Por Claudio Savoia
El expresidente cometió un grave error para su estrategia defensiva.
El descubrimiento de las numerosas mujeres que habría cortejado fortalecería la tesis de Fabiola Yañez en los tribunales.
Los políticos que temen ser denunciados por sus recientes actos de acoso sexual.
Entre los pocos consensos que la Argentina fue despertando en los analistas y cientistas sociales hay una conclusión casi unánime, cuyas premisas sin embargo permanecen en la bruma: se trata de un gran país, que incluso llegó a ser una potencia mundial, y que por un embrollado tejido de razones opacó ese brillo y destruyó aquel bienestar en apenas una centuria.
Ese declive fue jalonado por severas crisis sociales y económicas, que causaron o fueron consecuencia de golpes de Estado, dictaduras, crímenes contra la humanidad y reiteradas apropiaciones masivas de bienes y ahorros de los ciudadanos. Como última estación -por ahora- de ese infortunio, el expresidente Alberto Fernández lució como Nerón, el violento emperador romano que entre otras crueldades ordenó incendiar la ciudad para reconstruir una nueva Roma más acorde a sus inclinaciones.
Sin la comparación histórica, tal fue la descripción con que su sucesor en la Casa Rosada, Javier Milei, describió la situación de la Argentina que dijo haberse encontrado: una tierra arrasada por la inoperancia, la corrupción y el despilfarro de los recursos públicos por parte de una elite -la “casta”- indolente y réproba, ahogada en su propia vanidad e insensible a las necesidades del pueblo.
Exagerado o preciso, ese perfil quedó atrás: las revelaciones sobre las aparentemente reiteradas golpizas a su mujer, con patadas, ahorcaduras y cachetazos diarios; el despacho presidencial y la casa de gobierno convertidos casi en un lupanar privado pero alimentado y revestido de recursos públicos y una enorme hipocresía que ni siquiera la malquerida política argentina había conocido jamás transmutaron a aquel Nerón en este otro emperador: Calígula.
Famoso por sus orgías extravagantes sin límites de edad, sexo, parentesco o condición, el joven mandatario romano superó a su tío Nerón en excesos y locuras, que acabaron con su breve gobierno de cuatro años cuando su guardia pretoriana lo asesinó en el monte Palatino cuando tenía 28 años.
El expresidente Alberto Fernández. Foto EFE.
Sin exagerar con las semejanzas históricas, la investigación sobre Alberto Fernández por lesiones graves en contexto de violencia de género, abuso de poder y de autoridad y amenazas coactivas contra su exmujer Fabiola Yañez, también ofrece un inventario de curiosidades que todos los días suma capítulos.
La semana pasada, por ejemplo, el expresidente tiró por la ventana una de las llaves que sus pocos defensores intentaron arrimarle: la teoría de una gran conspiración en su contra, perpetrada por los sempiternos enemigos del pueblo: periodistas, jueces, empresarios y algún otro demonio.
En su singular contradenuncia a Fabiola por la difusión de fotografías, videos y material gráfico grabado por él mismo y ahora conocido por todo el mundo, Fernández disipó cualquier sombra de complot: admitió ante la justicia que esa imágenes estaban en un teléfono suyo que él le había regalado a su hijo Francisco para que juegue, y que su madre halló por casualidad: exactamente la misma explicación que había dado Yañez, lejana a torvas intervenciones de los servicios de inteligencia y maniobras de espionaje ilegal. Punto para Fabiola.
Debajo de las noticias diarias, estos días la causa tuvo otro avance más sutil pero igualmente importante: el continuo florecimiento de mujeres que en vertiginosos pases mágicos terminaban empleadas en oficinas estatales luego de conocer personalmente a Alberto Fernández -digamos, para dibujar un elegante circunloquio- fue deslizando el “caso Fabiola” hacia las páginas y programas de chimentos y farándula. Pero esa deriva, intencionada o no, no aliviará la gravedad de la acusación que pesa sobre el expresidente. Al contrario.
Lejos de meter un ruido secundario en el expediente por las golpizas en la Quinta de Olivos, la sucesión de pulposas damas que fueron revoloteando frente a Fernández durante su paso por el poder -unas cuántas se conocieron, otras todavía no- podría fortalecer la tesis de su exmujer en los tribunales: ese desfile de vinculaciones extramatrimoniales poco disimuladas o hasta expresamente expuestas a sus ojos podrían ser el combustible que le dé continuidad a la acusación por “hostigamiento” y “humillaciones” de las que Yañez aseguró haber sido objeto desde 2016 hasta este año.
En los últimos años, la justicia argentina ya acumuló la suficiente jurisprudencia respecto de las vejaciones y menoscabos sostenidos en el tiempo como hechos de violencia contra la mujer. Ese desprecio del que Fabiola se quejó en una entrevista pública y reiteró ante el fiscal González puede ser interpretado como el caldo de cultivo para las escenas de violencia explícita que la joven denunció en Comodoro Py.
La evolución del caso no sólo mantiene absorta a la opinión pública desde que Clarín lo revelara hace tres semanas. El estupor convive con la inquietud y la preocupación en algunos políticos que temen ser los próximos denunciados en la justicia o los medios, por sus comportamientos sexuales poco ortodoxos.
Al menos dos figuras de proyección nacional, pertenecientes a partidos políticos distintos, deberían estar intranquilas por algunos hechos que nadie dudaría en calificar como de acoso a mujeres con las que tuvieron contacto, personal o telefónicamente, en el último año.
Ambos son muy poderosos y tienen esposas tan famosas como ellos. No fueron denunciados pero hay testigos de sus conductas; ellos tienen miedo y en algún caso, como se trataba de empleados públicos, fueron silenciados con traslados y licencias.Esmeralda Mitre. (Instagram) Alberto Fernández junto a su pareja, la periodista Fabiola Yañez. (Instagram)
El cerco sobre la vida privada de los argentinos, sabiamente protegido por el artículo 19 de la Constitución, cede cuando los hechos posiblemente cuestionables involucran a funcionarios o fondos estatales, o cuando esos dos factores revisten a sus portadores de un poder del que pueden abusar frente a terceros, para aprovecharse de ellos o acallar sus denuncias y reclamos.
La parábola de Alberto Fernández y Fabiola Yañez en la justicia apenas comienza. Otro político poderoso, el intendente de La Matanza Fernando Espinoza, tiene un procesamiento por abuso sexual confirmado en segunda instancia, pero se pavonea en actos públicos junto a su socio político Axel Kicillof sin que nadie se ruborice. Detrás de ellos dos, más historias aún se cuecen en la oscuridad. Como en la antigua Roma, y pese a las advertencias de Cicerón, una profunda crisis podría barrer con lo que queda del sistema en el que la llegada de Javier Milei apenas mostró la gigantesca dimensión de su decadencia.
Fuente Clarin