LA HABANA, Cuba.- Norah Jones viene a Cuba, qué emoción. El debate en las redes anda por los lugares de siempre: los que critican que se mezcle el arte con la política, aunque no le exigen tal cosa al régimen cubano; y los que hablan pestes de la cantante por prestarse a darle lustre a la imagen más trillada de una Cuba que ya no existe, ni ha sido reemplazada por otra mejor.
Este deshielo no ha sido a toda leche, como el de Obama. En aquellos años visitaron la Isla Beyoncé, Rihanna y Madonna; pero ninguna se atrevió a cantar. Vinieron de cumpleaños, a jugar con La Colmenita o pasear en almendrón y dejarse adorar por aquel pueblo empachado de felicidad, ilusionado porque, ahora sí, el cambio venía.
Norah Jones quiere romper el molde, quiere cantar en la capital detenida en el tiempo de un país que, en los últimos años, ha retrocedido desde el tercer mundo a otro inclasificable. El pueblo de ahora no es humilde, es pobre a secas, hambreado y harapiento, como La Habana misma. Solo que a Norah Jones no le preocupa nada de eso porque hasta su altísimo pedestal no llegan nuestras realidades.
A la ganadora de nueve premios Grammy deben haberle vendido la falacia del “bloqueo”, pero los artistas no suelen hacerse grandes preguntas en materia de política. Es de suponer que Norah Jones ni siquiera haya reparado en que esos conciertos que ofrecerá como parte del “intercambio cultural y educativo” autorizado por el imperio cruel, también han sido incluidos en lucrativos paquetes turísticos que van a llenar de dólares a los delincuentes del Consejo de Estado, y sus secuaces convertidos en empresarios.
Norah Jones es el instrumento de una descarada campaña publicitaria para recuperar el sector del turismo en la Isla, controlado mayoritariamente por los militares. El mensaje promocional convida a pasar cuatro días con sus noches en La Habana. Cuatro días “de música y aventura” que incluyen dos conciertos de la Jones en el Teatro Martí; estancia en el Hotel Grand Aston de la Habana Vieja; cenas en restaurantes famosos de la capital, cuyos propietarios andan en muy buenos términos con el régimen; tour por La Habana en el “clásico convertible” y el obligado recorrido por el Casco Histórico, donde la miseria también es vintage e incluso sexy.
Habrá también una sesión de preguntas y respuestas con la artista, un poster de edición limitada autografiado por ella, una clase magistral en el Instituto Superior de Arte y, para no olvidar que Norah viene a Cuba en plan “intercambio cultural”, estará acompañada por el grupo Síntesis en la Fábrica de Arte Cubano (dónde si no) y por Alain Pérez en la Casa de la Música. Los mismos de siempre, que creen que la complicidad no se les nota. Todo ello a pesar del “bloqueo”.
Para registrarse en el evento, previsto para febrero de 2024, los precios varían entre 3.499 y 8.599 dólares. No se ha dicho si el Teatro Martí venderá entradas para el público cubano, aunque es un espacio pequeño para una artista de la talla de Norah. Si el gancho turístico llegara a fallar, lo más probable es que las entradas sean destinadas a los dirigentes y sus allegados.
Miles de dólares para ver cantar a Norah Jones en el Martí porque el Karl Marx, que hace cinco años hubiera acogido a una cantante de su envergadura, está cundido de comején, al igual que el Lorca y el Mella, mientras en las dos salas del Teatro Nacional se extienden el deterioro y las filtraciones. El Martí es lo único a su disposición gracias a un gobierno que dice proteger y alentar la cultura; pero qué puede saber Norah de eso, por qué habría de interesarse en las verdades de un país que no le importa ni a su propio pueblo.
Estamos curados de espanto, pero es inevitable preguntarse cómo alguien que vive en una nación donde existe la libertad para gritarle a los políticos, en plena calle, que son unos incapaces y corruptos de mierda —si fuera el caso—, puede venir a cantar, gozar y lavarle la cara a una dictadura que encarcela a ciudadanos por protestar con un cartel, o decirle a Díaz-Canel que es un singao, la verdad más grande que se ha dicho en esta tierra en mucho tiempo.
Es terrible que grandes artistas tengan tan poca cultura y tan poca moral. Es terrible que se presente a Cuba como si fuera un país normal, que se intente hacer pasar un evento lucrativo como “intercambio cultural”, mientras los cubanos no tienen qué comer y se pelean en las colas por detergente. A esa Cuba no viene Norah Jones, que haría bien en proponerle al gobierno de Díaz-Canel la liberación de cinco presas políticas por cada concierto que ofrezca en la Isla. Eso sí sería útil, pero no es lo que va a suceder.
Desgraciadamente, y aunque se siga hablando “del enemigo del norte”, detrás de cada artimaña ideada por el régimen de La Habana, hay al menos un artista estadounidense dispuesto a colaborar para hacerla realidad.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org