Por Fernando Rodríguez
Desde las montañas de Birmania, en el Triángulo de Oro del sudeste asiático, controló el cultivo y tráfico; llegó a producir el 75% de la heroína consumida en el mundo en los años 70
El comercio internacional del opio ya se había establecido a gran escala a mediados del siglo XIX, con las guerras entre el imperio chino y el británico por el contrabando de la savia de la adormidera, de conocido y poderoso efecto narcótico. Pero más de cien años, un hombre tan carismático y astuto como violento y vengativo, un campesino que militó en las filas de Chiang Kai-shek en la lucha entre nacionalistas y comunistas por el control de China se erigiría como un poderoso señor de la guerra en los terrenos escarpados y montañosos situados entre el norte de Tailandia, el noroeste de Laos y el este de lo que entonces se llamaba Birmania.
Ese hombre nacido el 17 de febrero de 1934 como Chang Chi-fu se convertiría, en el líder de un ejército de más de 10.000 hombres y dominaría prácticamente todo el territorio productivo de amapola. Su materia prima, hasta casi el fin del siglo XX, inundó el mundo: tanto, que el 75% de la heroína que se consumía principalmente en Europa y los Estados Unidos salió de los campos del llamado Triángulo de Oro. Adoptó el seudónimo de Khun Sa –”príncipe próspero”– y gracias al narcotráfico se convirtió en un hombre inmensamente rico. Aunque era buscado por las principales agencias antidrogas del mundo, murió a los 73 años como un ciudadano libre. Pasó a la historia como El Rey del Opio.
Hijo de un chino y una birmana que murió cuando él era solo un niño, el pequeño Chiang fue criado por su abuelo, líder la aldea de Hpa Hpeung, en Mongyai, en el estado de Shan. Tras haber recibido una breve educación en un noviciado budista –aun cuando, en rigor, fue prácticamente analfabeto toda su vida–, el final de la gran conflagración mundial, el fin del yugo japonés en el sudeste asiático y la guerra fratricida entre comunistas y nacionalistas por el control de China, lo empujaron a recibir entrenamiento militar por parte de las fuerzas del Kuomintang, que derrotadas por las huestes de Mao Tse-tung habían buscado refugio en la escarpa birmana.
Entrados los años 50 formó su propia milicia, que con el tiempo llamaría Ejército de Liberación de Shan. Primero, aliado a los nacionalistas con el KMT Kuomintang, Chiang comprendió, pronto, que contaba con un brazo armado que podía vender al mejor postor. Esa capacidad camaleónica de adaptarse a los contextos le sirvió, también, para tejer relaciones con importantes personeros del gobierno birmano.
Desde sus bases en la montaña, también tejió alianzas con líderes insurgentes locales. Parte de su discurso público, precisamente, estaba anclado en la proclama de la defensa de los intereses de las poblaciones autóctonas, en una zona de gran diversidad étnica. Eso hizo que los campesinos lo vieran como una suerte de protector. Sería fundamental para el paso siguiente: convertirse en un poderoso terrateniente y comenzar a avanzar en el dominio de las áreas de cultivo de opio, fuente principal de ingreso y de sustento de las poblaciones locales.
El control de las rutas logísticas de la guerra civil le sería clave, también, en su propósito de ampliar su influencia en la región. Con su brazo armado, en el que las tropas paramilitares ya se contaban de a miles, utilizó los recursos a su alcance para convertirse no solo en un “señor de la guerra” capaz de mantener en raya a los insurgentes del este birmano, sino para producir opio y heroína y comercializarla. El negocio era millonario, y lo que ganaba lo reinvertía en armamento para sus milicias y en sobornos para que las autoridades no molestaran sus operaciones. Se volvió, así, uno de los importantes jugadores del narcotráfico del sudeste asiático.
En 1967, sin embargo, sufrió un fuerte revés. En plena refriega con elementos del Kuomintang, el ejército de Laos le tendió una emboscada: no solo arrasó a una de sus columnas, de 500 hombres y 300 mulas, sino que le robó todo el cargamento de opio. Durante algunos años, el poder de Chiang fue eclipsado. en octubre de 1969 el ejército birmano lo arrestó –no por tráfico de drogas, una actividad que el gobierno le había “tolerado”– sino por mantener contacto con líderes rebeldes.
