Hace 30 años, Jack Unterweger se ahorcaba en su celda. había sido condenado, por segunda vez, a cadena perpetua. La primera vez había salido de prisión porque un nutrido grupo de intelectuales pidió por él. Había publicado varios libros muy bien recibidos. Al salir, convertido en una celebridad, continuó con su raid de femicidios
Por-Matías Bauso
A mediados de 1990, Jack Unterweger dejó la cárcel tras 15 años. En los siguientes 18 meses terminó de convertirse en una celebridad y en un escritor reconocido en Europa Central, en especial en Austria, su país. Publicó libros, reeditó textos anteriores, dio conferencias, hubo varias puestas de sus obras de teatro, escribió notas de tapa de las revistas de mayor circulación, entrevistó a personajes relevantes, fue contratado por la televisión pública austríaca, viajó de gira a Estados Unidos.
En ese lapso, también, mató a 11 mujeres en cuatro países distintos.
Jack Unterweger había sido condenado en 1974 por el asesinato de una mujer. La liberación la consiguió, 15 años después, tras una campaña llevada adelante por escritores, intelectuales, periodistas, celebridades y políticos austríacos. Entre ellos había dos futuros premios Nobel de literatura: Elfriede Jelinek y Gunther Grass. Estos hombres y mujeres del pensamiento sostenían que los libros que Unterweger había escrito en su celda mostraban su transformación, su rehabilitación. Los Radical Chic (cómo alguna vez los llamó Tom Wolfe) fueron muy importantes, en realidad imprescindibles, para que dejara la prisión.
Su liberación fue celebrada con una movilización, vivas y muchas columnas periodísticas.
A partir de ese momento Jack Unterweger comenzó una vertiginosa doble carrera: como celebridad y como asesino serial
Por lo general los asesinos seriales no son internacionales, suelen matar en el mismo lugar. Unterweger, aprovechando las posibilidades que le brindaba su nuevo status de estrella y mimado por la intelectualidad, mató en cuatro países diferentes: Austria, Alemania, Checoslovaquia y Estados Unidos.
La figura de Unterweger generó gran atracción mediática. Una multitud de fotógrafos y periodistas seguían sus pasos (Photo by Leopold Nekula/Sygma via Getty Images)
Su infancia fue dura. Siempre estuvo en contacto con el delito. Su madre trabajaba de prostituta y fue detenida varias veces por delitos varios. Tras una condena de varios años a la mujer, Jack debió irse a vivir con su abuelo. El hombre no era mejor: proxeneta, con un prontuario abultado, maltratador serial de mujeres, ladrón de ganado. Jack dejó la casa de su abuelo y vivió en la calle. Desde los 16 años a los 24, Jack fue arrestado 16 veces. Cubrió una buena parte del código penal: robos, lesiones, ataques sexuales. Hasta que a los 24 lo arrestaron por el asesinato de una mujer que se dedicaba a la prostitución. La víctima era Margaret Schäfer y tenía 18 años. Apareció desnuda en un descampado; había sido golpeada con brutalidad: tenía marcas en las nalgas, en los brazos, en el pecho. El asesino la había estrangulado con un corpiño. El cuerpo fue encontrado en un bosque, tapado con una espesa capa de hojas.
La policía tardó casi un año en descubrir que Jack Unterweger era el asesino. Una vez que lo detuvieron, el trabajo se facilitó. Jack confesó. El juicio fue veloz; el acusado lloró en silencio en cada audiencia. Se mostró arrepentido. Fue condenado a cadena perpetua con la posibilidad de revisión de la pena una vez transcurridos los primeros 15 años.
En prisión, Jack aprendió a leer y a escribir. De a poco comenzó a producir textos. Primero unos poemas; después, cuentos infantiles. Siguió con cuentos y obras de teatro. Hasta que logró publicar su memoir Purgatorio: Informe de un hombre culpable, la historia de su vida salvaje y marginal y de la transformación tras las rejas que llegó con la literatura.
