LA HABANA, Cuba. — Estampas costumbristas muestran a los lecheros, aquellos hombres que vendían leche e iban por las calles con sus vacas y se paraban a ordeñarlas frente a la casa de un cliente o en alguna bodega. Fueron españoles, sobre todo originarios de Canarias, los que a finales del siglo XIX iniciaron el negocio de vender leche con carretones tirados por mulas y caballos.
Con el paso del tiempo fueron surgiendo en la Isla grandes compañías que ofrecían la leche pasteurizada y homogeneizada. La primera y más importante de estas industrias fue la “Compañía Lechera de Cuba S.A.” —fundada en 1929 — y cuyo edificio existe aún en la intersección de las calles Cristina y Concha, en el límite entre la Habana Vieja y Diez de Octubre. Allí se hacían también los helados Hatuey y la leche condensada La Lechera. En 1947, el negocio pasó a manos de la Compañía de Productos Lácteos S.A.”
Para la entrega de leche a domicilio empleaban unos camiones cerrados donde traían las botellas en cajas y las mantenían frías con piedras de hielo.
El esposo de una tía materna, Armando Medina, trabajaba para la industria Aljibe y poseía dos camionetas con las que distribuía la leche en cafeterías, bodegas y pequeños comercios. La leche la buscaba a diario en una planta situada en Madruga, a decenas de kilómetros al sudeste de La Habana.
A mi casa llegaba un lechero de apellido Guzmán, quien subía la escalera y caminaba por un largo corredor hasta llegar a nuestro apartamento. Allí entregaba la botella de cristal con su gorro parafinado, el tapón de cartón interior y el alambrito que rodeaba la boca para sellar todo como garantía. Por ser algo especial, costaba 30 centavos el litro. Al mes eran nueve pesos, lo mismo que cuesta ahora una bola de helado en Coppelia.
En muchas casas, para no tener que levantarse a abrirle la puerta al lechero, dejaban el litro vacío en la puerta y la peseta que costaba y recogían el litro lleno cuando se despertaban. Y aunque cueste creerlo a los más jóvenes, nadie se lo robaba.
La calidad de la leche se clasificaba en A y B, según el grado de pureza. Los precios oscilaban entre 15 y 25 centavos, según el prestigio de la compañía y la zona de distribución.
La leche no faltaba, para nada era un lujo. Muchas personas, sobre todo empleados públicos, desayunaban en las cafeterías existentes en cualquier lugar. Allí un hábil dependiente, con una jarra en cada mano, mezclaba el café con la leche en una taza; a esto se agregaba el clásico pan con mantequilla. El costo dependía de la categoría del establecimiento, pero pocas veces era más de diez centavos.
En las cafeterías también se podían encontrar batidos de mamey, fruta bomba, mango, guayaba u otras frutas, todos hechos con leche, que constituían una agradable merienda. También se podían degustar helados, muy propios para nuestro clima.
En invierno, era costumbre tomar el chocolate a la española en las cafeterías o en las casas.
Por las noches, en sustitución de una comida, o antes de acostarse, muchas familias tomaban leche, ya bien fuera fría o caliente, mezclada con café o chocolate.
Durante la etapa republicana, Cuba llegó a contar con una cabeza de ganado por habitante. Luego de la Reforma Agraria, muchas de las tierras utilizadas para el pastoreo de las reses, sobre todo en la provincia de Camagüey, fueron destinadas a cultivos, principalmente caña, y comenzó la decadencia de la ganadería.
Desayunar hoy con leche de vaca en Cuba es un lujo. Desde hace más de 30 años la leche se esfumó casi por completo de la dieta del cubano promedio. La escasa leche de vaca que vende el Estado por la Libreta de Abastecimiento es solo para niños menores de siete años. Las personas enfermas que tienen dietas médicas reciben leche en polvo importada, que es muy costosa en el mundo.
Ya ni se encuentra leche en las tiendas en MLC. En algunas de las nuevas Mypimes, negocios aparentemente de particulares, pero que, en muchos casos, están en manos de ex militares y funcionarios retirados, venden la bolsa de leche de 1 kilogramo en 1.900 pesos, así exprimen más el bolsillo del pueblo.
Encontrar alguien que venda leche fresca en las zonas urbanas es casi un milagro. El precio de un litro (que no da más de seis vasos) oscila entre 120 pesos y 150 pesos.
En zonas rurales o periféricas de las ciudades aparece en ocasiones algún campesino que posee vacas y vende, siempre por la izquierda, parte de su producto. Los vaqueros en el campo están obligados a entregar todo el ordeño al estado para la industria láctea. Algunos ocultan una parte para hacer yogurt y quesos caseros para vender: el litro de yogurt a 250 pesos y la libra de queso a 500.
Muchas madres expresan con frecuencia que no envían a sus hijos a la escuela por no tener nada que darles para desayunar. En la mayoría de los hogares, incluso donde hay ancianos, se desayuna solo con pan y café, si es que hay.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org