Juan Suris, el rey de la cárcel: asados, frigobar y celular del jefe, por $ 1.000.000 por semana
Por Daniel Alberto Schreiner
Al ex de la vedette uruguaya Mónica Farro lo llamaban “el tercer comandante” en la delegación Santa Fe de la Policía Federal.
Preso por narcotráfico, tenía numerosos beneficios. Dos oficiales de la fuerza fueron imputados por cohecho e incumplimiento de deberes.
Así como prometía a los penitenciarios de la cárcel de Saavedra llevarlos “a lo de Tinelli”, durante los tres años y medio (hasta 2017) que estuvo alojado en esa ciudad del sur bonaerense, Juan Ignacio Suris tranquilizaba al subjefe de la delegación Santa Fe de la Policía Federal Argentina (PFA) con que iba a ayudarlo a convertirse en comisario inspector.
Esos diálogos se daban ante los subordinados del policía, quienes interpretaron que estaban destinados a infundirles temor, para el caso de que se atrevieran a denunciar la existencia de un penal VIP. Por la familiaridad en el trato entre ambos, apodaban a Suris (47) como el “tercer comandante” de la repartición.
Ex pareja de Mónica Farro, el veterano en las lides de cómo conseguir chicas involucró en su operatoria a una productora láctea de Entre Ríos, Mariana Martínez. Era quien visitaba al detenido cada semana, según la acusación, para abonar $ 1.000.000 al subjefe con el objetivo de tener trato preferencial. Terminó procesada.
Veterano también en cómo conseguir cosas tras las rejas, Suris marchó preso de nuevo en noviembre de 2023 mientras vivía en la ciudad santafesina de Esperanza, al quedar firme una pena unificada en ocho años de cárcel en un caso de narcotráfico, por un lado, y uno de facturas truchas, por otro.
En Esperanza, la ciudad natal de su esposa Paula, solían ver a Suris al mando de una Hummer una década y media atrás, antes de que se convirtiera en un habitué de las crónicas del crimen pero también de las páginas del corazón y de la política: su romance con la vedette uruguaya fue un suceso, y su amistad con el también caído en desgracia financista Leonardo Fariña, también.
Juan Suris, con su amigo Leonardo Fariña.
La estancia del acusado como vecino de Esperanza fue de un par de años. Recompuesto el vínculo con su esposa, allí vivía cuando Casación le frustró un lujoso viaje de placer con toda su familia a Egipto, México y Emiratos Árabes, que un tribunal de su natal Bahía Blanca le había concedido. Y también un año después, cuando los federales lo fueron a buscar a la vivienda del barrio Unidos para meterlo preso de nuevo.
La estancia de Suris en la sede de la PFA de la ciudad de Santa Fe fue aún más breve, poco más de cuatro meses, pero dejó consecuencias.
A nivel judicial, el subjefe Leonardo Benítez terminó preso y encausado por cohecho e incumplimiento de deberes, y el jefe Guillermo Gallo -que asumió su cargo tres semanas de la detención del imputado- fue convocado para este martes 2 de julio a indagatoria por los mismos delitos.
A nivel político, la ministra Patricia Bullrich descabezó la cúpula regional de la fuerza al estallar el escándalo. Y a nivel personal, para Suris significó su traslado a la cárcel de Ezeiza.
Juan Suris, el día en que fue detenido.
La investigación del fiscal federal Walter Rodríguez se inició por un llamado anónimo, que buchoneó la situación una semana antes de que Suris festejara su cumpleaños en prisión, donde según la denuncia hasta estaba haciendo construir una celda propia.
Para la Fiscalía, Mariana Martínez, en realidad, no era empleadora de Suris, como el narco alegaba, sino una subalterna que figura como dueña de una fábrica de quesos en la ciudad de Victoria y que se encargaba de los pagos, que de manera insólita quedaban registrados.
El cuaderno de tapa violeta
La Justicia se incautó de los libros de guardia donde el personal debía anotar las novedades con los internos, junto con un particular cuaderno de tapa violeta.
“Había un libro en la oficina de jefe de servicio. No era formal, pero servía para llevar el control del dinero que la familia del detenido Juan Ignacio Suris traía a la dependencia para uso exclusivo del nombrado “, explicó una subordinada, quien aclaró que no estaban de acuerdo con esa función. Pero le advirtieron “que esto venía de directivas desde más arriba, sin especificar de quién, ya que Suris es un tipo que conoce jueces, fiscales, es muy pesado”.
