Por Guillermo Tiscornia
La denominada revolución de mayo (1810) fue la exclusiva resultante de la invasión napoleónica al por entonces languidecente reino de España; la simultánea abdicación del rey Fernando VII marcó a una administración española por entonces inorgánica e incapaz de controlar los virreinatos de estas tierras; todo lo cual derivó en una situación de coyuntura propicia para sacarse al virrey de encima; tan simple como eso.
A no equivocarse no se verificó nunca -jamás- ninguna ínfula independentista en sentido genuino.
En efecto: la versión historiográfica de fuerte sesgo porteñista -y tergiversadora de aquellos sucesos- desdeñó deliberadamente a la primer figura destacada del fenómeno caudillista que emergía en estas mismas tierras en aquellos tiempos.
Me refiero, claro está, a la del Protector -José Gervasio de Artigas- quien desde la vecina orilla brindó un aporte mas que significativo para que aquella asonada de coyuntura tuviera éxito ( ” Artigas, un héroe de dos orillas”; Omar López Mato, Editorial Planeta).
A ello se suma las perfidias de Álvarez Thomas y Sarratea; y la traición al mismo Protector de parte de Pueyrredón, a la sazón de quien se erigió en la única figura que procuró instalar un modelo genuinamente independentista.