Por Ramón González Férriz
El ideario perfecto para la nueva internacional nacionalista y, en general, asumible por todos los críticos con el liberalismo, más de la derecha que de la izquierda, pero también de esta
Emmanuel Carrère describe en su magistral libro ‘Limónov’, el retrato de un ultra ruso del mismo nombre, una clase de persona, generalmente un hombre, de fuertes instintos autoritarios y reaccionarios: “Los fascistas intelectuales (…), por lo general jóvenes febriles, demacrados, torpes, pero muy leídos (…) vagaban por ahí con grandes mochilas de escolar y se reunían en pequeñas librerías esotéricas, desarrollando nebulosas teorías sobre los templarios, Eurasia o los rosacruces. Con frecuencia acababan convirtiéndose al islam”.
Pero uno de ellos, el mentor ideológico de Limónov, era distinto de los demás. Era Aleksandr Dugin, un filósofo ruso nacido en 1962. “Dugin es esa clase de fascista, solo que no es un joven torpe y enfermizo, sino un ogro. Es grande, barbudo, peludo, anda con los pasos ligeros de un bailarín y tiene una manera curiosa de equilibrarse sobre una pierna (…). Habla quince idiomas, lo ha leído todo, bebe alcohol a palo seco, tiene una risa franca y es una montaña de conocimiento y encanto”. ¿Sus maestros? Fascistas y comunistas por igual. En su panteón, dice Carrère, están “Lenin, Mussolini, Hitler, Leni Riefenstahl, Mayakovsky, Julius Evola, Jung, Mishima (…) Wagner, Lao Tzu, Che Guevara (…) y Guy Debord”. “Rojos, blancos, marrones, no importa: Nietzsche tenía razón, lo único que cuenta es el ímpetu vital”.
Carlos Barragán
Aleksandr Dugin fue entrevistado recientemente por Clara Ramas y Jorge Tamames en la revista Política Exterior. El documento, una entrevista excelente, es una admirable mezcla de ideas brillantemente excéntricas, un rechazo global a la modernidad bien sustentado en la tradición reaccionaria, y teorías raciales, particularistas y supremacistas con aspecto de poder volverse populares en cualquier momento. Es decir, el ideario perfecto para la nueva internacional nacionalista y en general, con infinitos matices, asumible por todos los críticos con el liberalismo, más de la derecha que de la izquierda, pero también de esta. Y la clase de ideario al que los escritores liberales damos publicidad a regañadientes porque nos fascina ver a personas tan ostentosamente contrarias a nosotros.
La Cuarta Teoría Política
“Creo que es posible una revolución estructural contra el liberalismo: se está realizando con el populismo -dice en la entrevista-. El liberalismo opera con el individuo; el comunismo, con la clase. Para los representantes de la tercera vía, existe la raza y la nación compuesta de ciudadanos (…). La nación representó la muerte de los campesinos; los campesinos son el pueblo premoderno. Yo creo que el pueblo son los campesinos”, afirma, asegurando que hay que encontrar una fórmula que supere las tres grandes ideologías del siglo XX: el liberalismo, el comunismo y el fascismo. Su solución es lo que él llama la ‘Cuarta Teoría Política’.
Alexandr Dugin sobre la ‘Cuarta Teoría Política’
En realidad, se trata de una síntesis de las dos últimas: el Estado como gran máquina, por un lado, de la redistribución económica y, por otro, de una propaganda nacionalista basada en valores cristianos y anticosmopolitas. “En la modernidad, la izquierda era progresismo cultural unido a justicia social, y la derecha tradicionalismo y libre mercado. Con el liberalismo actual, la parte tradicionalista y la justicia social se abandonan y demonizan. El establishment no reconoce a la derecha tradicional de los valores, que demoniza como fascismo; tampoco la lucha por la justicia social, que demoniza como estalinismo. El populismo debe unir la derecha de los valores con el socialismo, la justicia social y el anticapitalismo. Es la posición de mi Cuarta Teoría Política, de mi propuesta de ‘populismo integral’”. Sus ejemplos favoritos, aunque le parezcan aún demasiado blandos son Trump, Putin, Orban y, sobre todo, el Gobierno italiano, formado por la Lega (populismo de derechas) y 5 Stelle (populismo de izquierdas). “Esto es la imagen de la esperanza (…). Es un paso hacia la superación, hacia el populismo integral”.
El populismo debe unir la derecha de los valores con el socialismo, la justicia social y el anticapitalismo
¿En qué medida puede este discurso contrario a la modernidad, el cosmopolitismo y el consumismo, y partidario de un regreso a los valores rurales, religiosos y autoritarios imponerse a las seducciones de la vida contemporánea, incluso con todas sus carencias? Uno pensaría, y eso asumieron los liberales a lo largo del siglo XX, que la prosperidad y la democracia harían que las amplias clases medias se alejaran de estas tentaciones autoritarias, que a largo plazo siempre salen mal económicamente y peor en términos de libertad individual. Pero eso ha sido uno de los mayores errores de los partidos y pensadores que, desde posiciones centristas, han reflexionado sobre la política contemporánea después de la caída del Muro. Seguramente ahora seamos una sociedad más resistente que hace noventa años, pero las tentaciones esencialistas, comunitaristas y prometedoras de redención siguen siendo mucho más atractivas de lo que los biempensantes hemos sabido reconocer.
La amenaza está ahí
Quizá Dugin sea su versión más extrema y exótica, con su retórica sobre la vuelta a la forma de vida de los campesinos rusos, sus arengas en favor de la invasión rusa de Ucrania o su teoría geopolítica sobre Eurasia y la decadencia europea. Es probable que estas ideas no consigan subvertir el orden liberal en aquellos lugares donde éste ha sido asumido y, pese a todo, son comparativamente ricos. Pero la amenaza está ahí y puede servir para avivar a partidos marginales, facilitar que entren en las instituciones o que, previamente descafeinados, lleguen incluso a más.
En todo caso, es evidente que la internacional nacionalista ha sabido coger las viejas ideas románticas sobre la singularidad de los pueblos, la inexistencia de unos valores universales y el destino de las civilizaciones para crear un paquete ideológico lo bastante moderno como para competir con la modernidad que detesta. No hay mayores beneficiarios de la globalización que esta clase de filósofos que, con el discurso de que todos tenemos derecho a nuestro propio nacionalismo, pero que el suyo es el mejor, se vuelven celebridades entre ciertas minorías de distintos países. Todo ello en nombre de un pueblo imaginario: “La burguesía es de izquierdas o de derechas; el pueblo no”, dice Dugin en la entrevista de Política Exterior recordando a Georges Bernanos, uno de los padres del nacionalismo monárquico y católico francés del siglo XX. Lo cual evoca lo que siempre hacen los pensadores y políticos antiliberales: hacer creer que la lucha política tiene lugar entre unas élites (la burguesía, la UE, Soros, los bancos) y un pueblo (la gente sin ideología aparente que solo quiere gozar de su nación con justicia social), cuando la competición real siempre se produce entre dos clases de élites: las más o menos liberales y las más o menos autoritarias.
Fuente Confidencial