Por Joaquín Morales Solá
Aunque Sergio Massa ganara el próximo balotaje, Cristina Kirchner conoce el estilo del actual ministro de Economía y, sobre todo, está al tanto de que se propone terminar con ella
Ella sabe que vive el otoño de su vida política. Aunque Sergio Massa ganara el próximo balotaje, Cristina Kirchner conoce el estilo del actual ministro de Economía y, sobre todo, está al tanto de que se propone terminar con ella. Cristina Kirchner se dedica ahora solo a construir una Justicia propia porque también sabe que nadie lo hará por ella. Una primera vuelta electoral más o menos benévola para el oficialismo promovió la reaparición de la exjueza Ana María Figueroa, cercana al cristinismo, quien reclamó que le devuelvan el cargo y los salarios caídos desde que cumplió los 75 años que la Constitución fija como límite etario para los jueces. Figueroa es una anécdota. No pasará de un simple berrinche. Regresará rápido a la placidez del retiro. El problema de Cristina Kirchner es su propio final, no el de Figueroa. Juliana Di Tullio, una senadora que suele interpretarla muy bien, anticipó que la expresidenta “no será parte de un gobierno de Sergio Massa”. El propio Massa aseguró que “Cristina eligió mirar desde afuera la vida pública”, y luego llegó al borde de la ofensa cuando, refiriéndose a Alberto Fernández, dijo que este “será un expresidente más, como Macri, Cristina o Duhalde”. ¿Ella, una más entre expresidentes que desprecia? ¿Cristina eligió? ¿O fue Massa quien eligió ese destino para ella? El ministro-candidato desliza con esas alusiones que él no es kirchnerista, un rótulo al que parece pegarse y despegarse según la ventaja de las ofertas. Es una actuación que, como todas sus actuaciones, suele darle buenos resultados. Pero no son ciertas. El gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, que tuvo un buen desempeño como reciente candidato presidencial, manifestó el viernes públicamente su solidaridad con la Corte Suprema de Justicia por el mamarrachesco juicio político que le hacen los diputados de Cristina. O, como precisó Schiaretti, por el juicio que “impulsa el gobierno kirchnerista del ministro Sergio Massa”. Está claro: es Massa, no solo Cristina. También Roberto Lavagna, un hombre respetado por el peronismo, consideró que ese juicio “pretende condicionar a la Justicia”. Dos jueces de la Corte Suprema, Horacio Rosatti y Carlos Ronsenkrantz, descalificaron en los últimos días con duros términos el juicio político, y subrayaron que se trata de una vulneración lisa y llana del principio de la división de poderes.
Otro juez del máximo tribunal, Juan Carlos Maqueda, no les respondió a los diputados cristinistas porque directamente consideró que ni siquiera merecían que él les dedicara un minuto de su valioso tiempo. ¿Massa terminará con el macaneo de los kirchneristas sobre los jueces supremos? ¿O, acaso, él persistirá en la política de persecución a la Corte y aplicará la misma estrategia de extorsión al máximo tribunal? Por ahora, los diputados massistas en la Comisión de Juicio Político caminan tomados de la mano de ese adefesio cristinista. No hay divorcio ni diferencias entre ellos. Tampoco hubo ninguna disidencia en el oficialismo cuando se trató de cambiar el feriado del lunes 20, un día después del balotaje. Massa no se diferenció de Alberto Fernández, y Cristina Kirchner no se diferenció de ninguno de los dos. El cambio del feriado lo pidió hasta la más alta autoridad electoral del país: la Cámara Nacional Electoral. Nada. Silencio. Por primera vez en 40 años de democracia se realizarán elecciones en medio de un feriado. “A Sergio le conviene. Los que se van de minivacaciones son votantes de Milei, no de él”, confiesa un amigo del ministro-candidato. ¿Fraude? Esa es la prueba implícita de su existencia. La Coalición Cívica de Elisa Carrió pidió el viernes la urgente intervención de la Cámara Electoral.
