Por Gustavo Garcia
“¡La pucha que vale la pena estar vivo! ¡Qué lindo! Demasiado lindo”, dijo Alberto Fernández en la tarde del jueves, durante la inauguración de las obras de la Casa sobre el Arroyo en la Ciudad de Mar del Plata. Lo dijo, en medio de este polvorín económico, y a buena parte de la sociedad argentina la sangre se le volvió inflamable.
El horno no está para bollos. Esta semana que pasó quedó en evidencia que los ánimos están caldeados y que los actores de la política y del mercado le han soltado la mano al gobierno. También queda claro que el calendario electoral se ha vuelto demasiado elástico. En este contexto agosto, mes de las PASO, queda lejísimo. Ni qué hablar de las elecciones presidenciales, el balotage y la entrega del poder el 10 de diciembre.
En lo estrictamente económico, y parafraseando a Karl Marx, un fantasma recorre la Argentina, es el fantasma de la devaluación. El entorno envía malas vibraciones: el miércoles se desplomaron los bonos en pesos luego de que los inversores huyeran en masa rumbo a otros refugios. Ese mismo día el sector agroexportador no liquidó ni un solo dólar, pese a que está vigente el programa denominado Dólar Agro o Dólar Soja III, que ofrece un tipo de cambio especial a $300.
Con el dólar blue desbocado, y los dólares financieros en franco ascenso, nadie quiere desprenderse de un billete verde. Los inversores que juegan en la plaza local, rostizados en más de un fogonazo inflacionario, estiman que ocurrirá en breve lo que se proyectaba podía llegar a pasar en diciembre cuando asumiera un nuevo gobierno. Es decir, el famoso sinceramiento cambiario.
Esta semana también comenzaron a verse algunos comercios que directamente han suspendido el débito, pese a que su aceptación es obligatoria. Todos quieren cash, ahora, para hacer circular los billetes y correr detrás del dólar paralelo.
La anécdota pone sobre la mesa otro desaguisado del Gobierno. En una economía recalentada por la alta inflación hace rato ya que el sistema debería contar con un billete de máxima denominación de $5.000 o $10.000. Claro que nadie quiere pagar el costo político de esta maniobra franca.
En cambio, el Banco Central informó que entrarán en circulación los nuevos billetes de $2.000 en el mes de junio. Dentro de dos meses, al ritmo con que galopa la inflación, el papel -que se importará desde Francia y Malta- nacerá muerto.
Una lástima también porque se hará justicia con las imágenes: tendrá como protagonistas al Instituto Malbrán de un lado, y a la doctora Cecilia Grierson y al doctor Ramón Carrillo, precursores en el desarrollo de la medicina en nuestro país, en el otro.
La política tampoco ayuda a llevar tranquilidad. En la semana salió a la luz que el mosaico kirchnerista no sólo está dividido en dos partes entre albertistas y cristinistas, sino que también junto al presidente existe una fragmentación importante.
La prueba está en la salida de Antonio Aracre, ahora exasesor presidencial, quien diseñó a espaldas de Sergio Massa un plan económico que comprendía cuatro puntos clave: devaluación, congelamiento masivo de precios, entrega de un bono salarial de emergencia de $50.000 y adelantamiento de las negociaciones paritarias.
Aracre terminó saliendo por la ventana, cuando todos los rumores hablaban de la posible renuncia de Sergio Massa. Si en la Argentina el ministro de Economía ha sido siempre un fusible fácil de hacer saltar, en esta oportunidad los observadores de la mesa de arena económica creen que una salida de Massa -un funcionario con muñeca política y contactos en los Estados Unidos- terminaría por noquear al Gobierno.
NO HAY UN MANGO
Comienza la última semana de abril y las reservas del Banco Central están en cero. No hay dólares. Lo saben todos, por eso su precio, como el de cualquier producto de la economía, sube sin cesar. Hay escasez y también miedo.
El jueves el Indec publicó los números del intercambio comercial y la balanza arrojó un déficit de u$s 1.059 millones. La facturación por exportaciones bajó 22,2% para alcanzar los u$s 5.723 millones. La situación preocupa porque, pese al cepo, las importaciones apenas si retrocedieron 4,2% para quedar en u$s 6.782 millones.
El último informe de la consultora ABECEB destaca que “las perspectivas hacia adelante no son favorables, sobre todo para los próximos meses en un contexto que los impactos de la sequía sobre la cosecha y las exportaciones agroindustriales se profundizan. De hecho, en el último mes se volvieron a revisar a la baja las proyecciones de las exportaciones agroindustriales que caería en torno a u$s 14.000 millones en relación con 2022”.
Y agrega: “En ese contexto sólo un torniquete adicional sobre las importaciones permitiría cerrar el año 2023 con un ligero superávit comercial en torno a los u$s 2.000/3.000 millones (con riesgo a la baja); menos de la mitad del verificado en 2022 (u$s 6.923 millones) y menos de un quinto de super saldo comercial positivo de 2021 (u$s 14.750 millones)”.
El Banco Central parece haber leído el paper ya que ante cifras comerciales para el espanto decidió ponerle un freno al pago de servicios al exterior por la suma de u$s 2.000 millones, invitando a las empresas a negociar algún tipo de refinanciación.
EL FONDO
Como en las viejas épocas, hay línea directa con el Fondo Monetario Internacional. Los organismos de crédito multilateral y hasta el gobierno de los Estados Unidos salieron esta semana a respaldar abiertamente la gestión Fernández. Pero, ¿qué significará esto en los hechos?
Aquí no hay certezas sino preguntas. ¿Relajarán aún más las metas negociadas en torno a reservas del Banco Central y déficit fiscal? ¿Harán un desembolso de dólares que le permita al gobierno surfear el tsunami? ¿Se quedarán de brazos cruzados viendo el incendio? Nadie lo sabe.
Por lo pronto, Massa mantiene sus contactos aceitados en la Casa Blanca, tanto que la semana pasada, en su viaje a Washington, realizó una insólita escala en la República Dominicana para entrevistarse con la subsecretaria de Estado de los Estados Unidos, Wendy Sherman. ¿Se cocinó un rescate a la sombra de las palmeras?
El Fondo ya no luce la rudeza de otrora pero conserva sus fobias. Le disgusta una plaza con múltiples tipos de cambio sectoriales y, como siempre, hace del equilibrio fiscal su evangelio. Malas noticias, entonces.
De acuerdo al último informe de la consultora Ecolatina, “el rojo primario acumulado bajo la métrica del acuerdo con el FMI rozó los $690.000 millones en el primer trimestre (0,4% del PIB), superando en más de un 56% la meta fiscal pautada con el Fondo ($441.500 millones). En la misma línea, el déficit primario del 1T se situó como el 3° más elevado en los últimos 30 años”.
Y esto ocurre pese a que el equipo económico tiene el hacha afilada. “El ajuste en el Gasto primario se profundizó en marzo y cayó más de un 17% i.a. en términos reales. El Gasto Primario en marzo mostró el segundo nivel real más bajo para marzo desde 2012 y se ubicó casi un 9% por debajo de su promedio real en la última década”, agrega Ecolatina.
La devaluación acecha. El salto cambiario se traduciría en un fogonazo inflacionario y más pobreza, cuando los niveles ya están en el 40% -más del 50% en la franja de la niñez-. ¿Por qué llegamos hasta este punto crítico? ¿Por qué ningún gobierno, ni tirios ni troyanos, montó un plan eficiente contra la inflación? Es la Argentina de siempre, en modo recaída, una vez más.