El martes 17 de marzo de 1992, a las 14:40, la Embajada israelí en Buenos Aires volaba por el aire. La afrancesada esquina de Arroyo y Juncal se parece desde ese instante fatídico a Beirut, plagada de escombros, fuego y humo. El saldo es de 29 muertos y 252 heridos.
Inmediatamente, el desconcierto invade al gobierno nacional. Un atentado de estas características no estaba en los cálculos de casi nadie. Enseguida comienzan las especulaciones acerca de los posibles autores y de sus supuestos móviles.
Carlos Menem, como es su costumbre, abre la boca antes de tiempo, pues la explosión lo encuentra jugando al tenis: “Lo ocurrido en la Embajada es producto de algo que fue sofocado el 3 de diciembre de 1990”. Luego pediría perdón por irse de boca, pues los carapintada nada tendrían que ver en el atentado. En la conferencia de prensa realizada el mismo día por la noche, el ministro del Interior, José Luis Manzano explica que “la explosión se debió a un coche bomba que llevaba 100 kilos de una mezcla de pentrita y trotyl. La misma abrió un cráter de 3×2 metros y una profundidad de 1,60.” Luego, se demostró que lo afirmado por Manzano, resultó una superchería pergeñada por la CIA y el Mossad.
Al día siguiente, un ignoto grupo autodenominado Jihad Islámica se adjudica el ataque: “anunciamos con orgullo que esta operación es un golpe contra el enemigo criminal israelí, en el marco de una guerra abierta que no terminará hasta después de la desaparición de Israel”. Además, los supuestos fundamentalistas afirmaban que esta acción era una venganza por la muerte de Abbas Musawi, líder del Hezbollah, liquidado por helicópteros israelíes el 16 de febrero.
Pero las especulaciones aumentaban con el correr de los días, amén del desconcierto. Una de ellas señalaba que los motivos para el atentado pudieron ser el reciente viaje de Menem a Israel en octubre de 1991, la denuncia hecha por el embajador Todman acerca de la falta de seguridad en el aeropuerto de Ezeiza, la reciente apertura de los archivos nazis, o un “pase de factura” de socios árabes descontentos por la política exterior pro estadounidense de Menem.
Pero un dato revelado por el segundo ministro de la embajada británica en Buenos Aires alertó acerca de una “extraña presencia” en los días previos al atentado. El Mossad y la CIA aportaron datos similares, apuntando que esa persona no era otro que Monzer Al Kassar.
Todo comenzó cuando los expertos estadounidenses y argentinos afirmaron que la voladura del edificio fue provocada por exógeno, material comercializado bajo las marcas Semtex y C-4. Según Víctor Ego Ducrot, en un artículo publicado en El Mundo el 10/8/98, “este descubrimiento tuvo lugar pocos días después del atentado y estuvo a cargo de funcionarios de la Agencia de Control de Alcohol, Tabaco y Armas de EEUU, y del perito designado por la Corte Suprema de Justicia argentina, Osvaldo Laborda. A partir de este hallazgo, y basándose en otras investigaciones realizadas en Argentina y en el exterior, el exdiputado de la oposición, Franco Caviglia, considera que Monzer Al Kassar podría está seriamente vinculado al atentado contra aquella sede diplomática.”
El fiscal Laurent Kasspar- Asserment “acusó formalmente a Al Kassar de haber comprado una partida de exógeno fabricado por la Unión Española de Explosivos, utilizando una identidad falsa. Según Caviglia, el fiscal del cantón suizo de Ginebra pudo establecer que el supuesto presidente de Centrex Traiding Corporation LTD, Menzer Galioun, era el propio Al Kassar, y que el exógeno nunca llegó a Croacia, como se decía en los documentos de compra redactados a nombre de la República Democrática de Yemen, un estado que para entonces había dejado de existir”, sigue relatando Ducrot.
Para Bermúdez, la participación del sirio en la voladura es clarísima: “Cuando se produjo el atentado contra la Embajada israelí en Buenos Aires, el 17 de marzo de 1992, Al Kassar no estaba en su residencia marbellí del palacio Mifadil. Se encontraba en la capital argentina y su presencia había sido detectada desde varios días antes del atentado, por el segundo secretario de la embajada de Gran Bretaña.
¿Qué hacía allí el sirio?
