Por Fernando González
La batalla interna entre Macri, Rodríguez Larreta y Bullrich se disputa con ferocidad y sin concesiones. Parece imposible aquello de que “el que gana gobierna y el que pierde acompaña”
El PRO era una familia. Mauricio era el padre fundador. Horacio y María Eugenia eran los hijos a los que les iba bien en el trabajo. Marcos era el benjamín que un día lejano iba a ser el heredero. Después estaban los primos, Jorge, que se hizo un lugar como intendente de Vicente López. Y Gabriela, que se quejaba porque la postergaban en el reparto de los regalos. Había peleas, claro, como en todas las familias. Pero el día de las elecciones, cuando ganaban, se juntaban todos sobre el escenario, sonaba “Ciudad Mágica” de Tan Biónica, y bailaban abrazados hasta el amanecer.
Esas imágenes, que acompañaron los triunfos en la Ciudad de Buenos Aires, en la Provincia y que en 2015 los encontró en la Casa Rosada, ahora son solo un compilado de buenos recuerdos. El PRO tiene más de veinte años. Ya no es un partido político nuevo y ha quedado lejos de ser parte de la renovación de la política. Como la UCR, como el peronismo y como los pequeños partidos que pudieron pasar a la historia y no lo lograron (el Partido Intransigente, la Ucedé, el Frepaso), el PRO se tambalea bajo el peso de la confrontación. La marca de la argentinidad.
La decisión del Larreta sobre el sistema de votación en la Ciudad de Buenos Aires avivó la interna dentro del PRO. (Foto: Franco Fafasuli)
Pareció que el PRO daba un paso hacia la refundación el domingo 26 de marzo. En un video difundido a las diez de la mañana, Mauricio Macri despertaba a la familia anunciando que no iba a competir por la candidatura presidencial. Todos sabían que era porque las encuestas le decían que no tenía chances seguras de ganar otra vez las elecciones, pero aceptaron el argumento de la renuncia generosa para que avanzara el recambio generacional.
Sobre todo lo aceptaron Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, dispuestos a la batalla por la herencia política. Batalla en la que había aparecido con fuerza una contendiente que no era de la familia. Patricia Bullrich había sido montonera, dirigente de la Juventud Peronista, diputada por el menemismo y ministra de la Alianza. Pero se había ganado un lugar y ahora era la presidenta del PRO. Una prima política que también quiere quedarse con la jefatura. Y que tiene la simpatía de Mauricio.
El problema del PRO es que ha pasado de ser “Los Campanelli”, aquel programa de la tele antigua donde todos se peleaban hasta que el abuelo cerraba la discusión diciendo “no hay nada más lindo que la famiglia unita”, para convertirse en la serie “Succession”, esa joyita de HBO donde el padre, los hijos y los primos son capaces de cualquier cosa con tal de quedarse con la porción mayor de la torta. “Si tus manos están limpias es solo porque en tu prostíbulo también hacen manicura”, le dice Logan Roy (el padre que se resiste a dejar el poder) a Karl, su amigo de la vida y director financiero de su grupo empresario. Los diálogos inter familiares son igual de crueles. Y a veces un poco más.
El nivel de agresividad en la interna del PRO alcanzó esta semana niveles insospechados. Nunca habían lavado los trapos al sol, por ejemplo, ante auditorios empresarios. Pero Macri aprovechó su exposición del miércoles ante el Cicyp en la Sociedad Rural para acusarlo a Rodríguez Larreta de “no trabajar en equipo” y de “no respetar” a Bullrich y a Vidal al anunciar que la Ciudad de Buenos Aires votará con boleta única y en elecciones concurrentes con la Nación. Pareció casi a punto de plantear una cuestión de género, una modalidad que en el PRO jamás se había utilizado.
Algunos de los dirigentes que acompañan a Macri van más allá. Al transmitir las palabras del ex presidente durante la reunión caliente del martes en el PRO, aseguraban que Macri lo había llamado “traidor” a Rodríguez Larreta, quien no había sido de la partida. Con las horas, nunca se llegó a confirmar ese extremo y la versión quedó apenas como un exceso del off the record.
