Escribo este artículo como periodista (que siempre lo fui), no como político (que ya no lo soy). Parto de una convicción: no fue la actual Vicepresidenta quien eligió al Dr. Alberto Fernández como candidato a la Presidencia de la Nación (2019).
No podría haberlo hecho por lo siguiente: – Cuando la Dra. Kirchner era Presidenta, su Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, renunció en medio una profunda crisis (2008). Seis días antes, el Congreso había rechazado —con el voto del Vicepresidente de la Nación y los de ocho senadores oficialistas— una medida que la Presidenta consideraba imprescindible: un gravamen (“retenciones”) a las exportaciones agrícolas. Ella interpretó que la renuncia de Alberto Fernández era una “traición” y “parte de un movimiento destituyente”.
– En julio de 2015 Alberto Fernández acusó públicamente a la Presidenta de haber hecho sancionar leyes para “protegerse penalmente de delitos cometidos”.
– Con respecto al fiscal Alberto Nisman, asesinado (2015) mientras investigaba un presunto ilícito de la Presidenta, Alberto Fernández lamentó que “cuando alguien avanza en una investigación termine muerto”. Nisman se proponía probar que, mediante un acuerdo (“Memorándum”) con Irán, la Presidenta había otorgado “impunidad” a los autores iraníes del ataque terrorista a la AMIA (1994, 85 muertos).
Cristina Kirchner es una política extremadamente hábil, previsora y memoriosa. Cuesta creer que haya ungido a alguien a quien ella consideraba capaz de traicionar, y que le había imputado un grave delito.
¿Quién eligió, entonces, a Fernández?
La siguiente reconstrucción se basa en testimonios de fuentes que merecen mi confianza. Sin embargo, hechos históricos tan complejos y trascendentes exigen que esta investigación periodística sea verificada y ampliada. A principios de 2019, no era inconcebible que, de ser candidata, Cristina Kirchner perdiera las elecciones presidenciales de ese año, así fuera por poca diferencia. Una parte del electorado independiente —que suele ser el fiel de la balanza— temía que un nuevo gobierno de ella se volcara decididamente a la izquierda y diera poder a sectores radicalizados.
Paradójicamente, sin Cristina Kirchner la eventual derrota del peronismo sería aun mayor. Había que encontrar una alternativa que la involucrara.
Alberto Fernández era un peronista transversal. Había sido funcionario del Presidente Menem y del Presidente Kirchner. Y sin revelar sus ambiciones presidenciales, estaba reforzando su relación con “los compañeros y las personas que nos han apoyado siempre”.
Tenía, múltiples contactos partidarios, sobre todo en el interior, y propiciaba una alianza entre el kirchnerismo y el anti-kirchnerismo. A la vez, buscó ganarse la confianza de la Iglesia, cuya influencia podía ampliar o neutralizar los temores a una radicalización. A través de Eduardo Valdés —amigo personal y ex embajador de la Argentina ante la Santa Sede— estableció sun vínculo con el Vaticano. Visitó al Papa Francisco, mantuvo contacto con él mediante distintos interlocutores y, según sus íntimos, hasta por mail.
Al Papa, que seguía de cerca la política argentina, le preocupaba la desunión de una fuerza mayoritaria como el peronismo, al que veía como custodio de los derechos sociales.
Fue el Papa quien logró la reconciliación de Cristina Kirchner y Alberto Fernández, quienes advirtieron que —además de otorgarles ventajas mutuas— esa reconciliación permitiría la necesaria unificación del peronismo.
Subsistía, empero, un obstáculo: tanto ella como él eran favorables a la legalización del aborto, algo inaceptable para la Iglesia. Alberto Fernández saldó el problema: se comprometió con el obispado a que, de ser Presidente, no impulsaría una ley que legitimara el aborto, ni provocaría un debate sobre el tema.
Surgió entonces, en círculos íntimos, una hipótesis: si la fórmula presidencial era Alberto Fernández-Cristina Kirchner tranquilizaría en parte a los independientes dubitativos, no espantaría al kirchnerismo, ni al peronismo no kirchnerista y permitiría el triunfo de candidatos peronistas en todo el país.
Es probable que Valdés haya sido el encargado de presentarle la opción a Cristina Kirchner. Ella, segura de sus fuerzas —que excederían la subordinación nominal— la habría adoptado en el acto. Luego, le hizo el ofrecimiento a Alberto Fernández.
Hacía falta sentar que la Vicepresidencia de Cristina Kirchner sería, además de una decisiva contribución a la unidad del peronismo, la condición para tener un gobierno fuerte, estable y conciliador. Eso requería que se la considerase artífice de la fórmula. Se dirigió entonces al país: “Le he pedido a Alberto Fernández que encabece la fórmula que integraremos juntos”. Era cierto, pero no era el principio sino el fin de un largo proceso.
A partir del triunfo de la fórmula, se ha extendido la idea de que el Presidente es súbdito de la Vicepresidenta. Sin embargo, ha habido decisiones presidenciales que difícilmente hayan sido consensuadas:
– No indultar a la dirigente social Milagro Sala.
– No expropiar la cerealera Vicentín
– Negociar un plan de ajustes con el FMI.
La propia Cristina Kirchner destruyó la idea de la subordinación.
En 2021 quería que el Presidente rearmase el gabinete y cambiara de política económica. De haber tenido un exceso de poder, es posible que le hubiera bastado con dar una orden.
En cambio, publicó una carta en la que decía: “Siempre le planteé al presidente … que se estaba llevando a cabo una política de ajuste fiscal equivocada que estaba impactando negativamente … en la sociedad … La respuesta siempre fue que no era así, que [yo] estaba equivocada… Le pido al presidente … que honre la voluntad del pueblo argentino”.
La conclusión de mi investigación es que Presidente y Vicepresidenta tienen, en el gobierno, un rol repartido. Nada es mérito o culpa de uno solo de ellos.
Yo no podría agregar nada más.
Rodolfo Terragno es periodista, político y diplomático.