
Todas las ‘diadas’ desde el arranque del ‘procés’ han tenido su propósito. Las de los primeros años empujaron para al consulta del 9-N (2014); las siguientes sentaron las bases del otoño negro de 2017; las últimas han sido las ‘diadas’ de la división y la digestión de la derrota. ¿Cuál era el propósito de la Diada de 2023? Definitivamente, la de este lunes fue la Diada del desconcierto, pero también, gracias al resultado de los comicios del 23J y la predisposición del PSOE a negociar con el independentismo, la Diada de las expectativas.
En el momento de apoyo social más bajo del movimiento, cuando menos gente sale a la calle para manifestarse –se vio en Barcelona–, cuando las diferencias entre entidades y partidos ya ni se esconden, el aquí y ahora del secesionismo es el de poder exigir una amnistía por la vía rápida y la de atreverse a plantear un acuerdo para un referéndum de autodeterminación en la próxima legislatura. No alcanzaron ni el 30% de los votos en las pasadas elecciones y el independentismo da muestras de claro agotamiento, pero los 14 diputados que suman ERC y Junts en el Congreso de los Diputados (siete y siete) son ahora más determinantes que nunca. Las ansias de Pedro Sánchez por seguir en La Moncloa son ahora el único carburante para un movimiento que hace apenas dos meses andaba cual boxeador noqueado.
En la capital catalana se reunieron 115.000 personas, según las cifras de la Guardia Urbana, una cantidad importante, pero que palidece si se compara con las de anteriores convocatorias. Desde la Diada más multitudinaria de 2014, cuando en vísperas de la consulta de noviembre se llenó al completo la Diagonal y la Gran Vía (1,8 millones, según la policía local), las siguientes manifestaciones han ido a la baja. La de este lunes, descontando las convocatorias de 2020 y 2021, marcadas por las restricciones de la Covid, fue la marcha menos concurrida de las organizadas cada 11 de septiembre por la Assemblea Nacional Catalana (ANC). 115.000 asistentes que apenas valieron para llenar la plaza de España, rebautizada por unas horas como plaza 1 de octubre. Nada que ver con aquella sensación de ciudad desbordada, aquella idea de que la calle tiraba de la política, con miles de autocares llegados de comarcas tomando el Eixample, cuando realmente se tenía la percepción de asistir a un acontecimiento político inédito en la Europa contemporánea.
Viejas consignas
A pie de calle, las viajes consignas, los eslóganes de siempre, un cansancio que empieza a notarse. El independentismo social da muestras de un claro agotamiento en contraste con el independentismo político, revitalizado, pese a su retroceso electoral, por las urgencias y oportunismo de Pedro Sánchez. Ciertamente, la creatividad de la ANC a la hora de coreografiar las ‘diadas’ comienza a flaquear. Tras el alarde de otros años, el lunes idearon una manifestación con cuatro columnas. Una, desde la estación de Sants, para reivindicar el «país», la mejora y la transferencia de las infraestructuras. Otra, desde la Ciudad de la Justicia, para reivindicar la «libertad» frente a la acción de los tribunales contra los independentistas. También se convocó a los independentistas ante la delegación de Hacienda en Cataluña, para reclamar la «soberanía», y, por último, otra columna, con el motivo «Lengua», partió desde la escuela Proa para poner de manifiesto su rechazo a la sentencia del 25% que obliga a poner este porcentaje de horas en español, al menos, en todo el sistema educativo.
Los citados gritos de «Govern dimisión» son precisamente los que trataban de aplacar los varios centenares de militantes que ERC movilizó para escoltar al presidente Pere Aragonès, que pudo decir que se sumó a la Diada, aunque fue desalojado antes de que su columna llegase a plaza España. Fuentes del Govern aseguraron que el plan inicial era precisamente que Aragonès marchase antes, algo que contrastó con la precipitación con la que su servicio de escoltas le desalojó.
Los gritos contra el ‘president’ –continuidad de los ‘botiflers’ que ya se pudieron escuchar la noche anterior– fueron respondidos con otros de «independencia». Trataba ERC de reconectar con el independentismo a pie de calle después de que en 2022 se descolgase de la Diada de la ANC al entender que aquella fue una marcha contra la mesa de diálogo. Queda claro que las heridas siguen abiertas y Esquerra sigue siendo vista como un partido ‘petainista’, colaboracionista, por quienes siguen gritando «Puigdemont, nuestro presidente». No se escuchó ni una alusión a la posibilidad de que Junts pueda emprender como ERC el camino de la negociación. El fugado a Waterloo sigue siendo su líder moral. A pie de calle, y sin matices posibles, nadie está por sutilezas.
«No nos piden investidura»
Aragonès resumió la jornada con un genérico comentario en las redes sociales: «¡La fuerza de la ciudadanía es imparable! Hoy hemos vuelto a llenar las calles por la independencia de Cataluña. Caminamos juntos por la amnistía, la autodeterminación y la libertad de nuestro pueblo. ¡Queremos ser un Estado independiente! ¡Y lo seremos!». La presidenta de Junts, Laura Borràs, campeona del populismo, sí se sumó a la corriente de la ANC: «La gente no nos pide investidura, la gente nos pide independencia. Junts trabajará para el acuerdo histórico. La amnistía es el punto de partida. Nosotros hablamos del derecho a decidir. Y los partidos españoles han de decidir si deciden o se quedan en la inestabilidad de España«.
Si la marcha de la ANC transcurrió sin incidentes, en la que convocó la CUP y su entorno, encapuchados quemaron una gran imagen boca abajo del presidente de la Generalitat y del alcalde de Barcelona, Jaume Collboni. También quemaron retratos del presidente del Gobierno, del líder del PP, del jefe de lista de Vox al Congreso por Valencia y de la consejera de Salud de Baleares. También ardieron banderas de España y de Francia así como un muñeco representando al líder de Vox, Santiago Abascal.
Fuente ABC