Rodríguez Larreta, en tanto, dejó en el limbo la situación de Jorge Macri como candidato del PRO en la Ciudad al señalar que la verificación de su domicilio porteño (objetado desde la Coalición Cívica y desde la UCR) estaba “en manos de la Justicia”. Horas después, los dirigentes del larretismo se ocuparon de aclarar que “Horacio le creía a Jorge” sus fundamentos de porteñidad.
Mauricio Macri presiona a Larreta para que apoye a Jorge Macri por sobre Fernán Quirós y Soledad Acuña
Es cierto que es complicada la explicación del primo Macri porque es ministro del gobierno porteño sin haber renunciado a la intendencia de Vicente López (se mantiene de licencia) y necesita al menos cinco años de residencia en la Ciudad. Pero también es cierto que si hay un distrito donde nadie puede tirar la primera piedra en cuestión de papeles flojos es en el AMBA.
Carlos Ruckauf y Daniel Scioli fueron gobernadores bonaerenses con casas de fin de semana en Ezeiza y La Ñata. María Eugenia fue vicejefa porteña y gobernadora con direcciones en Caba y en San Justo. Diego Santilli pasó de vicejefe de gobierno porteño a diputado bonaerense. Y Axel Kicillof, el actual gobernador, llegó a la residencia de La Plata mientras vivía en el barrio porteño de Agronomía y mostraba la dirección de una quinta en Pilar.
De todos modos, nadie pudo superar a Néstor Kirchner. Patagónico de nacimiento, con casa en Río Gallegos y (como comprobó después la Justicia) con un listado portentoso de propiedades, se anotó como candidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires con la icónica dirección Villate 1000, la de la Quinta de Olivos donde vivía como presidente. Pero obtuvo su castigo divino porque, en esa ocasión (junio de 2009), terminó derrotado por el empresario Francisco De Narváez.
En cuestión de trancazos internos, tampoco se queda atrás Patricia Bullrich. Los tres legisladores porteños que le responden (su jefe de campaña, Juan Pablo Arenaza, más las diputadas Carolina y María Luisa Estebarena) amenazan al gobierno porteño con dejarlo sin quórum. Rodríguez Larreta suma 32 diputados con sus aliados, y la mayoría para sacar las leyes es de 31. Sin los tres de Bullrich se le podría complicar en los ocho de meses que le quedan de gestión. El PRO si que es una hoguera.
Patricia Bullrich abrió un conflicto interno en el PRO cuando cruzó a la Gobernación porteña por el uso de las pistolas Taser. (Foto: Franco Fafasuli)
Las acusaciones se arrojan en la guerra interna del PRO como si fueran misiles nucleares. “Se olvidaron que veníamos a sacar la boleta sábana de la política y quieren usarla nada más que para perjudicar a nuestros socios de la coalición”, tiran desde las oficinas de Rodríguez Larreta. “Quieren limpiar a Jorge Macri con un candidato radical como Fernán Quirós”, responden en la barrabrava macrista como si Quirós fuera radical, o como si ser radical fuera un insulto. Nadie afloja, claro. Nadie reflexiona.
Mientras tanto, en la platea VIP de Juntos por el Cambio, los dirigentes de la UCR y la Coalición Cívica observan la batalla para alinearse con uno u otro sector. Ya se sabe que el presidente radical, Gerardo Morales, y que Martín Lousteau lo mismo que Elisa Carrió respaldan a Rodríguez Larreta. Lo mismo se sabe del mendocino Alfredo Cornejo, a favor de Bullrich y de Macri.
Las miradas se posan entonces sobre los radicales Malbec, aquellos que se fotografiaron junto a Bullrich durante la Fiesta de la Vendimia en Mendoza. El gobernador correntino Gustavo Valdés estuvo allí, pero dos días después recibió a Rodríguez Larreta en su provincia. ¿Seguirá el consejo de su jefe político, el dirigente y ex gobernador Ricardo Colombi, quien siempre se mantuvo políticamente cerca del jujeño Gerardo Morales?