La delegación de la Policía Federal en Santa Fe.
Otra de las declaraciones señaló que “algunas veces Benítez le ordenaba al personal de la guardia que hiciera un asado para Suris y el resto de los detenidos“.
En el cuaderno violeta figuran las constancias de al menos dos comilonas donde los tickets detallan que habían comprado chorizo, costilla, sobreasado, matambre, carbón, verduras, vino y Coca Cola por montos cercanos a los 98 mil y 143 mil pesos. El propio Suris reconoció que, a veces, les pedía a los oficiales que le cocinaran a él y a los otros reclusos.
Desde su detención, había sido alojado en el casino de oficiales y no en el calabozo común, pero con el correr de los días hubo una “orden de arriba” que le cedió al convicto sólo el uso de esa oficina durante el día, ya que en las primeras horas de la madrugada iba a dormir a su celda.
En la causa figura también una foto en las que se ve a Suris “en el balcón de la dependencia dialogando con dos personas, fumando, sin esposas y sin custodia policial“.
Al ser indagado, el subcomisario Benítez alegó que lo había alojado en el casino porque no quería mezclar a un condenado con la otra decena de presos, todos procesados, y que accedía a algunos pedidos del célebre detenido para evitar denuncias por las condiciones de detención, en un lugar con capacidad para sólo tres internos.
Suris se levantaba a las 8 y Benítez lo iba a buscar a la celda, se paseaban por la dependencia como amigos, luego iban a la oficina del oficial y allí pasaban el día tomando café y mate, comiendo picadas, asado y pedidos de McDonald’s, describe la acusación.
El preso logró que le dejaran tener un frigobar, barras y pesas para hacer gimnasia, un equipo de música con dos parlantes, un acondicionador de aire portátil, y hasta un dispenser de agua caliente y fría que, solidario, el narcoempresario compartía con sus compañeros de detención.
En su indagatoria, Suris declaró que tenía esos elementos para garantizar su salud e insistió que compraba alimento porque se habían intoxicado con la comida oficial, y que el agua de red que les daban tenía algas. Eso sí, dejó constancia: “Nunca nadie me pidió plata“.
Al acusado lo visitaban familiares, amigos, socios casi todos los días, a distintas horas, incluso por la noche, y sin límite de tiempo en el casino de oficiales. También había beneficios con las llamadas telefónicas: además de usar el teléfono fijo de la celaduría, tenía a su disposición el celular del subjefe, ya que hasta tenía su clave de desbloqueo.
Pero en este vínculo había algo más grave: Suris también estaba presente cuando los policías hacían los relevos y pasaban las novedades al subjefe, por lo que estaba enterado de prácticamente de todo el funcionamiento de la dependencia.
Un aviso para el clan Taborda
“En una oportunidad, Benítez comentó en voz alta, delante de Suris, que se iban a realizar allanamientos en 12 puntos distintos. Me pareció una locura que en su escritorio tenía las fotos de los domicilios que se iban a allanar y de las personas involucradas a la vista de Suris”, graficó otro testimonio sobre el episodio ocurrido el 29 de febrero.
Uno de los traslados de Suris, en Saavedra.
Ese día, según la acusación, el convicto filtró al clan Taborda, con cuyo líder tenía una foto en redes sociales, que iba a ser blanco de un megaoperativo por narcotráfico que terminó con magros resultados. “En ese momento, Suris, a modo de risa, nos dijo que ayudaba a fichar cuando vuelvan los detenidos del allanamiento”, reveló una subordinada.
Estallado el escándalo y trasladado Suris a una prisión federal, la Justicia captó una escucha que pone de relieve que, al igual que en aquellos tiempos de las comilonas en el SUM del penal de Saavedra, donde Farro contaba que era “el rey de la cárcel”, y los días felices en el VIP de la Federal santafesina, en Ezeiza la historia de los pagos a los carceleros para conseguir beneficios parece haberse repetido.
En el audio hablan Paula, esposa de Suris, y su hija Constanza.
—(Constanza) ¿No saben cuándo lo pasan (a Suris a un sector del penal que llaman “casitas”)?
—(Paula) No, no, no sabe (…).
—Al final uno pone la plata y se toman el tiempo del mundo, o ¿cómo es?
—Ay Constanza, no vas aprender nunca más en la vida, eh después te cuento personalmente hija.
—Bueno.
EMJ
Fuente Clarin