Por Elisabetta Piqué
Gerhard Müller realizó fuertes críticas y denunció la existencia de un “círculo mágico que gravita alrededor de Santa Marta formado por personas que no están preparadas desde el punto de vista teológico”
Cuando faltan pocas semanas para que se cumpla el décimo aniversario del pontificado de Francisco, en otro fiel reflejo de que muchos se preparan para el cónclave que deberá elegir a su sucesor, saldrá a la venta la semana próxima un nuevo libro del cardenal alemán conservador Gerhard Müller.
Se trata de otro ataque al Papa después del polémico libro del arzobispo Georg Ganswein, secretario privado de Benedicto y del durísimo “memorando” anónimo que hizo circular el influyente cardenal australiano, George Pell, tal como se supo después de su reciente e inesperada muerte.
“Nunca actué en modo desleal con el papa Francisco y Dios es testigo. Los medios, debido a mi rigor, me catalogaron como un cardenal contrario al actual pontificado, pero no es verdad, es falso”, asegura Müller, teólogo de 75 años muy cercano a Joseph Ratzinger, en el prefacio de “En buena fe”, libro en el cual, sin embargo, dispara munición gruesa. Y se muestra alarmado por la creciente confusión doctrinaria que debilita a la Iglesia Católica.
Entrevistado por la reconocida vaticanista italiana Franca Giansoldati, del diario romano Il Messaggero, Müller, arzobispo de Ratisbona que fue llamado por el papa Benedicto XVI en 2012 a Roma para ser el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), no oculta haber quedado muy herido cuando Francisco no le renovó el mandato en 2017, tras cumplir su quinquenio como “guardián” de la doctrina.
Sin preaviso ni explicaciones, el Papa le dijo: “Has terminado tu mandato, gracias por tu trabajo”, cuenta en el libro, al que tuvo acceso La Nación. Pese a que había sido designado por Benedicto y a que en los años anteriores y especialmente durante el sínodo sobre los desafíos de la familia había dejado en claro su oposición a cualquier apertura pastoral en cuanto a los divorciados vueltos a casar o a las parejas homosexuales, Müller no se esperaba que el Papa lo relevara. Y que nombrara en su lugar, enseguida, al jesuita español Luis Ladaria.
Müller, que fue creado cardenal por Francisco en 2014, desde que debió dejar su cargo de prefecto de la CDF, se quedó en Roma sin otra función relevante, viviendo en el mismo departamento en el que vivó durante 20 años Joseph Ratzinger, lleno de libros de todo tipo e idiomas y dedicándose a dar conferencias por el mundo. En ese mismo edificio, vivía su amigo, el cardenal australiano Pell, recientemente fallecido y a quien podría suceder como nuevo vocero del frente conservador opositor a Jorge Bergoglio.
Müller denuncia en el libro que no fue el único en ser echado por el Papa de un día para el otro, “sin justificaciones”. Habla de otros casos y lamenta que “este modus operandi ha causado mucha inquietud en el seno del Vaticano en estos años”. Incluye el caso de un obispo italiano que no identifica, echado porque estaba en desacuerdo con las normas anti-Covid, algo que define un “acto incomprensible”.
Su fin de mandato en la CDF –que lo marcó a fuego- para él pudo haber sido por la influencia sobre el papa de su amigo teólogo Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, “que le habló abiertamente de la exigencia –para el pontificado- de mandarme a casa porque lo corregía considerándome evidentemente superior”.
“Probablemente algunos teólogos latinoamericanos nunca han dejado de sufrir de un mal ocultado complejo de inferioridad, considerando a los teólogos europeos como viejas carcasas, un poco medievales, polvorientas y hasta demodé”, apunta, más allá de su amistad con el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, considerado el padre de la Teología de la Liberación.
Al comentar otras decisiones y nombramientos, Müller va más allá y denuncia la existencia de un “círculo mágico que gravita alrededor de Santa Marta formado por personas que, para mí, no están preparadas desde el punto de vista teológico”.
Aunque admite que no se puede hablar de “dictadura”, denuncia un clima pesado en el Vaticano, en el cual los cardenales no pueden expresarse en los consistorios y en el que “cualquiera que levanta una crítica constructiva es acusado de hacer oposición y de ser un enemigo de Francisco”.
Habla pésimo de la constitución apostólica “Predicad el Evangelio”, que reformó drásticamente la curia romana, vigente desde el año pasado. Para él está mal incluso el título del documento, realizado con “escasa presencia de teólogos”. Considera “una locura” haber eliminado el término “congregación” y usar el de “dicasterio” y admite que “todo” le “suena incoherente”. Fustiga, además, el sínodo sobre sinodaliad en curso actualmente, que su amigo Pell definió en un artículo póstumo “una pesadilla tóxica”.
“Para mí lo que hay es una democratización, una protestantización de facto”, dijo.
En cuanto al manejo del escándalo de abusos en el clero, el cardenal alemán acusa a Francisco de haber tratado en forma especial al obispo argentino Gustavo Zanchetta, que fue condenado en la Argentina por abusos sexuales. “Zanchetta pudo gozar de un status privilegiado en cuanto amigo del Papa”, asegura.
Así como hace unas semanas don Georg Ganswein reveló que la limitación de la antigua misa en latín decidida por Francisco le había “roto” el corazón a Benedicto, papa emérito, Müller critica esa decisión, tomada con un decreto en julio de 2021. “Tuvo efectos negativos, fue inesperada y para los tradicionalistas fue como recibir una cachetada. La prohibición a recurrir a esta forma de liturgia ha cavado fosas, causado dolor”, lamenta.
Al igual que Pell en su “memorando”, defiende al cardenal italiano Angelo Becciu, que está siendo procesado por un tribunal del Vaticano por desvío de fondos. “Ha sido humillado y castigado frente al mundo sin tener la posibilidad de defenderse”, sostiene.
Como suele hacer la oposición, critica también el acercamiento a China, el acuerdo provisorio firmado para la designación de obispos y, sobre todo, la “falta de claridad” en diversas cuestiones.
“Desafortunadamente, ciertas posiciones del papa Francisco no han resultado siempre claras y han contribuido a nublar la cuestión. Frente al presidente Trump, por ejemplo, el pontífice ha afirmado que construir un muro divisorio entre México y Estados Unidos no es cristiano. Obviamente todos estamos de acuerdo. Pero después al presidente Joe Biden, convencido sostenedor del aborto, con tal de evitar un choque directo con la Casa Blanca, le permite la comunión. Se trata de una contradicción”, clama.
Evidentemente realizado antes de la muerte de Benedicto (el 31 de diciembre pasado), el libro también cuenta con un capítulo sobre esa inédita convivencia que hubo hasta entonces entre un papa en funciones y otro jubilado. Y Müller deja en claro que no está para nada de acuerdo con la idea de que un pontífice renuncie y se vuelva emérito. “Espero que el de Benedicto XVI se vuelva un caso personal y excepcional. Y en su momento le desaconsejé al papa Francisco recorrer el mismo camino, pero él, por su carácter, al final hace siempre lo contrario a lo que se le dice”.
Fiel reflejo del ambiente que reina en Roma, donde todo el mundo intenta posicionarse para lo que vendrá, antes o después, en el prefacio Giansoldati destaca que la visión de Müller, un custodio de la doctrina, “parece una brújula para entender sobre qué bases se moverá en el futuro el próximo cónclave”.
Fuente La Nación