¿Y qué harán finalmente el cordobés Rodrigo De Loredo, que integra el grupo Evolución junto a Lousteau? ¿Qué harán también el senador formoseño Luis Naidenoff y su pareja, la senadora santafesina Carolina Losada, a quien tanto Horacio como Patricia evalúan como posible candidata a vicepresidenta? Todos hacen sus cuentas y miden sus cálculos. Lo mismo les sucede a los peronistas PRO, Miguel Pichetto y Ramón Puerta, quienes conocen a Diego Santilli desde que era un chico. Ya estuvieron reunidos con Horacio y en unos días lo harán con Patricia. Son dos sobrevivientes del 2001 que ya lo han visto casi todo.
Más allá de la confrontación y de los posicionamientos personales, son dos los interrogantes que recorren a Juntos por el Cambio. El primero es el sistema político que elegirán como bandera. La apuesta de Rodríguez Larreta, de los radicales que lo acompañan y de Elisa Carrió es fortalecer la coalición como herramienta de gobierno. “El desastre de este país solo lo puede sacar adelante una coalición de gobierno exitosa, con los votos suficientes en el Congreso para sancionar las leyes que necesitamos”, explican, con la idea de hallar ese respaldo en dirigentes de derecha como José Luis Espert y Roberto García Moritán, en dirigentes provinciales y en peronistas moderados.
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En cambio, Macri ha ido direccionando su postura hacia un sistema más rupturista. El rupturismo que nunca mostró cuando fue presidente. Y tanto Bullrich como Vidal lo siguen en esa tesitura. Creen que la apuesta debe ser una confluencia con los populistas libertarios de Javier Milei, para contar con sus votos en una eventual segunda vuelta y después en el Congreso.
“Creo que el ballotage va a ser con Milei”, exageró Macri esta semana ante los empresarios. Muchos de ellos se entusiasmaron con la fantasía de un gobierno ultra liberal y anti Estado. La incógnita es si Milei quiere efectivamente hacer algún acuerdo con el macrismo o, como dicen sus asesores, solo quiere agudizar las diferencias internas en el PRO para provocar su ruptura. En estos días, esa posibilidad parece más cercana que nunca.
La beligerancia logra su punto más alto en las redes sociales. Y sobre todo en Twitter, donde la tolerancia política está vista como una debilidad. El hashtag “novasaserpresidente”, con el que hostigan a Rodríguez Larreta los fanáticos de Milei, es acompañado con euforia por los activistas de Macri y de Bullrich. Solo el resultado de las elecciones podrá confirmar o contradecir si las tendencias de Twitter reflejan el pulso verdadero del país.
La pregunta sin respuesta en el PRO es qué pasará el día siguiente de las PASO del 13 de agosto. La dinámica agresiva que acompaña a la batalla interna, además de causar jolgorio en el Gobierno de Alberto y Cristina, plantea dudas sobre el escenario posterior al domingo de las primarias. No será fácil convencer a los votantes de Bullrich acompañar a Rodríguez Larreta si resulta ganador de la elección. Y viceversa si la triunfadora es Patricia.
Larreta anunció la utilización de la boleta única electrónica el lunes pasado y los referentes del PRO expresaron su desacuerdo. (Foto: Franco Fafasuli)
¿Cómo se podrá convencer al votante de respaldar a un candidato o a una candidata al que los dirigentes de su propio partido maltrataron hasta la degradación? Es el gran misterio que están tratando de dilucidar los encuestadores, golpeados desde hace mucho por los desaciertos globales en los resultados de las elecciones. Aquel apotegma de la política, “el que gana gobierna y el que pierde acompaña”, huele a antigüedad en estos tiempos de memes e insultos fáciles a tiro de pantalla táctil.
Juntos por el Cambio, pese a los disparates que cometen en el PRO, y al acompañamiento errático de la UCR y la Coalición Cívica, sigue posicionado en las encuestas como el candidato más firme a ganar las elecciones presidenciales. Cuenta a su favor con el desconcierto que suelen generar algunas de las propuestas del provocador Milei, y con la soberbia de la ineficacia que han caracterizado los casi cuatro años de kichnerismo albertizado.
Ahora llegan el dólar blue a 400 pesos, la inflación de marzo explotando hacia el 120% anual y la pobreza infantil apuntando al 60%, un índice que avergüenza a todos aquellos que crecimos en un país que todavía tenía movilidad social ascendente. Pero hasta los mejores opositores pueden perder la oportunidad si siguen jugando al compás de la melodía fácil de la irresponsabilidad.
Fuente Infobae