No hay momento más oscuro para la Feria de Córdoba que aquel en que faltan muy pocos segundos, menos de un minuto, para que se encienda la portada. Los que la vieran apagada desde el Puente del Arenal en las últimas semanas, cuando ya estaba montada, no lo notarían tanto como los que estaban ayer pensando que las manecillas del reloj iban más lentas de lo que deberían.
Les pasa lo mismo a los que corren carreras largas: los últimos hectómetros son siempre los más duros, no sólo por el cansancio acumulado, sino también porque se sabe que la meta está cerca y parece hacerse eterna. La llegada a una meta, en lo deportivo y en lo festivo, tiene mucho de posicionamiento psicológico, y sobre todo cuando este año se había acortado la espera.
Los que todos los años aplauden cuando la portada cambia la oscuridad por la iluminación deslumbrante que ahora guiará a la ciudad no tenían que esperar hasta la medianoche, sino hasta las diez. El Ayuntamiento quería este año armonizar la iluminación de la portada con lo que hacen los cordobeses sin pedir permiso: la Feria empieza a última hora de la tarde, sobre todo cuando se ha hecho de noche, y era más lógico que se iluminara un poco antes.
A las diez menos dos minutos, cuando el reloj parecía aliviar un poco, estaba, entonces, todo más oscuro que siempre, porque la cabeza decía que faltaba la portada más que nunca, pero en realidad todo había empezado un poco antes.
Si otras veces el verano había querido anticiparse para hacer del Arenal una playa sin mar, en el primer día quiso el cielo ser misericordioso. Los 26 grados dejaron una tarde de baja primavera, de ese tiempo clemente que muchos ven escasear en estos años. Cuando incluso esa temperatura cálida había dejado paso a un fresco bastante agradable, los cordobeses pusieron rumbo al Arenal.
La tarde era clemente, con una calidez que no agobiaba, y la noche fresca invitaba a que la diversión no parase
Las paradas de autobuses empezaron a llenarse, muchos temían no tener sitio en el siguiente que llegara y otros, los más jóvenes, aprovechaban para ir a pie, que no es tan duro el camino si se hace con caminos. Caía la tarde, pero lo hacía de forma morosa, como pasa en este tiempo, y cuando el reloj se iba aproximando a la hora de las luces, muchos se sorprendían de que todavía quedasen algunos rayos.
No sucedía así en el momento mágico, cuando faltaban pocos segundos para las diez, pero muchos se acordaron entonces de cómo el sol había amagado con despedirse un poco después para no perderse tampoco la Feria de Córdoba, como los demás.
Y el que disfruta de ella lo quiere hacer desde el principio. El adelanto de la iluminación animó a muchos a cenar en la caseta, en la propia o en alguna en la que se hubiera conseguido alguna reserva, y los que tenían familia tenían que matar el tiempo en los cacharritos. Qué sitio mejor.
Aplausos y móviles
A las nueve de la noche la Feria ya parecía llena, y al filo de las diez, cuando ciertos platos empezaban a quedarse vacíos, lo que rodeaba a la portada tuvo un momento de oscuridad absoluta, de expectación silenciosa, para empezar a encenderse.
Estaban preparados los móviles que graban y los que hacen fotos, los que sólo miran y los que tienen las manos listas para aplaudir, y sucedió. Aunque ya se hubieran servido cervezas, había empezado la Feria.
Brillaban por primera vez las 60.000 bombillas, siempre de bajo consumo, y la ciudad, toda ella, incluso aquella que vive lejos del Arenal, empezó a parecer distinta, como si aquel foco de luz la cambiase. De pronto su centro era otro y el lugar al que ir es una obligación se hubiera desplazado con el simple golpe de un botón.
Hasta entonces la Feria parecía iluminada con luz de obra o de emergencia, con esa electricidad provisional hasta que llega la definitiva. De pronto, cuando brilló la portada, la Feria tenía el aire del estreno completo. Los dos millones de luces LED dispuestas por todas partes parecían haber convertido el Arenal en un gran salón con las lámparas de araña haciéndolo todo más hermoso.
Las 60.000 bombillas de la portada marcaron el camino para los dos millones repartidos por todo el recinto
Y sí, eran las diez de la noche y los más aficionados sabían que tenían dos horas más de fiesta oficial. Empezaron las primeras recepciones y los más se repartían entre las casetas, el paseo, alguna copa para bajar lo bien que se había comido y algo más de atracciones.
La noche estaba fresca, como había sido el día, y se veían mangas largas y chaquetas que además de elegancia protegían los brazos. Los mantones combinaban con los trajes de flamenca, ya bien dispuestos, pero también ayudaban a evitar algún constipado.
El recuerdo de la inauguración siempre asocia la portada con los fuegos artificiales, que sí que se hicieron esperar hasta la medianoche, como siempre. Durante el día se apagará la portada, pero en la cabeza de los que aman la Feria de Córdoba parecerá que está siempre encendida, porque no dejará de atraer.
No les faltará sitio en alguna de las 83 casetas, menos que nunca, que permanecen abiertas, ni tampoco variedad, aunque casi siempre se admire el modelo que busca más la estética, la buena cocina con lo más próximo y la música que no es la que se escucha en todas partes todo el año.
Fuente ABC