Por Jorge Tisi Baña
El sábado apareció muerto un hombre de 76 años, desnudo, en la bañadera de la casa que compartía con ex juez Eugenio Zaffaroni y TN lo subió en sus redes, pero a los 5 minutos la noticia se bajó por orden de alguien de “arriba”.
El difunto, Ricardo Montivero, era el apoderado, socio, “amigo íntimo”, y además cómplice del juez, pues se trata de la misma persona que en 2013 le había administrado los departamentos de su propiedad que funcionaban como prostíbulos VIP. Escándalo que no fue suficiente para terminar con su vergonzosa carrera judicial y docente al servicio de la injusticia, la delincuencia en general y el latrocinio kirchnerista en particular.
Afortunadamente no se puede tapar el sol con las manos, la noticia se difundió igual y finalmente apareció hoy tenuemente en los medios. Un persona muerta, en circunstancias dudosas, siempre es una noticia para la prensa ávida de truculencia. Mucho más si el cadáver es encontrado en la bañadera de Zaffaroni.
Como nos recordó el presidente Milei hace poco en su absurda pelea con Lali Espósito, “si te gusta el durazno, bancate la pelusa”. Si a Zaffaroni le gusta aparecer en los medios diciendo estupideces y defendiendo lo indefendible, tras haber sido el responsable de poner en práctica una doctrina penal que resulta enormemente dañina para la sociedad y para la justicia, pues que ahora se banque que su nombre aparezca en los medios asociado a la muerte de su “apoderado” en su bañadera. Y en lo personal, me gustaría conocer los resultados de la autopsia y saber si la sangre del fallecido estaba completamente limpia de sustancias tóxicas. Desde ya, descarto que es así, pero igual me gustaría saberlo.
Ser una figura pública tiene sus costos, que son precisamente esos, que al ser pública su vida, también sea público todo aquello que se esfuerce por ocultar.
Este personaje escribió en 1980 un libro titulado “Derecho Penal Militar”. Un librillo de poca monta en el que el “eminente jurista” justificaba los Golpes de Estado y decía, textualmente; “En una circunstancia hipotética, habiendo desaparecido cualquier autoridad o siendo incapaz la que resta, un grupo militar puede usurpar justificadamente la función pública”. El libro integra la lista de los supuestos 30.000 desaparecidos, porque fue borrado de la faz de la Tierra. No se consigue ni como papel para encender carbón. Y lo digo con conocimiento porque, ávido lector hasta de basura, he querido comprarlo.
El mismo tipo que siendo juez de sentencia durante la terrible “dictadura militar”, rechazaba sistemáticamente los hábeas corpus presentados por familiares de desaparecidos. El mismo que al ser designado juez de la Corte Suprema dijo compungido ante el Senado que, como juez, no le había quedado más remedio que jurar por los “Estatutos del Proceso” y respetar sus normas, porque en ese momento no se podía hacer otra cosa, y agregó: “Esto les tocó vivir a las personas de aquella época. Vivimos una época de alteraciones institucionales que desgraciadamente todos conocimos y siempre confiamos en que no se den más”. Curioso, porque a un subteniente o a un cabo que, en el marco de las leyes y reglamentos militares en vigencia, cumplía la orden emanada de la superioridad, que a su vez dependía del Estado Nacional, de detener a una persona por su militancia terrorista en el marco del Estado de Sitio decretado por un gobierno constitucional en 1975, sin tener ni la menor idea de la suerte que esa persona podría correr después, porque no lo sabía, aparentemente sí podían haber hecho otra cosa; pero él, que no estaba encuadrado dentro de una organización militar, no podía hacer. O sea, él, que era juez no tenía otra opción, ¿y los subtenientes y los cabos que integraban una organización vertical, si tenían otra opción?
El mismo que en un reportaje concedido a la revista Rolling Stone confesó que cuando era juez en materia penal, lo primero que hacía al abrir un expediente era decir: “a ver cómo lo zafo a éste… y con esa idea, dormía tranquilo siempre”, porque “la función de un juez penal es contener el poder punitivo del Estado”.
Es el mismo juez que en el caso de un encargado de edificio que había llevado a una nena de 8 años a la cochera con la excusa de mostrarle juguetes, la introdujo en el baño, la sentó sobre el inodoro y le introdujo su órgano sexual en la boca, diciéndole que adivinara qué dedo era; dictaminó que no habiendo habido penetración, estando la luz apagada y no habiéndose dado cuenta la niña de qué el objeto no era un dedo, no se trataba de una violación.
El mismo que llegó a fallar que levantar un auto en la vía pública y llevárselo no debía ser calificado como hurto sino como “apropiación indebida”, porque un vehículo en la calle no estaba estacionado sino abandonado.
El mismo que determinó que un robo con un cuchillo es un robo simple y no un robo con arma, porque según él, un cuchillo no es un arma, ya que ese concepto se extiende, únicamente, a las armas de fuego.
Respetado señor juez, procesista, garantista, abolicionista, amigo de Kristina, protector de delincuentes, defensor de corruptos, presunto proxeneta y gran traidor, bánquese usted ahora la pelusa. Los medios y el morbo social estarán ávidos por conocer sus comentarios sobre la lamentable muerte de su “íntimo amigo” y “apoderado”, desnudo, en su bañadera.
Por Jorge Tisi Baña