Para los vecinos del barrio de Parquesol, en Valladolid, la noche se rompió antes de que amaneciese el martes. «Pegó un trallazo, como un zambombazo», describía Manuel Cojo, uno de los vecinos a los que el potente ruido de una explosión de gas sacó de la cama antes de las seis. Aunque vive a varios bloques del número 23 de la calle Juan de Valladolid, epicentro del desastre, ya fue impensable volver a dormirse. Nervioso, se vistió y se unió a un gran número de afectados y habitantes que se congregaron ayer en la zona. El reventón, en un tercer piso, llegó con el recuerdo aún fresco de otra deflagración, en la calle Goya, hace menos de un mes. Si entonces murió una mujer y el edificio entero corrió peligro como consecuencia del siniestro, el de ayer se saldó con un herido grave y doce leves. Además, parece que la estructura resultó «aparentemente sin daños», como expresaron los bomberos, tras una primera valoración del jefe del servicio de Valladolid, Javier Reinoso.
No obstante, las 37 viviendas del edificio fueron desalojadas preventivamente y la onda expansiva causó llamativos desperfectos materiales en ese bloque y en los de enfrente. Con los ascensores destruidos y fuera de combate, los pisos más afortunados salieron con las ventanas y persianas combadas o deformadas; los menos, «sin paredes», con las puertas desencajadas, ennegrecidos o con el techo tocado. Las esquirlas regaban el suelo y habían arañado los coches aparcados en superficie. Según indicó Daniel, uno de los vecinos que comprobaba los vehículos y que vive justo frente al 23, al mirar descubrió que la reja de una terraza había sobrevolado toda la calle para aterrizar en su parcela. «Se nos ha movido la cama», contaba, mientras deambulaba, entre la agitación y el disgusto.
El herido grave -un hombre de 57 años con pronóstico reservado por graves quemaduras en más de la mitad del cuerpo- protagonizó esos primeros minutos, que sobrecogieron a todos los que vieron las llamas y el humo, extinguidos tras la rápida intervención de los bomberos, que «apenas tardaron diez minutos». «El pobre señor gritaba que ya estaba muerto desde el balcón y, como se acercaba al borde, le respondían ‘No te tires’», asegura Teresa, que lo vió desde su ventana. Como Carmen y otra vecina también llamada Teresa, reconoce que no sabían que hacer. «Fue como si nos hubiese caído una bomba», describen. Antes de verlo, otros pensaron en un fuerte viento o en truenos, en función de la distancia.
Reaccionó rápido Antonio, inquilino de uno de los apartamentos del sexto piso. Cuando comprobó que subía humo, puso unas toallas húmedas en su puerta y salió a la terraza, aunque confiesa que pensaba la explosión había sido más lejos y «no sólo tres pisos más abajo». Casi seis horas después, esperaba entre residentes en pijama o con lo puesto a que el administrador de la propiedad y servicios de emergencia se pusieran de acuerdo para poder recoger algunas cosas. En las primeras horas, el alcalde de la ciudad, Jesús Julio Carnero, acudió al lugar, desde donde puntualizó que al menos no había que «lamentar ninguna víctima». Con el respaldo del ayuntamiento, el protocolo para facilitarles hoteles, una casa provisional o psicólogo echó a rodar. «Para mí ha sido el trastorno y la faena, pero ahora ya es cuestión de esperar a que reestablezcan los servicios y podamos volver a entrar a vivir», apuntaba Antonio, que agradecía «unos servicios públicos maravillosos», con efectivos «educados» y «eficientes».
A María Rosa, otra de las desalojadas, le pusieron una manta sobre los hombros, con la que ella trataba de templarse. «Estoy helada, pero me dicen que es normal, que son los nervios», sonreía débilmente. A medida que pasaban las horas, varias personas atendidas por inhalación de humo y otras condiciones leves feruon recibiendo el alta. Por la tarde, ya sólo permanecía ingresado el herido grave; y en Juan de Valladolid un boquete silencioso en el que no cesan los trabajos.
Fuente ABC