
HARRISONBURG, Estados Unidos. — Este domingo 26 de marzo Cuba será escenario de otra farsa gigantesca, las presuntas “elecciones” para diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP).
Si entrecomillo el vocablo es porque en Cuba no hay elecciones verdaderamente democráticas desde que se produjo el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952.
Alineado definitivamente con la URSS luego de la invasión de las tropas soviéticas a Checoslovaquia y resueltas definitivamente las desavenencias en lo interno del partido con la detención de Aníbal Escalante, Fidel Castro se dio a la tarea de institucionalizar al país, integrado desde la década de los años setenta al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME).
Pero la institucionalización cubana no fue tal porque amén de ser una copia de lo hecho en la URSS no puede hablarse de institucionalidad donde no exista independencia de los poderes legal y judicial con respecto al ejecutivo, ni tampoco libertad de prensa. La proclamada institucionalidad cubana en tales condiciones es mero pregón de feria, con payasos incluidos.
El único atisbo de efímera e intrascendente democracia que existía en el sistema de gobierno cubano era el momento de la elección del delegado del Poder Popular de cada circunscripción. Dejó de serlo desde que la Seguridad del Estado comenzó a perseguir a los ciudadanos que osaron presentarse como candidatos independientes. Aun logrando posicionar a varios de estos ciudadanos en una Asamblea Municipal del Poder Popular esto no cambiaría nada, pues a partir de esa instancia las candidaturas a miembros a las Asambleas Provinciales del Poder Popular y a la ANPP son confeccionadas por comisiones subordinadas al Partido Comunista de Cuba (PCC), encargadas de seleccionar a quienes formarán formar parte de esas instancias de gobierno, en realidad otro de los mecanismos ejecutivos del partido único.
A casi cincuenta años de haberse implantado este sistema de gobierno, que de popular solo tiene el nombre, la figura del Delegado se ha desgastado tanto que nadie realmente sensato se siente representado debido a la imposibilidad de que la comunidad trace un plan de objetivos que él pueda llevar a cabo.
Lo mismo puede decirse de quienes han formado y ahora formarán parte de la ANPP. De la misma forma que en Cuba no hay un parlamento me niego a llamar diputados a estos ciudadanos, no solo porque más de la mitad de ellos van a ser elegidos por un territorio en el cual no viven, sino porque todos obedecen a las indicaciones de una sola fuerza política. Por esa razón tampoco puede afirmarse que este domingo habrá elecciones en Cuba pues el pueblo solo podrá votar por personas que representan los intereses de una sola fuerza política.
Los cubanos de a pie saben que ninguno de esos personajes que conformarán la nueva ANPP abrirá su boca siquiera una vez en su legislatura para cuestionar las reiteradas políticas fallidas del ejecutivo, oponerse a los quebrantamientos cotidianos de la propia constitución castrista, señalar las violaciones de la ley ejecutadas por la fiscalía, los tribunales y otras fuerzas represivas o para luchar por un genuino Estado de derecho.
El cubano que no se conforma con ver y escuchar únicamente lo que le dicen los medios oficialistas, sino que también se instruye con otras fuentes y las contrasta con su realidad, sabe que ninguno de esos “asalariados del pensamiento oficial” —por citar una frase del argentino del gatillo alegre— tendrá jamás el valor para cuestionar el modus vivendi de muchos de los dirigentes que, junto con ellos, ocuparán varios días al año el lugar donde sesione la ANPP. Mucho menos tendrán valor para pedir que se informe al pueblo sobre el dinero que el presupuesto estatal destina a las Fuerzas Armadas y al Ministerio del Interior (MININT) ni para preguntar de dónde sale el dinero que tan pródigamente gastan los hijos, nietos y sobrinos de los Castro, o para preguntar por qué la Controlaría General de la República no puede auditar a GAESA, el complejo económico controlado por la jerarquía militar cubana.
Por eso se entiende que, rebasando opiniones opuestas ante comicios semejantes del pasado, ahora la oposición democrática cubana haya decidido optar por la inasistencia a las urnas.
Si tomamos en cuenta los resultados del Referendo Constitucional realizado el 24 de febrero del 2019, los del Referendo sobre el Código de las Familias hecho el 25 de septiembre de 2022 y los que arrojaron las votaciones municipales realizadas el pasado 27 de noviembre, se puede apreciar como el abstencionismo ha aumentado considerablemente. Si a ello unimos el número de boletas anuladas o depositadas en blanco podrá tenerse una idea de la magnitud que ha alcanzado el descontento popular con respecto a la actuación de quienes dirigen sin haber sido elegidos por el soberano.
Teniendo en cuenta estos datos parece ser irreversible que el abstencionismo y las cifras de boletas en blanco y anuladas continuará creciendo.
No obstante, conviene no olvidar que en definitiva quien cuenta los votos es el Partido Comunista. Por eso no comparto el optimismo reflejado en cierta pancarta que la oposición ha difundido en las redes sociales y que afirma: “Urnas vacías no se pueden inflar”.
Pretender atribuirle objetividad a los resultados que ofrezca el Consejo Electoral Nacional (CEN) en unos comicios donde no se permiten observadores de la oposición ni internacionales, ni existe la posibilidad de corroborar esos resultados mediante investigaciones posteriores, es algo así como reconocerle una actuación ética a quienes lo dirigen y deciden lo que se debe dar a conocer.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.
Fuente Cubanet.org