LA HABANA, Cuba. – “No voy a cuestionar los motivos de quienes protestan”, dijo Arleen Rodríguez Derivet en el programa Mesa Redonda pero terminó atribuyendo los acontecimientos a “maquinaciones externas”, incluso quiso poner como “prueba” que los reclamos de “comida y corriente” se hicieran un domingo “cuando la familia cubana está en casa descansando” porque es entonces —concluyó sin ningún tipo de pudor— que “la mafia de Miami lanza la jauría”.
Si no fuera porque es evidente que el régimen y sus voceros en la televisión no tienen argumentos a su favor para restarle legitimidad a las protestas —a las cuales esta vez se han visto obligados a reconocer como tal—, pudiéramos decir que enloquecieron al agarrarse de tamaña estupidez por tal de intentar sembrar la duda frente a algo tan espontáneo y justificado en la dura realidad como lo sucedido en varias zonas del Oriente cubano y en Matanzas.
Van tan desprovistos de razones —y hasta de razonamiento lógico—, tan sobrados de falta de empatía y de mediocridad, tan desconectados de la tragedia que viven los cubanos de a pie a diario que, para culpar a otros de su propio desastre (generado por despiadados experimentos económicos y corruptelas), usan el peor argumento posible como ese donde cuestionan por qué casi siempre las protestas estallan los fines de semana, fingiendo o demostrando desconocer que es ese precisamente el momento cuando más los cubanos se descubren y se enfrentan a lo peor que les han dejado seis décadas de castrismo, que es sinónimo de hambre y sacrificios en vano.
Quizás, a juzgar por sus cuerpos rechonchos, no se enteran de que los domingos en Cuba, cuando no se vive a la sombra de una élite de poder o una jugosa remesa, cuando no se roba lo suficiente ni se es suficientemente corrupto, no son para “descansar”. Los domingos, tan solo en asuntos de supervivencia al interior de un hogar cubano, es precisamente cuando niños, padres y abuelos se hacinan en medio del insoportable calor de los apagones, y entonces no solo el alimento, el dinero y el agua se hacen más escasos sino también las esperanzas de que alguna vez puedan vivir como personas y no como animales.
Son los domingos cuando los padres que viven de un salario o del “invento” descubren qué poco les alcanza el dinero para poner comida en la mesa de sus hijos, para comprar o alquilar una casa más grande donde vivir decorosamente o simplemente salir de ese cuartucho en peligro de derrumbe para otro igual de pequeño pero que no ponga en peligro sus vidas.
Los domingos para una inmensa mayoría en Cuba no son de relajación ni de desconexión de la realidad. No son de paseos y ni siquiera de ir al parque más cercano porque la tensión crece frente a la certeza de que cada día nuestras calles se vuelven más caras, más sucias, más oscuras y más violentas, al mismo ritmo en que las leyes y quienes las dictan se hacen más despiadadas, más egoístas, más evidentemente conservadoras de una ideología y protectora de una casta que prioriza la construcción de hoteles vacíos por encima de casas que solucionen los graves problemas de vivienda.
Porque el resto de la semana vivimos de cola en cola, de invento en invento, de perseguir el pollo, el pan y el arroz a correr tras la guagua repleta, y entonces la calle nos ocupa todo el día. Por eso el domingo es el momento de estar cara a cara con el descubrimiento de nuestra tragedia, la del agobio cotidiano. El momento que estando frente al televisor, escuchando un teque político tras otro, una promesa incumplida tras otra, descubrimos que nos mienten, que nos engañan, que nos quieren idiotas como sinónimo de más “disciplinados”. Que nuestros cuerpos languidecen, se secan, mientras los que piden más sacrificio engordan y prometen, dan muela y jamás cumplen.
El domingo es el día en que, teniendo algo de tiempo para mirar nuestro techo desde la cama descubrimos la grieta que no podemos arreglar, el pedazo que siempre quedará inconcluso, la ventana y la puerta que deberán seguir clausuradas otra década más hasta que “haya recursos”, el refrigerador vacío a pesar de las colas donde batallamos de lunes a sábado, y los bombillos de la casa apagados para que la discoteca y el auto donde se divierte Sandro Castro continúen
No hace falta ningún “plan de la CIA” ni seguir los consejos de ningún influencer para estallar de ira los domingos. Solo basta con saber que hace muchos años hay cubanos y cubanas para los cuales los domingos son el peor día de la semana.
Se ha equivocado nuevamente Arleen Rodríguez Derivet al usar ese argumento, así como se equivocó cuando dijo que ningún político cubano se iba con los bolsillos vacíos, refiriéndose a la destitución del ministro de Economía. Se equivocó como siempre se ha equivocado y es que su carrera como periodista ha sido siempre un viaje de equívoco en equívoco, por no decir de mentira en mentira, una palabra que la define y que me ha hecho recordar sus comienzos en la televisión.
Hace varias décadas, cuando de joven trabajaba de corresponsal de Juventud Rebelde en Guantánamo, Arleen se hizo famosa por haber descubierto un “perro que hablaba”. Así llegó a la televisión nacional, acompañada del campesino que apretándole el cuello a su cachorro cuando este ladraba, lo hacía emitir sonidos parecidos al habla humana. Toda una falacia pero, aun así, pasando la mentira como noticia, se hizo famosa entre los mandamases de la Isla, mucho más que aquel perro, y es que quizás alguien por allá arriba descubrió que, apretándole la garganta, las palabras de la reportera sonaban a complacientes ladridos.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org