El libro se convirtió en un boom en Austria. Las ventas se dispararon y muchos escritores e intelectuales salieron a alabar el relato descarnado de la caída de Jack. Y creyeron en su redención.
No se sabe de quién fue la idea. Pero lo cierto es que en pocas semanas decenas de intelectuales y artistas austríacos comenzaron a presionar a las autoridades para que Unterweger fuera liberado. El presidente austríaco, el que constitucionalmente podía otorgar el indulto, ganó algo de tiempo diciendo que la condena no era revisabla hasta que se cumplieron los 15 años de detención. Unos meses después, pasado ese plazo, la presión se hizo insoportable.
Durante el juicio intentó negar la autoría de los crímenes pero las pruebas en su contra eran contundentes Reuters
Las voces más respetadas del país clamaban por la salida del preso devenido escritor de renombre. El presidente, cercado, firmó la reducción de la pena. Jack Unterweger recuperó de inmediato su libertad.
Le hicieron entrevistas y lo contrataron como periodista. Hasta llegó a tener su propio programa de televisión. Era una fuente de consulta permanente cada vez que se hablaba de criminalidad o cuando aparecía un caso policial de relevancia.
Cuando a fines de 1990 una mujer apareció muerta en un descampado, tapada con ramas rotas, desnuda, golpeada y estrangulada con un corpiño, nadie dudó de él. A pesar de que el homicidio llevaba sus señas particulares (el corpiño ahorcando a la víctima se convertiría en su firma) no fue puesto en la lista de sospechosos. Al contrario: lo enviaron a cubrir el hecho. Hasta entrevistó al jefe de policía y discutieron juntos los detalles más significativos del caso.
Él mismo hacía coberturas periodísticas de sus propios crímenes.
Meses después viajó a Estados Unidos como enviado especial de uno de los tantos medios que lo tenía contratado.
En medio de su periplo triunfal, llegó a Los Ángeles. Cubrió el desfile del Orgullo Gay, se presentó como experto en casos policiales y buscó con denuedo entrevistar a Cher. Se animó a aconsejar a la policía californiana sobre cómo evitar crímenes violentos o sobre la manera de dar con asesinos en fuga. Mientras tanto, mató a tres prostitutas.
Tanto sus crímenes norteamericanos como los europeos fueron muy parecidos entre sí. Contrataba una prostituta, conversaban, la convencía de tener sexo con esposas o las manos atadas, tenían sexo violento pero consensuado, las llevaba a un lugar amplio (un estacionamiento, un descampado, un bosque), las amenazaba de muerte y las dejaba escapara unos pocos metros: desnudas, con las manos atadas, muchas veces amordazadas, no llegarían lejos. Las perseguía mientras les pegaba en la cola y en la espalda –con tacos aguja, maderas o hierros-, hasta que las alcanzaba y las estrangulaba, preferentemente, utilizando los corpiños de las víctimas. Ocultaba el cadáver bajo ramas u hojas secas y abandonaba el lugar.
Jack Unterweger fue detenido en Estados Unidos en 1992, menos de dos años después de su liberación. Fue extraditado a Austria (AP Photo/Bill Cooke)
Un investigador sospechó de él. Cuando le avisaron que la policía lo buscaba, se fugó a Canadá. Las noticias cruzaron el océano. La policía austríaca vio lo evidente: esos asesinatos de mujeres eran demasiado similares como para tener diferentes autores. En su ausencia, allanaron la casa de Unterweger. Encontraron armas blancas, sogas y otras pruebas. En su auto hallaron pelos que luego de ser analizados por forenses se determinó que pertenecían a tres de las víctimas.
Unas semanas después, Jack regresó clandestino a Estados Unidos. Lo detuvieron y lo extraditaron a Austria. Allí fue juzgado por 11 asesinatos.
