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Por Ricardo Kirschbaum
Cristina trata de construir un cordón sanitario para quedar, si no a salvo, lo menos salpicada posible por haber elegido a Fernández.
Su intención es que sea el chivo expiatorio, como lo fue Amado Boudou.
O María Julia Alsogaray, para el menemismo.
Entre el escándalo que tiene con el agua al cuello a Alberto Fernández y, por extensión, al peronismo, y los supuestos “brotes verdes” que el gobierno de Milei cree ver en el castigado paisaje económico argentino, la opción es simple. El oficialismo se decidió por aprovechar la incesante autofagia peronista antes que salir a pavonearse con índices provisorios y de poca credibilidad para la gente común. Una cosa es concreta, actual y visible; la otra es promesa temblorosa de futuro.
El culebrón de Fabiola y Alberto es uno de esos casos excepcionales que permean en toda la sociedad hasta con cierta y a veces bastante distancia con la política. Tiene todos los condimentos: poder, infidelidad, violencia, abusos, sexo explícito aquí y allá, y con esta y aquella, comportamientos institucionales inexcusables y en sedes oficiales, de esas que antes se tenía casi por sagradas. Tiene el efecto deletéreo, que se suma y amplifica, de aquella foto de la fiesta de Olivos, en plena pandemia, que fue un gancho a la mandíbula del gobierno de Alberto. Desde entonces, Alberto el ex presidente comenzó a deambular, para convertirse en poco menos que un cadáver político.
El escándalo actual, del que todavía no se conoce gran parte de la película, le otorga al ex presidente una condición maldita para un académico, como él se presentaba, y para un operador político avezado como alguna vez lo describió el propio Milei con entusiasmada admiración. Se ha transformado en una “mancha venenosa” al que muy pocos quieren acercarse. Y ya muchos, cada vez más, le huyen sin disimulo. La pregunta que hay que hacerse, y que se formula el Gobierno, es en qué medida este bochorno afecta a todo el peronismo y sus posibilidades electorales futuras. Otra vez, detrás de estos actos de decadencia y degradación, está la causa madre de donde derivó todo: la corrupción, en esta oportunidad con los brokers de seguros.
La primera decisión de Cristina es tratar de construir un cordón sanitario para quedar, si no a salvo, lo menos salpicada posible por su decisión haber elegido a Fernández para la candidatura presidencial. Su palpable intención es que el ex presidente sea el chivo expiatorio, como lo fue Amado Boudou, un pararrayos de toda la corrupción kirchnerista, que evidentemente lo excedía. O María Julia Alsogaray, para el menemismo. Una observación: ninguno de estos chivos expiatorios fueron peronistas, sino que se convirtieron en el poder. Este cálculo apunta a que el caso sature a la opinión pública, se enfoque en los protagonistas y afecte menos al colectivo político que Cristina representa, aunque con alcance cada vez más acotados.
La expectativa es que será la sensación térmica de la economía personal la que decidirá la suerte política en el futuro, aunque la foto de hoy muestre al peronismo hundido en el peor barro de la política.
La caída de la inflación –el índice de julio la ratificó– es el dato más concreto que el Gobierno puede comunicar como un éxito del feroz ajuste. Hay otros, por supuesto, pero todavía no se sabe si se mantendrán o forman parte de un espejismo sobre el que el Gobierno mantiene todavía abierto el crédito de la sociedad. Milei ha reiterado que una devaluación defraudaría una vez más a la sociedad y muestra como muestra de acierto que el achicamiento de la brecha entre el dólar oficial y el paralelo (o los paralelos) acerca poco a poco la salida del cepo.
Un reciente informe económico recuerda que el costo de la intervención en los mercados de los últimos tres gobiernos: Mauricio Macri gastó en un año 20 mil millones de dólares para controlar al dólar; Fernández, US$ 11,500 millones; y Milei, ya lleva US$ 12.000 millones con el mismo afán, es decir superior a lo que invirtieron Guzmán y Sergio Massa en toda su gestión. Y otro consultor se anima a calcular en 10.000 millones negativos el saldo de las reservas en diciembre, salvo que reciban un préstamo privado o contra el oro. Pero Milei mantiene aún el activo de qué pasaría hoy con la economía de no estar él al timón.
Ya se sabe lo que piensa el Presidente de estos economistas, en este caso Dal Poggetto y de Sigaut-Rapetti, pero lo cierto es que la relación entre el atraso del dólar y el índice de inflación es clave, aun con la fuerte caída de la emisión y la aguda reducción del gasto público.
Pero lo que sigue bajo fuego creciente y manifiesto es la mala relación entre Milei y su vicepresidenta. La ausencia de Victoria Villarruel en la ceremonia de los ascensos militares que presidió Milei es uno de los ejemplos más claros de la tensión. A la vicepresidenta le achacan, entre otras cosas, que ha cajoneado pliegos de ascensos propuestos por Milei –se habla del contralmirante Juan Carlos Core y del general de brigada Jorge Barredo, entre otros– y de sus actitudes de diferenciarse del liderazgo del libertario y, peor aún, de disputárselo. Como otro de los botones de muestra, exhiben el reciente tuit de Villarruel de mostrarse como una “orgullosa egresada de la universidad pública”, justo cuando llega al Senado la oportunidad de convertir en ley el financiamiento de las universidades nacionales, que tuvo el auspicio radical y el apoyo de todo el peronismo. Y la oposición del oficialismo y el PRO.
Las intenciones de Villarruel de fortalecer su corriente interna – con algunos afluentes todavía menores del peronismo- chocan con los planes de Karina Milei y de Santiago Caputo. La crisis con la hermana del Presidente viene desde siempre. El entorno de Karina la atribuye a una suerte de extorsión política de Villarruel cuando, en plena campaña, amenazó con bajarse si no obtenía ciertos lugares en las listas. Pero hay más. Sobre todo, dicen los exégetas mileístas, la decisión de la vice de tener en el tope de su agenda el proyecto de convertirse en una alternativa. Por eso y para eso, su intensa red de contactos, que incluyen al embajador norteamericano, Marc Stanley, a Mauricio Macri, Diego Guelar, y muchos otros, sobre todo militares. Su posición crítica sobre la denuncia de Fabiola Yañez sigue esa misma lógica.
Sin embargo, hay una percepción generalizada de que la locomotora de este tren libertario es Milei, y que la presunta alternativa dependería del fracaso del actual gobierno, en cuyo caso también saldría afectada la hoy vicepresidenta.
A la ausencia ayer de Villarruel en Mendoza –adujo una hipotensión en el preembarque– algunos la atribuyen a un planteo de Alfredo Cornejo, gobernador radical de Mendoza, que intentó no ser el “jamoncito” del sándwich en este entuerto en la cúspide del poder.
Quien quiere evitar las intermediaciones con Milei es Macri (habida cuenta de expuestas ya muy claramente sus públicas diferencias con Santiago Caputo) aun cuando pese a que ese acercamiento personal y directo pueda desdibujar o desdibuje el perfil del PRO como partido. Si hay fusión, quiere ser él quien la opere y no darle a Patricia Bullrich ese poder. Pero para eso debe mutar en sus posiciones anteriores, radicalizarse más, dejar de ser un exponente de la “centro-derecha liberal” y acercarse a la radicalización mileista. En síntesis, para ponerlo en frecuencia española, correrse del Partido Popular al ultrismo de Vox, sin ruborizarse demasiado.
Fuente Clarin
