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En los 20 segundos que pude hablar ayer con Carlos Slim me corrigió una vez. Debe de ser una especie de récord. Tenía razón él, por supuesto. Hilando con una idea sobre la economía de servicios que mencionó en su discurso de recepción del premio Enrique V. Iglesias, mientras le estrechaba fugazmente la mano a modo de felicitación, se me ocurrió decirle que era una de las primeras personas a las que escuché defender con cierto criterio la semana laboral de 4 días. “De tres días y 36 horas (doce al día)”, me respondió, muy afable. “Anda, menos que Pedro y Yolanda, pensé yo”. Eso sí, luego comprobé que su plan se completa con jubilaciones a los 75. Por algo Slim es la octava fortuna de la lista Forbes. Ahí ya se baja del carro hasta Escrivá, no sea que las cuentas cuadren sin necesidad de torturarlas. Permítanme a modo de cierre, una pequeña coda de ambiente. En la mesa presidencial del Teatro Real, no la mía por supuesto, almorzaron un nutrido grupo de homenajeadores: José María Aznar, Juan Luis Cebrián y Cayetano Martínez de Irujo, entre ellos. A la entrega formal del premio en Zarzuela, acudió también Felipe González. El Gobierno en funciones se limitó a enviar al acto a un secretario de Estado, el de Iberoamérica. Muy apropiado para un premio al desarrollo empresarial iberoamericano, eso sí, pero insuficiente para compensar la sensación de que la zona noble no transmitía demasiada ilusión por la amnistía a Carles Puigdemont y un nuevo mandato de Pedro Sánchez. Algo me da que la Realpolitik va por otro lado. Llámenme loco
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Fuente El Confidencial

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