LA HABANA, Cuba. — En un agromercado una señora entrada en canas, pobremente vestida, tomó dos guayabas y las deslizó en una jaba de tela que traía consigo. Lo hizo de forma subrepticia, aprovechando quizás que el vendedor estaba ocupado pesando la compra de otro cliente. Cuando se disponía a salir, el sujeto encargado de vigilar el ajetreo dentro del local se atravesó en la puerta y, bruscamente, en voz muy alta, le exigió a la señora que abriera la jaba. Sacó las dos guayabas y las arrojó de vuelta al montón, mientras la señora, sin levantar la mirada, salía del establecimiento.
En la cola todos nos miramos atónitos y avergonzados, porque no todos los días se ve a una anciana robando, muchos menos a una anciana que, obviamente, no es una ladrona. Pero más vergonzoso aún era ver al vigilante de la puerta regresar pomposamente al cajón que le servía de asiento, como si acabara de realizar una gran hazaña.
Varias personas preguntamos el precio de las dos guayabas. Un señor dejó los sesenta pesos en manos del vendedor y salió en busca de aquella anciana traslúcida que encarnaba la expresión más cruda de la crisis cubana.
Hemos llegado al punto en que los viejos se ven obligados a robar, exponiéndose a ser humillados por comerciantes que no saben proteger sus intereses sin ser despiadados con quien tiene hambre. No se trata de generarle pérdidas a su negocio, pero había muchas maneras de resolver el problema sin atropellar a una anciana cuya situación económica debe ser muy grave para aventurarse a robar, a la vista de todos, algo tan pedestre como unas guayabas.

Los viejos que no reciben remesas ni siquiera pueden aspirar a comer esa fruta que en nuestro suelo se da a porfía y en cualquier época del año. A decir verdad, da dolor pensar qué comen los ancianos en Cuba si una libra de arroz cuesta 200 pesos, un cartón de huevos (30 unidades) entre 2.700 y 3.000 pesos, y tres cuartos de libra de frijoles 480 pesos. Una simple operación matemática basta para demostrar que gran parte de la población cubana está viviendo a medias, comiendo a medias y probablemente enferma por déficit de nutrientes.
La inversión más austera en la comida de la semana excede con creces el salario mínimo mensual, que con la Tarea Ordenamiento ascendió a 2.100 pesos, equivalentes a 18 dólares al cambio oficial.
Supongamos que un núcleo familiar compuesto por dos adultos y un niño debe calcular la compra de la semana en base a dos salarios promedio que oscilan sobre los cuatro mil pesos cada uno. Considerando la inestabilidad en la distribución de la canasta básica, el robo constante de los bodegueros y la impureza o mala calidad de los productos asignados, se deduce que la familia cubana debe comprar sus víveres en los agros, el mercado negro y las mypimes.
A los precios del arroz y los frijoles antes mencionados habría que añadir 200 pesos diarios por una bolsa de pan (8 unidades) para poder desayunar y garantizar la merienda del escolar, más un paquete de café importado que no cuesta menos de 1.200 pesos, y bien administrado podría durar diez días. Lujos como leche o yogurt quedan descartados porque no hay bolsillo que aguante.
Siendo el arroz un componente esencial en la dieta de los cubanos, un núcleo de tres personas acogido a la más estricta planificación consumiría una libra diaria; es decir, 200 pesos. La reducción de la cuota mensual estatal de siete a cinco libras, obligaría a dicho núcleo a gastar 2.800 pesos para cubrir el consumo de arroz de quince días.

Con los datos aportados, se obtiene que solo el pan y el arroz de dos semanas consumen más de un salario promedio. Otros productos necesarios, como puré de tomate, aceite o sazones, encarecen la factura a un nivel estratosférico. Ni hablar entonces de medicina, ropa, calzado, productos de aseo o alguna salida casual para “desconectar”.
El cubano trabaja para comer malamente, pero quienes ya no pueden trabajar, no comen. ¿Qué hace un anciano en Cuba con una pensión de 1.528 pesos? Es algo en lo que nadie quiere pensar. Todo el mundo supone que la gente recibe alguna ayuda, tiene algún invento, se las arregla, la juega. Pero son millones los que no pueden “jugarla” y tienen que dejar en el ruedo hasta la honradez, porque el hambre no tiene compasión.
Para vivir en Cuba hoy es crucial no preguntarse cómo viven los demás, porque no existe una respuesta anclada a la lógica. En realidad, toda Cuba sobrevive, pero la parte que puede mantenerse a flote sabe que la otra agoniza y sucumbe entre estertores. A esa última pertenecen ancianos como la que intentó robarse dos guayabas, quién sabe si para saciar el hambre o para hacerle un jugo a su viejito enfermo, o a un hijo postrado. Son preguntas que no pasan por la mente de esos mismos comerciantes que arman lío por un par de guayabas como si se tratara de kiwis, pero se muestran pródigos con los inspectores que permiten ilegalidades a cambio de cualquier cosa, porque en Cuba cualquier cosa cuesta mucho dinero.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org