En 1974, los reorganizados restos del Ejército de Liberación de Shan dieron varios golpes desde la clandestinidad. Uno de ellos, el secuestro de dos médicos soviéticos, que servirían como moneda de cambio. Negociaron su entrega y consiguieron la liberación de su líder. Llegaría, entonces, la hora del cambio de nombre y una nueva etapa, con la consolidación definitiva de Chiang ya no como un señor de la guerra, sino como un rey de la droga.
Ya como Khun Sa, volcó todos sus recursos al fabuloso negocio de la heroína que explotaba en los grandes centros urbanos de los Estados Unidos, de Europa y de Oceanía. Mientras los Estados Unidos retrocedían en Vietnam, en el sudeste asiático asomaba otro foco de atención: el Triángulo de Oro, origen del opio de máxima pureza que inundaba los mercados. Para mediados de la década del 70, el 80% de la heroína que se vendía en Nueva York provenía de los campos del Rey del Opio, el viejo militar del Kuomintang que se escondía en las montañas de Birmania.
Había reconstruido su ejército particular, con más de 10.000 efectivos armados como profesionales que custodiaban los laboratorios en los que se refinaba el opio para producir la heroína que viajaba a Occidente para alimentar el mercado del consumo de sustancias tóxicas.
Reconocido como un ferviente enemigo de las fuerzas comunistas en la región, su actividad fue tolerada hasta que el daño que causaba como el máximo proveedor de heroína del mundo fuese mayor que aquel beneficio. Cuando el ejército tailandés derrotó a los rebeldes del noroeste, y los radicales de Laos y Birmania estuvieron controlados, Khun Sa se convirtió, entonces, en el enemigo público número uno para la agencia antidrogas norteamericana, la DEA.
Sus antiguos contactos en importantes despachos gubernamentales todavía seguían activos. Y su inmensa fortuna era capaz de comprar suficientes voluntades. El gobierno birmano aceptaba la ayuda económica y militar de los Estados Unidos para combatir las drogas y anunciaba golpes contra las hueste de Khun Sa que, en realidad, eran puros inventos.
Lejos de estar derrotado, Khun Sa desafiaba y provocaba. Como cuando, en 1987, dio una entrevista desde la clandestinidad y le ofreció a Australia venderle toda su cosecha de opio a cambio de 50 millones de dólares anuales durante ocho años, lo que suponía reducir a al menos la mitad la disponibilidad mundial de heroína. Por supuesto, Australia se negó a tamaña extorsión. Lo mismo le ofreció a los Estados Unidos, a través de personeros: vender todo su producto al gobierno para “congelar” la oferta de droga. La respuesta norteamericana fue ofrecer dos millones de dólares de recompensa para quien entregara al Rey del Opio.
Sin embargo, a mitad de los años 90, la luz de la estrella de Khun Sa comenzó a languidecer. Otros líderes rebeldes, más jóvenes y con la ambición intacta, desafiaron su poder militar en el estado de Shan en lo que ahora era Myanmar. Otros grupos habían comenzado a abrir nuevas rutas para el opio. Y Afganistán aparecía en el radar, camino a convertirse en el mayor productor de opio entrado el nuevo siglo.
Entonces, dio el gran salto. El 5 de enero de 1996 se entregó a las autoridades de Myanmar y, tras una negociación secreta, aceptó rápidamente la amnistía que se le ofreció, con lo que evitó una extradición. Su jubilación marcó el principio del ocaso del Triángulo de Oro como principal motor del tráfico de opio, lugar que comenzó a ocupar Afganistán.
Khun Sa se retiró del crimen e intentó, primero, incursionar en la política. Se fue de las montañas a la capital de Myanmar, Rangún. A partir del año 2000 anunció que comenzaría una nueva etapa como empresario formal, y se dedicó especialmente a desarrollos inmobiliarios. Había amasado una fortuna calculada en 5100 millones de dólares. De sobra para vivir mil vidas. Pero la diabetes, la hipertensión y las enfermedades cardíacas quebraron su cuerpo fraguado en mil batallas.
El que fuera considerado “el traficante de drogas más importante del mundo” murió en Yangón, el 26 de octubre de 2007. Su nombre ocupa un lugar preponderante en los listados de los más importantes narcotraficantes de la historia. Y su figura, paradójicamente, lejos de ser repudiada, es venerada en su tierra natal. Así lo atestiguan una estatua y un museo.
Fuente La Nación