Los mensajes confusos son la especialidad de la casa del ministro de Economía. En efecto, Massa demoró diez horas en distanciarse, vagamente, del Gobierno y de la Cancillería (esta última controlada por la actual vicepresidenta) en el cuestionamiento a Hamas, la organización terrorista que tomó por asalto parte del territorio de Israel y mató, torturó y secuestró a ciudadanos inocentes. En rigor, Massa no dijo nada; prefirió adherir a un tuit del senador peronista Pablo Yedlin, quien recordó el desastre humanitario que descerrajó Hamas, y subrayó también que Israel tiene derecho a defenderse. Inclinarse hacia esa simple adhesión le llevó casi medio día al candidato presidencial del oficialismo. Al revés, la cancillería argentina había condenado a las Fuerzas de Defensa de Israel por sus represalias en Gaza, de donde salieron los terroristas de Hamas. Gaza es un territorio palestino ocupado por los grupos terroristas de Hamas, organización que cuenta con la complicidad de Hezbollah. Esta última ataca a los israelíes desde el Líbano. Semejante presión armada sobre Israel es la prueba, como dijo el juez Rosenkrantz, de que el conflicto de fondo en Medio Oriente consiste en que hay sectores políticos, sociales y religiosos que les niegan al pueblo judío y al Estado israelí el derecho a existir. La izquierda de Occidente, incluida la de América Latina, suele coincidir criminalmente con esa ideología que le refuta a todo un pueblo el elemental derecho a vivir. El gobierno argentino es pusilánime ante el conflicto, como lo calificó la DAIA, y la diferenciación de Massa se limitó a una simple adhesión a un tuit ajeno. Tarde y poco.
El eclipse de Cristina Kirchner se verá, antes que en cualquier otro lugar, en los tribunales. En esas oficinas, Massa tiene más amigos que los que dice tener
El eclipse de Cristina Kirchner se verá, antes que en cualquier otro lugar, en los tribunales. En esas oficinas Massa tiene más amigos que los que dice tener. Al revés de Alberto Fernández, que hacía ostentación de amistades que no existían, Massa no habla de las que sí tiene. Tres fuentes judiciales señalaron que el ministro de Economía nunca pidió clemencia para Cristina Kirchner. “Pedirá favores cuando lo involucren a él o a su familia, pero nunca lo hizo por Cristina”, señalaron. Integrantes de una estirpe con más sagacidad política que los profesionales de la política, jueces y fiscales pronostican que Massa tomaría el relevo del liderazgo peronista de Cristina si ganara el balotaje. Otros son más directos, menos elípticos: “Massa necesitará más de la Justicia que de Cristina”, murmuran. Aluden a la necesidad de Massa de que las varias causas judiciales que acosan a la vicepresidenta se hagan cargo de ella. Si fuera Javier Milei el futuro presidente, el atardecer de Cristina se convertiría rápidamente en noche cerrada.
Más le vale al candidato oficialista no gastar tiempo ni energías en causas perdidas en el Parlamento. El próximo período será de una enorme fragilidad parlamentaria para cualquiera de los dos candidatos presidenciales que quedaron. Massa necesitará en la Cámara de Diputados de 21 legisladores de la oposición para alcanzar una mayoría. Es una enormidad. Milei necesitará aún más. Es cierto que a este podrán apoyarlo los diputados de Juntos por el Cambio que responden a Mauricio Macri y Patricia Bullrich, pero ese apoyo se resolverá seguramente caso por caso. También podrían participar de esa negociación varios diputados del radicalismo, porque la UCR cambiará de conducción dentro de un mes. También los acuerdos serán caso por caso para los radicales. No habrá más mayorías automáticas en el Congreso. Ningún proyecto se aprobará a libro cerrado. Hay un amplio sector del radicalismo (los mendocinos, los cordobeses, los correntinos y parte de los bonaerenses) que no coinciden ni con las ideas ni con el estilo del actual presidente del centenario partido, Gerardo Morales. Menos les gusta la absoluta adhesión de Morales a la línea porteña que lideran Martín Lousteau y Emiliano Yacobitti. “No permitiremos que el radicalismo pase de Morales a Lousteau”, dicen no pocos radicales, que esperan resucitar a Juntos por el Cambio.
La debilidad parlamentaria de la política suele terminar pidiendo el arbitraje de la Justicia. Es el fracaso de la política, aunque le busquen otro nombre. Todo concluye siempre en el vértice último de la Justicia: la Corte Suprema. Ya la Corte debe despachar unos 15.000 expedientes por año. Muchos de esos casos refieren a causas penales, que deberían resolverse en las instancias inferiores, o a apelaciones de este gobierno, increíblemente nacional y popular, sobre sentencias judiciales que benefician a los jubilados. Hasta el candidato Massa no quiere obedecer las órdenes de la Justicia para mejorar los ingresos de “los abuelos”, como los llaman con fingido cariño. Es un gobierno de apariencias, en el que prevalecen los pases de magia aunque de su galera solo salen conejos muertos.
Fuente La Nación