Una Cerruti rabiosa en Brasil y su escándalo con otras tres viajeras
Por Roberto García
“¿Quién es Gabriel Cerruti?”, se preguntó Lula al leer la lista de invitados. Y tachó el apellido. “Pará Gabriela, pará”, la tuvo que frenar Alberto Fernández.
a Argentina ofrece alta inflación, nulas reservas y exorbitantes tasas de interés. Casi un paraíso subsahariano. También un gobierno de múltiples cabezas y, sobre todo, mujeres funcionarias que lo desnudan en un bochornoso striptease. A cada rato. Un sólo ejemplo a revelar: el último viaje compartido, a medias, entre el Presidente Fernández y su ministro de Economía, Massa, para mendigarle al brasileño Lula facilidades crediticias para que las empresas de su país le vendan a la Argentina. Al margen del resultado, importa el escándalo de cuatro mujeres — una en particular— integrantes de la delegación oficial. Escenas de la vida del género.
Empezando por la protagonista, la portavoz Gabriela Cerruti, quien mantuvo refriegas deliciosas con otras tres viajeras en una competencia vergonzosa de títulos, ropa, ubicaciones y protocolo. Antes de subir al Tango 04 ya empezaron las escaramuzas. Es que al embajador y candidato presidencial, Daniel Scioli, se le ocurrió oportuno —en plan ahorrativo, por supuesto— incluir en el paquete oficial a su hija mayor, la menor y, de paso, a la mucama y niñera. Le pareció exagerado a la ministra Tolosa Paz, quien le reclamó a Scioli por el irregular cargamento familiar que, inclusive, hasta lo exponía frente a su odiado rival en la interna, Massa.
“Tenés que cuidarte, si trasciende te haría mal para la campaña, los medios se pueden hacer una fiesta”, le rezongó con aire amistoso y maternal. Finalmente juegan en el mismo equipo interno. Entonces, intervino la Cerruti, ordenando —“de los medios me ocupo yo”—y mandó a la nueva experta en planes sociales a que se ocupara de sus temas. “L’Etat c’est moi”, pareció repetir. Primer preinfarto entre las chicas.
Siguió el entuerto al bajar en Brasilia la delegación. Sea por olvido o premeditación, a Tolosa Paz no la convocaron para compartir la fotografía del grupo con el Presidente. Rabiosa, se quejó la marginada a la organizadora Cerruti, quien no se hizo cargo de la falta y le dijo que debía estar más atenta, que ella no estaba allí para contemplar lo que hacían o dejaban de hacer sus compañeras de viaje: “Si fuiste a buscar las valijas, jodete”.
Subieron el tono y debió intervenir Alberto: “Por favor, bajen el tono”. Un reclamo sobre el que más tarde habría de insistir, ya que a esa altura avanzaba el mal gusto, en particular por calificativos varios. Por ejemplo, al apodo maledicente que le encajó a la ministra sobre su presunta constitución física de poliuretano —“la chica plástica”, le imputaron—, a ese insidioso autor le respondieron con un daño a su admirada ministeriable Gómez Alcorta, a quien su rival masculino ahora trata como “her-bivora” por una supuesta inclinación vegana, a no “comer carne vieja”. Gente a la que le sobra el tiempo.
El clímax de la Cerruti, su punto culminante, apareció más tarde, en la llegada a la cena. Tanto ella, como la Tolosa Paz, se enfrascaron en el mismo color del vestido para seducir a Lula, bermellón furioso, una coincidencia poco feliz entre ellas y de flechazos no precisamente amorosos. Para colmo, el mismo jefe de Estado brasileño se ocupó por revisar la lista de los invitados a la reunión ampliada que siguió a su encuentro de 45 minutos con Alberto, y luego a la cena de agasajo. Leyó en voz alta los nombres y pregunto: “¿Quién es Gabriel Cerruti?”. Le indicaron el error en la lectura y que se trataba de la vocera argentina. Entonces, tachó el apellido, dijo “no participa”, y sostuvo que la reunión primera era de trabajo, igual que la cena, que no se necesitaba ningún vínculo con los medios.
Desconociendo esa instrucción de Lula, Cerruti se ofendió al enterarse de que la habían apartado y, airada, cargó contra la responsable del protocolo de la Casa Rosada a los gritos: “Vos me sacaste, quién te crees que sos”, increpó a una mujer de pocas pulgas de apellido Altamirano. Respuesta: “Mirá, Gabriela, esta es una reunión de ministros, vos no estás calificada”. Hirviendo y algo enrojecida, la vocera gritó: “Yo tengo rango de ministro”. A lo cual debió atender otra contestación flamígera: “Tendrás rango, pero no sos ministra”. En el desasosiego, otra vez Alberto tuvo que enlodarse en reyertas ajenas: “Terminen con la discusión, pará Gabriela, pará”. Irreductible, la portavoz igual se metió en la reunión de trabajo y, como no disponía de un lugar, se acomodó furiosa en la segunda fila de los traductores, sin pedir permiso ni autorización. Como ya nadie quería complicarse en discusiones, la dejaron permanecer con su vestido bermellón. Si hasta el ministro De Mendiguren, prescindido por falta de ubicación, se alejó del recinto con dignidad.
Claro que faltaba lo mejor: por orden de Lula, como se escribió, a la Cerruti la liquidaron del menú de invitados al banquete, lo que provocó un nuevo estallido de la funcionaria, sofocones femeninos y una indignación aún más acalorada cuando en el asiento que imaginaba para ella en la gala, Cerruti descubrió que apoyaba sus asentaderas Lorena Scioli, la hija del embajador. “¡Cómo!, ella sí y yo no!”. Y si, así fue. Por cortesía de Lula contra las insolencias de la vocera. En Brasil no es Luis XIV.
Por si este anecdotario no es suficiente del amateurismo argentino, Fernández volvió en el Tango 04 y Massa continuó la visita con otras audiencias para regresar en otro aparato con sus acompañantes. Lula dijo que no había plata para prestar, pero algo hará para mejorar las ventas de los productos brasileños en la Argentina que perdieron mercado por culpa de los chinos. Créditos de importación atados a su moneda, seguramente. Igual que los chinos con los yuanes.
Fuente Perfil