Es incómodo, doloroso, preocupante. Pero totalmente real. Mendoza se ha ido convirtiendo en Rosario. Con todo lo que ello implica.
Bandas que se disputan territorios para venta de drogas, que solían estar circunscriptas a puntuales zonas de la provincia, y ahora operan a sus anchas en todo el territorio mendocino. Hace una década eran dos o tres grupos, pero ahora se han atomizado y son incontables. E incontrolables.
El resultado de sus disputas pueden leerse en su propio lenguaje: sangrientos ajustes de cuenta que terminan sumando muertos y más muertos. Sin solución de continuidad.
Lo ocurrido el fin de semana es parte de la triste realidad que vive Mendoza: cuatro hechos criminales ocurridos con diferencia de menos de 12 horas entre sí. Al menos tres de ellos refieren al oscuro negocio del tráfico de estupefacientes.
Es bien cierto que a nivel local los números de muertos son infinitamente inferiores que los que suelen darse en Rosario, pero es sólo cuestión de tiempo para llegar a aquella cifra.
Lo relevante no son los números, sino el “mecanismo”, que ya está inserto en la provincia. Todos los eslabones de la cadena, incluso el más inquietante: los vínculos con la política.
La plata que maneja el narcotráfico supera cualquier negocio legal, por lo cual no hay manera de competir. Esos fondos financian a reputados políticos mendocinos, de diversas extracciones partidarias.
Oportunamente se lo explicó el Rengo Aguilera a quien escribe estas líneas: “Si yo cuento a quién le financié la campaña a gobernador, sería un escándalo”. Según el otrora narco, no solo puso plata a esos efectos, sino que además le pasaba una mensualidad a un gravitante referente del radicalismo local.
Esos vínculos entre narcos y políticos hacen que no haya voluntad real de combatir el negocio de los narcóticos. No al menos en lo que refiere a los grandes grupos. Sólo a los pequeños dealers.
Ello convierte en tierra fértil a Mendoza para avanzar en la ilegalidad. Es lo que venía denunciando Osvaldo Rofrano antes de aparecer muerto en la piscina de su casa.
Explicó a este diario que narcos tucumanos buscaban quedarse con su negocio para potenciar sus actividades ilícitas. El hecho de contar con una empresa de gases les permitiría acceder a precursores químicos, que saben usarse para producir la siempre rentable cocaína. Al mismo tiempo, tendrían la chance de exportar los narcóticos a Chile, vía esta provincia.
La trama es gravísima, pero nadie la está investigando ahora mismo, porque ningún fiscal quiso tomarle la denuncia a Rofrano, ni en Mendoza ni en Tucumán. Y murió antes de hacer lo propio en Buenos Aires.
Entretanto, el negocio sigue creciendo, no sólo por la impericia a la hora de combatir el narcotráfico en Mendoza —que incluye la ausencia de interés político—, sino también por el hecho de que nadie está trabajando sobre la demanda de drogas, que no para de crecer.
Es una cuestión de pura lógica: por más que se elimine la oferta de estupefacientes, descabezando tal o cual grupo, si no se trabaja sobre aquellos que los consumen, no servirá de nada. Porque el adicto, necesitado de consumir, sólo buscará cambiar de dealer para satisfacerse.
Ahí aparece el segundo fenómeno, sobre el cual nadie está trabajando: la prevención. No sólo se trata de trabajar sobre los actuales adictos a las drogas, sino también de intentar que los hoy incautos no caigan en sus garras.
Es una tarea titánica, pero no imposible, que exige el involucramiento del Estado. A través de una serie de acciones conjuntas. La primera de ellas, motorizar una campaña en los medios, explicando el daño que producen las drogas. Intentando llegar a los más jóvenes.
Al mismo tiempo, se debe trabajar sobre los adolescentes que hoy no estudian ni trabajan, y que son proclives a caer en la drogadicción. En este punto, hay que mirar lo que hizo Colombia, que supo trabajar mejor que nadie sobre las juventudes. Promoviendo tareas de diversa índole.
En aquel país, que supo poner en jaque Pablo Escobar, se avanzó en la construcción de espacios públicos gratuitos, principalmente plazas y clubes de barrio. Ello permitió contener a los que hubieran caído en las drogas.
Pero ninguna de esas ideas está ahora mismo en la cabeza de ningún funcionario mendocino. Ni uno solito. Y eso es lo que permite que siga creciendo el fenómeno. En un círculo vicioso del cual será difícil salir. Al menos hasta que a algún referente mendocino se le encienda la lamparita.
Fuente Periodico Tribuna