Por Carlos Manfroni
El exjefe del grupo terrorista Montoneros, Mario Eduardo Firmenich, opina actualmente de política en defensa del régimen dictatorial de Nicaragua, donde ahora vive, contratado por Daniel Ortega, y tampoco se priva de hacer juicios sobre la realidad argentina, como informó La Nación el lunes 6 de este mes.
Antes de comentar la política actual, sería mejor que explicara las cosas nunca aclaradas de sus turbios manejos con el poder con el que decía confrontar. Sin contar, por supuesto, los cientos de asesinatos perpetrados por su organización criminal sobre civiles y militares. Pero también debería rendir cuentas, además de a la Justicia, a las familias de sus propios compañeros, aun cuando la mayoría de ellas hayan preferido cobrar una indemnización sin averiguar demasiado.
Por ejemplo, sería bueno saber por qué inició la denominada “Contraofensiva montonera”, por la cual, en 1978, 1979 y 1980, hizo regresar al país a tantos subordinados suyos que estaban refugiados y seguros en Europa y en México. Y por qué esa Contraofensiva, que tenía como único objetivo la eliminación del equipo económico, se produjo justo en el momento en el que el entonces almirante Emilio Eduardo Massera se transformó en un enemigo del ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz.
Sería interesante saber cómo ingresaron tranquilamente en el territorio nacional tantos montoneros, durante la primera Contraofensiva, y qué relación tuvo esa facilidad con el control que ejercían los personeros de Massera sobre Migraciones y sobre la Aduana, áreas que el almirante se había adjudicado en el loteo de poder, tras el golpe de 1976.
Debería explicar también cómo es que sus sicarios pudieron ejecutar los atentados de la Contraofensiva en Olivos, a cinco cuadras de la quinta presidencial, o en pleno barrio de Belgrano, entre otros, sin resultar capturados, a pesar de que esos atentados duraron aproximadamente media hora. Y esto en 1979, cuando el estallido de un petardo convocaba a la policía al lugar en un minuto. ¿Tendrá eso alguna vinculación con el hecho de que esas áreas estuvieran bajo el control del general Carlos Guillermo Suárez Mason, socio de Massera?
Y, por supuesto, resulta importante preguntarse los motivos por los que, en 1980, después de la primera Contraofensiva y ya con sus “soldados” nuevamente en Europa, los envió otra vez a la Argentina, donde esta vez desaparecieron. ¿Habrá tenido, este segundo intento, el objetivo de silenciar para siempre la protección de la que sus compañeros gozaron en el primero? El juez Claudio Bonadio se habrá hecho preguntas parecidas cuando procesó y detuvo a Roberto Cirilo Perdía y a Fernando Vaca Narvaja, en una causa que después anularon y por la que el propio juez estuvo a punto de ser enjuiciado.
¿Constituirá una casualidad la oportunidad del atentado de Montoneros que mató con un explosivo a la hija de 15 años de Armando Lambruschini, justo 15 días antes de que ese almirante reemplazara a Massera al frente de la Armada? Lambruschini quedó completamente anonadado, nunca se recuperó, y Massera continuó digitando las decisiones en la Marina.
¿Y por qué casi todos los testigos del pacto Montoneros-Massera resultaron asesinados?
Es coherente que Mario Eduardo Firmenich viva ahora en Nicaragua. Allí reside desde hace muchos años Alessio Casimirri, miembro de las Brigadas Rojas y dueño del restaurante La Cueva del Buzo, quien también habría tenido mucho que explicar si la Corte nicaragüense no hubiera negado su extradición a Italia en 2015.
Fuente La Nación