La fecha de su presencia en Buenos Aires coincide con un extraño cargamento llegado por aquellas fechas al aeropuerto internacional de Ezeiza, procedente de Siria, consistente en varias toneladas de “sustancia química exógena”. En aquella época, se encontraba al frente de la Aduana de aeropuerto, Ibrahim Al Ibrahim.
Este funcionario del primer gobierno de Menem -hoy prófugo de la justicia argentina y presumiblemente refugiado en Siria-, fue el contacto necesario para dejar pasar por las dependencias aduaneras, y sin hacer demasiadas preguntas, unas doscientas toneladas de explosivo exógeno. Este cargamento formaba parte de la operación Nadia, que Al Kassar había organizado desde Europa. En este tramo de la mencionada operación, habría tenido una activa participación el socio de Al Kassar, y el general sirio Salman Mohsen. Este militar aparece mencionado en las investigaciones del fiscal suizo Kasper-Anserment”.
Pero el gobierno menemista insistía en la inverosímil hipótesis del conductor suicida, un supuesto “Abú Yasser” -un argentino convertido a la fe de Mahoma- quien se hizo estallar a bordo de una Pick Up Ford F-100 en la puerta de la sede diplomática israelí.
Tampoco se investigó la insólita actitud de la custodia de la Federal, que se borró tres minutos antes del estallido. Según La Tercera digital, en mayo de 1999, “la policía de Buenos Aires o parte de ella, sabía del atentado contra la embajada de Israel. Tres minutos antes que se produjera la explosión que destruyó completamente esa sede diplomática, el agente de guardia asignado en ese lugar, recibió por radio la orden de retirarse de su puesto de vigilancia. Trascurrido ese tiempo, el edificio de tres pisos voló por los aires, matando a 29 personas e hiriendo a otras cien”.
La versión, que podría provocar un vuelco en la investigación por el atentado, fue entregada por el policía Gabriel Soto a una comisión parlamentaria y respaldada por una cinta. En ella se escucha la instrucción emanada desde el Comando Radioeléctrico para que Soto, el agente que custodiaba la embajada, saliera de ahí.
Además, en la grabación se escucha la orden a un vehículo patrullero encargado de garantizar que un agente estuviera frente a la embajada israelí- para que cambie su ruta y se dirija a las cercanías de la Cancillería argentina, con tal de contener supuestos incidentes callejeros que se estaban produciendo en el lugar”.
Rogelio García Lupo afirmó en la revista Tiempo, el 4 de mayo de 1992 que “desde el 17 de marzo último, Monzer Al Kassar ocupa un espacio cada vez mayor en las pantallas del sistema de informaciones del MOSSAD. Ese día, la embajada israelí en Buenos Aires estalló, causando la muerte de 33 personas y heridas a más de 200. La llamada “pista Al Kassar” es alimentada por los investigadores que desconfían de la hipótesis estrictamente política del atentado y se inclinan por analizar la conexión del narcotráfico con el crimen”.
Al Kassar fue mencionado por primera vez en la investigación del narcotráfico en Argentina a causa de su relación personal con Amira Yoma, la cuñada de Menem, que fue secretaria de la presidencia hasta su encauzamiento por el juez Baltasar Garzón.
La vinculación de Al Kassar con Amira Yoma fue revelada por el diario Clarín, que había publicado declaraciones de la diseñadora de modas Elsa Serrano, según la cual efectuó una visita al Palacio Mifadil, de Marbella, juntamente con la cuñada de Menem. Elsa Serrano dijo entonces que la visita a Al Kassar en Marbella fue en agosto de 1990, es decir cuando Amira Yoma desempeñaba funciones en el gobierno argentino al lado de Carlos Menem. La revelación de Elsa Serrano, quien agregó que no pudo saber de qué hablaron Amira Yoma y Al Kassar porque “lo hicieron en turco (sic)”, no mereció comentarios de los abogados de Amalia Beatriz Yoma, alias Amira.
Sin embargo, una investigación efectuada por Tiempo permite agregar que Al Kassar viajó en varias oportunidades a la Argentina, y que en 1987 efectuó una gira con escalas en Río de Janeiro y Buenos Aires, acompañado por la esposa de su hermano, Nabila Wehbe. Un informe de la inteligencia norteamericana menciona aquel viaje de 1987 como destinado a abrir el tráfico de drogas desde América del Sur hasta Europa.
