Por Nicolás J.Portino González
En un país marcado por la polarización y los extremos ideológicos, Argentina se encuentra inmersa en un profundo vuelco político que ha sacudido sus cimientos en las últimas décadas. Desde la era de Nestor y Cristina Kirchner hasta la actualidad, con la irrupción de Javier Milei en el escenario político, nuestro país ha experimentado una montaña rusa de cambios políticos y sociales que han dividido profundamente a su sociedad, con un ya evidente fallo generalizado de toda cuanta política se haya intentado. Lo que nos ha dejado con un resultado inequívoco de derrota, sensación que está palpable en el aire que respira la sociedad.
La presidencia de Cristina Fernández de Kirchner dejó una huella indeleble en la política Argentina. Su gobierno se caracterizó por políticas económicas y sociales de innecesaria, salvaje y elefantiásica intervención estatal y un fuerte énfasis en la épica de una revolución imaginaria…que no fue.
Asimismo, también estuvo marcado por flagrantes hechos de corrupción y traiciones a la patria en forma de convenios con países que han atentado contra nuestra nación y una chavización política que dividió terminantemente al país, una vez más en extremos como opciones.
Uno de los aspectos más controvertidos del kirchnerismo fue la forma en que afectó a las instituciones. Por citar algunos ejemplos graves con resultados a la vista, los sistemas de defensa, seguridad e inteligencia nacional, sufrieron una intencional política estatal de desarme, desfinanciación, infiltración y desintegración -además del desprestigio permanente- encabezada por Nestor Kirchner y Cristina F. de Kirchner, continuada por el hoy “desaparecido en democracia” y ya ex Presidente, Alberto Fernández. Todos ellos Comandantes en Jefes de las Fuerzas Armadas, función que viene adjunta con el cargo de Presidente de la Nación Argentina y que como la palabra Presidencial, han destruído por completo.
Esto generó una evidente anomia socio-cultural, en tanto sucedió un evidente pasaje del orden al desorden; de la seguridad a la inseguridad de la ciudadanía y de una situación de Defensa Nacional a la indefensión estratégica total. Además, los principios, valores, tradiciones y símbolos nacionales por estos promovidos, permanecen a las órdenes de Cuba, Rusia, China, Venezuela e Irán.
En este contexto, surge la figura de Javier Milei como una fuerza política disruptiva. Milei ha prometido la “voladura” del Banco Central de la República Argentina y ha dejado claro que está dispuesto a tomar decisiones por decreto presidencial y hacer caso omiso al Congreso si éste no aprueba sus mandatos. Algo muy parecido a lo realizado por el ex-Presidente Cstillo en Peru, a quin no le fue nada bien y debio dejar la presidencia tras ser destituido.
Las posiciones extremas de Milei y su retórica incendiaria han generado tanto admiración como rechazo en la sociedad argentina, pero ahora con algún nivel de certeza: 30% de los votos y una generalizada -desmedida- proyección presidencial.
El contraste entre el kirchnerismo y el pensamiento político de Javier Milei no podría ser más evidente. Mientras el kirchnerismo ve al Estado como un órgano al servicio de su partido -modelo soviético- y sus objetivos ideológicos, Milei considera al Estado como un estorbo inservible, inútil, ineficiente e innecesario que debe ser reducido o eliminado drásticamente. Estas diferencias fundamentales en la visión del rol del Estado en la sociedad han llevado a una polarización aún mayor en la política argentina, cuando una gran parte del electorado solo ansiaba paz, tranquilidad, estabilidad, trabajo y prosperidad.
La sociedad argentina ha estado inmersa en este tipo de conflictos políticos durante más de dos décadas, algunos podrán decir casi 80 años, con consecuencias determinantes en su tejido social y cultural.
La llegada de Javier Milei a la escena política, con su estilo confrontativo y su enfoque en imponer su agenda sin buscar consensos, plantea interrogantes sobre si Argentina está destinada a continuar por el camino de la polarización y la confrontación política, o si existe espacio para un diálogo más constructivo y un compromiso con la construcción de un futuro común. Incluso borronea sus dichos de querer sacar del ámbito político al Kirchnerismo para siempre.
En esta encrucijada política y sociológica, Argentina se encuentra una vez más en un momento decisivo en su historia. La elección de tercios pero con estos dos extremos como opción, representados por el kirchnerismo y Javier Milei, tiene el potencial de moldear el destino del país en los años venideros.
La sociedad argentina enfrenta el desafío de encontrar un equilibrio y con ello la eficiencia y estabilidad económica, así como reconectarse positivamente con el mundo, ya no como mendigo sino como elemento de la cadena de intercambio y comercio con ese resto de países y bloques, preservando valores y tradiciones en un contexto político cada vez más polarizado.
No parece ser la salida correcta pasar de un extremo al otro, sino encontrar una justa medida para salir del atolladero de problemas que tiene nuestra nación, que en principio nos mantiene enojados, padecientes y desanimados, en tanto visibilizar claramente posibles soluciones.
Pudimos ser…a principios del siglo XX y decidimos no serlo. Invariablemente todo intento concluyó mal. Todo falló.
Hora de barajar y dar de nuevo, pero en calma.