Jack Unterweger se había convertido en el arquetipo de la recuperación; los Radical Chic quisieron ver en él al símbolo de la recuperación, de quien se impuso a sus problemas de origen, el que venció al destino, el que se sobrepuso a las adversidades familiares y a unas infancia y adolescencia problemáticas. Fue el poster de algo que quisieron ver, que imaginaron, pero que no existía en la realidad.
Hay que reconocer una característica de Unterweger que facilitó las cosas: su narcicismo extremo produjo una personalidad camaleónica que lograba obtener lo que quería de su interlocutor, un maestro de la manipulación. El caso más extremo podría ser el de los padres de su primera víctima: desde la cárcel, Unterweger consiguió que ellos aportaran fondos para financiar su educación.
Era especialmente eficaz con las mujeres. Cuando el tribunal lo condenó por segunda vez y lo encontró culpable por más de una decena de homicidios, a la salida de la sala había más de veinte mujeres (novias, amantes, candidatas, relaciones platónicas, admiradoras) que lloraban porque creían que se estaba cometiendo una injusticia con Jack y seguían clamando por su inocencia.
Los escritores, se sabe, no son buenos analizando la realidad, en especial la coyuntura. Las cosas en la vida real pasan demasiado rápido y el trabajo de los que escriben es lento, está mediado por el tiempo y la distancia. Ya lo dijo Borges cuando le preguntaron si era inteligente: “Si me da algunos años para pensar, soy inteligente. Si me hacen preguntas inmediatas, como la suya, soy más bien estúpido”.
Otra característica que suele afectar el juicio de los escritores –incluyamos a intelectuales, actores y otros rubros artísticos- es la desmedida importancia que le dan a su propio trabajo y a sus opiniones. Muchos se convencen de que la salida de su próximo libro cambiará el mundo, un mundo, por otra parte, que está constantemente en deuda con ellos.
Y como los que escribimos sobrevaloramos nuestro trabajo, muchos creyeron que la capacidad de Unterweger para escribir, su buena presencia y el hablar calmo, suave, eran pruebas irrefutables de que se había reformado, de que era una absoluta injusticia dejarlo en prisión. Estaban convencidos de que el hecho de haber escrito un buen libro, lo hacía merecedor de la libertad. Se equivocaron.
La Premio Nobel de Literatura Elfriede Jelinek fue una de las voces que pidió la liberación de Unterweger
Casi ninguno de los que pidió enfáticamente su liberación, se mostró arrepentido cuando se demostró que tras salir se había convertido en un asesino serial impiadoso.
Algo más: algunas investigaciones recientes ponen en duda que Unterweger haya sido el autor de los libros que firmó.
No era la primera vez que sucedía. Unos años antes, Norman Mailer había encabezado una cruzada para que Jack Henry Abbott, un convicto con una larga condena, fuera liberado luego de publicar unas emotivas memorias de delincuente. Mailer y su obstinación consiguieron el objetivo. Un mes y medio después de obtener el perdón y quedar libre, Abbott apuñaló una veintena de veces a un camarero de un bar de Nueva York. Volvió la cárcel y fue condenado a prisión perpetua por el nuevo asesinato. Una década después se suicidó en su celda. Ningún escritor lo volvió a visitar ni a pedir por él.
Un afamado psiquiatra concluyó sobre el criminal austríaco: “Este caso demuestra que si se educa a un psicópata, lo que obtendremos es un psicópata ilustrado y no mucho más”.
Jack Unterweger fue encontrado culpable por cada uno de los crímenes por los que se los acusó y fue condenado a prisión perpetua sin posibilidad de salida anticipada. El asesino serial ilustrado regresó a la cárcel.
No resistió mucho. La primera noche, el 29 de junio de 1994, 30 años atrás, se suicidó colgándose en su celda.
Al no tener un corpiño a mano, utilizó el cordón que oficiaba de cinturón del pantalón y una sábana.
Fuente Infobae