La hipótesis de MOSSAD sobre la conexión Al Kassar toma en cuenta que las relaciones de Menem con el presidente Al Assad, se encontraba en su nivel más bajo desde la ruptura de los vínculos familiares y políticos con el clan Yoma, sumamente evidente a finales de 1991. Esta tensión se ha trasladado al terreno diplomático, pues Menem, que se proponía visitar Damasco dentro de una gira por Arabia Saudita, Kuwait, Egipto y Turquía, fue virtualmente rechazado por Siria y no visitará ese país en mayo, como fue su deseo. Al Assad manifestó a un enviado de Menem que “no podía dejar abandonados a su suerte a los hijos del país”, refiriéndose al clan Yoma.
La evolución del conflicto de Menem con los sirios de su familia y Damasco es la que lleva de la mano a los investigadores de agencias extranjeras que, llamadas por el propio Menem para investigar la voladura de la embajada de Israel en Buenos Aires, se negaron a aceptar una explicación única del caso. La falta de una respuesta militar de Israel tiende a confirmar que los judíos dudan antes de producir una represalia política por un atentado que puede tener otro origen.
Juan Gasparini también le apunta a la frente al sirio: “El 17 de marzo de 1992 estuvo acompañado en la capital argentina por viejos conocido, depositarios de importantes favores, como Amira Yoma. Junto a ella invitó a cenar en su apartamento porteño al presidente del Centro Islámico de Argentina, Mohamed Massud. El lo declaró así en el sumario por irregularidades en la ciudadanía de Al Kassar. Las llamadas entrantes y salientes del teléfono de ese piso de la avenida Libertador de Buenos Aires, y de su celular, que ese día se establecieron con Marbella, Siria y Túnez, debieron ser conocidas por los organismos de seguridad de Argentina, y hubieran permitido corroborar su estancia, pero terminaron en letra muerta. A su vez, en ese mismo mes de marzo, entre un viernes y un lunes, el legajo de Al Kassar existente en la ex SIDE fue robado de las oficinas de la Capital Federal.
El misterio aún perdura entre los espías civiles de la Argentina. Tres de ellos lo investigaban a raíz del atentado. La misión había sido encomendada a Emilio Roberto Campana, alias el “señor Cámara”. Fue ese agente el que comunicó al jefe de la S I DE, Hugo Anzorreguy, que la “carpeta” de Monzer se había volatilizado en un fin de semana. Anzorreguy instruyó de inmediato a sus colaboradores para que desistieran de indagar al sirio. Ninguna orden fue impartida para reconstruir esa ficha que incluía informes de los servicios de inteligencia de Gran Bretaña, Francia e I talia. En adelante, se instaló el silencio de los cementerios. El último certificado extendido por la hoy AFI, atestigua en 1997 -es decir cinco años después de estos hechos-, que Al Kassar “carece” de antecedentes en esa repartición. Emilio Roberto Campana, en aquel momento jefe del Departamento de Antecedentes de la AFI y autor del certificado, fue imputado en la causa judicial que incoara la justicia federal de Mendoza por las irregularidades de la naturalización de Al Kassar, siendo empero sobreseído”.
¿Por qué la Corte Suprema de Argentina, único tribunal competente en la investigación de la masacre, no puso a Monzer bajo la lupa? ¿Por qué no se investigó a la agencia de cambios de Al Kassar en El Líbano, si varios fajos de billetes con los que los terroristas compraron la camioneta señuelo tenían presuntamente sellos de esa procedencia? El presidente de esa Corte menemista, Julio Nazareno, era un antiguo socio de Menem en su estudio jurídico de La Rioja. Nazareno -su apellido de origen sirio es Nasrallah, que identifica al jefe del Hezbollah- dispuso que otro ministro de la principal instancia judicial, Ricardo Levene hijo, enfermo y en edad de jubilarse, tomara las riendas del expediente, pero no le entregó recursos humanos ni económicos suficientes para hacer esa labor.
En suma, una broma macabra digna de un califato. Un magistrado de origen sirio jamás va a investigar a un sospechoso sirio de la talla de Al Kassar, de la voladura de una sede diplomática israelí. Julio Narsallah hizo un enroque ingenioso para despegar al sirio más famoso, cuando todos los indicios lo mostraban como un posible culpable.
Actualmente, ningún gobierno ha hecho mucho para dilucidar tan compleja trama, que permanece en la oscuridad desde que una coqueta calle de Buenos Aires se convirtió en una tarde en una sucursal de Beirut.
Fuente Mendoza Today