resulta curioso que haya ordenado a sus sicarios en la Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados acompañar la iniciativa presidencial. ¿Será porque ya da por perdida la batalla de la economía y, con ella, sus propios sueños presidenciales?
Si así fuera, los hechos le dan la razón. Pese a los rimbombantes anuncios que emite su gerencia de relaciones públicas, el catastrófico resultado de la suma de la inédita sequía, más el “plan platita” que le impondrán el Instituto Patria y La Cámpora en un año electoral (el apoyo de los gobernadores no será gratuito, y Axel Kiciloff necesitará una cantidad sideral para intentar conservar la Provincia de Buenos Aires), más la monumental emisión que se vio obligado a ordenar para atender a los intereses de las Leliq’s, implica que la inflación no cederá y, tampoco, aumentarán las reservas del Banco Central.
Finalmente, los primeros pasos del tercer mandato de Luiz Inácio Lula da Silva confirman los pronósticos que decían que los auxilios que la trifecta argentina esperaba recibir de Brasil llegarán con cuentagotas o nunca lo harán. Alberto Caracol Fernández fue a la asunción y, con la esencial ayuda de nuestro tan exitoso Embajador, Daniel Pichichi Scioli, lanzó a los cuatro vientos la idea de una moneda común, sugiriendo que se estaba avanzando en tal sentido. Sin embargo, el recién nombrado Ministro da Fazenda, Alberto Haddad, anunció que nada por el estilo estaba en la agenda económica de nuestro gigante vecino, o sea, un papelón más que, en modo alguno, desmerece la penosa trayectoria de la Cancillería kirchnerista.